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Argumentos falaces en torno a la corrupción

Luis Armando González

Una de las modas más perniciosas, cultivada por voceros de la derecha, consiste en hacer de la política el foco de todos los males de la sociedad. A la par de ello, se promueve esa otra tesis que dice que la corrupción –se entiende que política— es una de las causas del retraso de las naciones. O sea, si se suprime la política y se elimina la corrupción –una cosa seguiría a la otra— la prosperidad, el progreso y el desarrollo de los pueblos estarían asegurados. Nada más falaz que eso, por muchas razones, entre ellas porque se pierden de vista factores y dinámicas que configuran la realidad social de manera más estructural que la corrupción y la política.

En un periódico nacional se publicó en días recientes una columna de opinión titulada “La corrupción corroe las sociedades” (escrita por Rafael Castellanos) que ya en su formulación inicial revela una primera falacia, que es esa que estriba en hacer una afirmación general, que suena imponente, pero que no resiste el menor examen crítico.

Sin embargo, más allá del sinsentido del título, que puede deberse a un ejercicio retórico, en el cuerpo del texto se dicen cosas que bordean la insensatez.

Por ejemplo, eso que se afirma al nomás comenzar: “De las causas por las cuales los países no progresan es por la corrupción de sus gobernantes y quienes los rodean, cómplices o corruptores”.

O sea, ahí donde hay corrupción no hay progreso. ¿Entonces no hay progreso en Estados Unidos, país en el cual la corrupción está integrada al quehacer empresarial y político de manera indiscutible? ¿Tampoco hay progreso en España, cuyos niveles de corrupción en tiempos del PP solo un ignorante desconoce? ¿Tampoco lo hay en China?

En fin, es larga la lista de naciones en las que la corrupción está presente (siendo tolerada o combatida, lo cual es otro asunto) y de las cuales difícilmente se puede negar que han progresado.

Y siendo ello así, es falaz convertir a la corrupción en una de las causas por las cuales las sociedades no progresan. No es asunto de tratar aquí la gama de factores que impide el progreso de muchas sociedades, pero entre esos factores no se pueden obviar ni las desigualdades socioeconómicas nacionales ni las desigualdades económicas en el plano internacional.

El recuento que hace el autor de situaciones históricas no sirven más que para ayudarle a ocultar la debilidad de su argumento. De hecho, cuando llega a la modernidad se le ocurre mencionar de pasada a Estados Unidos y Canadá, país este último ejemplar en su modelo de desarrollo. Dice así su texto: “En la modernidad el deseo de hacer dinero fácil desde el poder no se corrigió y se ha visto corrupción siempre, vinculados (sic) a las monarquías europeas, dictadores asiáticos, políticos estadounidenses, canadienses y españoles… y no se diga en América Latina, bien heredada de sus diferentes sangres, la corrupción siempre asoma su fea garra por todos lados”.

Ahora bien, no olvidemos que la tesis fuerte del autor es que una de las causas por la cual los países no progresan es por la corrupción… de lo cual se sigue que en todos los países y regiones enlistados por el autor (y marcados por la corrupción) no hay progreso.

Argumento falaz, en su estructura, que es la siguiente: la corrupción ha existido siempre; la corrupción es causa del no progreso de las sociedades; hay un listado de naciones y regiones en las que hay corrupción y en las que, por tanto, no hay progreso.

La primera afirmación es razonable. La segunda definitivamente no, y ello por el mismo listado que ofrece el autor como prueba empírica de su argumento, pues en ese listado hay naciones que, pese (o quizás no tanto) a la corrupción, han progresado.

En realidad, el asunto que llama la atención es que, si se acepta que la corrupción ha existido siempre y en todas partes, muchas naciones hayan progresado, quizás no siempre pese a la corrupción sino contando con ella como parte de su dinámica de desarrollo institucional, político y económico.

Así las cosas, afirmar que la corrupción es una causa del no progreso de las sociedades es insostenible, pues con ello lo que se quiere decir es que ninguna sociedad ha conocido el progreso dada la eterna permanencia de la corrupción.

Se trata de una falacia de enormes proporciones, solo entendible por la demonización que el autor del texto comentado hace de la corrupción. Esa demonización le impide hacerse una idea más realista y contextualizada de la corrupción, lo mismo que caer en la cuenta de que si hay sociedades que han progresado pese a la corrupción, seguramente la falta de progreso en otras quizás obedezca a otros factores de mayor peso que aquella.

Ni qué decir tiene que hay sociedades que no pueden darse el lujo de la corrupción, pero hay otras que sí, como Estados Unidos, cuyo engranaje político funciona aceitado gracias a flujos de dinero que llegan del sector empresarial, por ejemplo para las campañas políticas.

En sociedades pobres, con pocos recursos y con enormes desigualdades, la corrupción se suma a los factores estructurales que son las que las corroen internamente. Lo que carcome a las sociedades marcadas por la desigualdad socioeconómica es la injusticia, la concentración de la riqueza y los abusos de quienes controlan el poder económico. La corrupción es un corolario de esos males.

Por supuesto que un razonamiento como el planteado escapa a alguien que lo que quiere es dejar establecido que la política, sobre todo si es de izquierda, es la fuente de todos los problemas sociales, incluida la corrupción.

Por eso, en los ejemplos que anota sobre “casos” de corrupción apunta los nombres de Lenin, Fidel Castro, Chávez, Maduro, Correa, Morales, Ortega, etc., pero omite los nombres de figuras de ARENA (como Francisco Flores, Antonio Saca, Majano Araujo, y un largo etcétera de políticos de derecha) que además de ser corruptas pusieron el aparato del Estado al servicio de los ricos más ricos del país. Y su silencio también favorece a quienes, desde la esfera empresarial, además de lucrarse en sus tratos con el Estado en los 20 años de ARENA, han explotado y siguen explotando a los trabajadores salvadoreños y exprimen a la sociedad con su mercantilismo y su ambición de dinero fácil a expensas de unos ciudadanos convertidos en consumidores. Es por aquí que hay que buscar lo que carcome a nuestra sociedad.

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