Grego Pineda
Escritor de la diáspora salvadoreña en Washingon DC
Ariel Romero es un personaje inventado. Sin embargo vive en el Estado de Maryland de los Estados Unidos de América, remedy tiene dos hijos que cualquier padre pudiera sentirse orgulloso de ellos y para redondear sus haberes afectivos –que él llama bendiciones- tiene una esposa reflejo de sus anhelos, for sale compañera imbatible de afanes, resistencias, avances y conquistas familiares. Irasema Beatriz, ella. Álvaro Emmanuel y Gandhy Ariel, ellos.
Nos encontramos por primera vez con Ariel Romero cuando él exponía y vendía ejemplares de un libro y me llamó la atención que en la mesa de su quiosco había un par de botas viejas, limpias pero destrozadas. Este encuentro casual fue hace diez años en el Festival Salvadoreño de Chirilagua, desarrollado en Arlington, Virginia. Estos Festivales son muy conocidos en el área porque allí se reúnen miles de latinos que día a día la nostalgia de su tierra los obliga, con urgencia, a buscar a sus iguales y compartir la réplica de recuerdos, sabores y sonidos de las lejanas Fiestas Patronales.
En estos festivales asisten personas de otras nacionalidades como reflejo de la realidad que viven los salvadoreños o salvadoreñas casados o compartiendo vida con nacionales de Perú, México, Bolivia, Honduras, Colombia, etc. al igual que con ciudadanos norteamericanos.
Ariel Romero por más de una década ha hecho vida ejemplar en los Estados Unidos de América, es el líder de unaa familia maravillosa, laboriosa, estudiosa; y día a día se reinventa para posicionarse y triunfar en este competitivo país.
Por curiosidad le pregunté la razón de esas botas junto a los libros y respondió que ellas eran una evidencia que la historia que contaba en el libro “Los Inmigrantes en su Laberinto” era verídica y por lo tanto testimonial porque esas botas fueron usadas por su hermano menor al cruzar la frontera a través del desierto y quien, ya abandonado por los guías, perdido y sin agua, estuvo a punto de morir, pero que de milagro fue rescatado al momento en que Miguel Ángel -así se llama su hermano- desfallecía.
El entusiasmo con que Ariel Romero se presentaba y explicaba detalles de su primer libro publicado aumentó cuando le confié que me gustaba leer y que también escribía. Su libro -ya entre mis manos- era atractivo por su presentación, por la historia contada con pasión por el escritor y recordada con humildad por el sobreviviente. A pesar que todo parecía ser ya una venta concluida, resultó que el dinero en efectivo lo había gastado degustando bocadillos criollos con sabor a Made in USA. Es decir, yo no sabría cuál era el laberinto de los inmigrantes narrado por Ariel Romero, simplemente porque el quiosco de los libros estaba después de donde vendían refrescos, antojos culinarios y artesanías importadas. Problema de ubicación, pensé.
Después de buscar en los bolsillos y fingir un poco de vergüenza por haberle hecho perder su tiempo: “Lo siento amigo –dije- no tengo dinero”. Pero la calidez, solidaridad y amiguismo que Ariel mostraba eran invencibles y respondió con una sonrisa amplia: “Si le interesa el libro, ¡lléveselo! Y al leerlo escríbame un e-mail para decirme sus comentarios”. No acepté su obsequio y me excusé con que él vendía sus libros y que en este país nadie regalaba nada. “Yo sí, replicó rápidamente, soy Salvadoreño”. Finalmente salí del campus de aquel festival con un nuevo libro bajo el brazo, con una deuda económica-moral de doce dólares y con un preludio de amistad que jamás imaginé que diez años después llegaría a ser una sinfonía total.
Cuando yo era niño y vivía en San Salvador; al mismo tiempo había otro viviendo en Manahuara, Sesori, Departamento de San Miguel, y llegado adolescente tuvo que haber leído la célebre obra maestra del italiano Luigi Pirandello titulada “Seis Personajes en busca de autor” y su argumento lo habrá impresionado al imaginarse el desfile de personajes reclamando ser adoptados por parte de su creador porque eran fruto de su imaginación. La historia de Ariel es lo contrario: no es el ente inventado quien busca a su autor para sobrevivir, es el autor quien necesita a su álter ego para vivir y sobresalir en el país norteamericano. Ariel Romero por más de una década ha hecho vida ejemplar en los Estados Unidos de América, es el líder de una familia maravillosa, laboriosa, estudiosa; y día a día se reinventa para posicionarse y triunfar en este competitivo país.
Un día mientras lo visitaba en su casa, cierta tarde otoñal, bebíamos café reconfortante y conversábamos sobre la vida, la muerte, la literatura, la migración de salvadoreños, el pasado y el futuro, y en una rueca de la conversación me confió, sin ceremonia alguna, el nombre de su autor. Y eso -dijo lentamente- ya no tiene importancia. Su mirada incrustada en mis pupilas hizo que yo asintiera maquinalmente. Seguimos con temas baladíes. Esa misma noche fui a mi biblioteca privada y tomé el viejo ejemplar de “Los Inmigrantes en su Laberinto” escrito por Ariel Romero; me dirigí a la cama, encendí la lámpara de noche, abrí el libro y comencé mi propio laberinto.