Armenia y El Taller de los Sueños de Donald Paz
Tania Primavera
Calle encumbrada, miro hacia atrás. La autopista, mis pies rumbo hacia el pueblo. Caminar entre la pasarela para llegar a donde fue San Silvestre de Guaymoco, hoy es Armenia, Sonsonate, en El Salvador. La tierra de Carmen Brannon Vega o conocida como la poeta Claudia Lars, la tierra de Consuelo Suncín o más conocida como la condesa Consuelo Suncín de Saint Exupéry, la tierra de Donald Paz.
Han pasado más de cuatro décadas desde que dejó este lugar. Artista de teatro. Actor. “No me considero artista, soy un utopista que a través del arte expresa su sueño», dice. Camiseta, pantalones cortos, sandalias, canas se asoman en su pelo y barba, ojos que son dos chispitas de luz. Entre los cerros, los ríos, el ferrocarril de antaño. Calles que vieron discordias. De cuando un niño adolescente soñaba con cambiar el mundo, sobre todo, el de los de abajo. Porque el de los de arriba, ya está bien, y bien maiciado, como hasta hoy. Su abuela, está presente, destellos apenas de su padre y madre.
Pero Donald, ha regresado. Nada fácil es dejarlo todo después de tanto. Él sabe que ha convertido el antiguo mesón de su abuelita, en su Taller de los Sueños. ¿Pero qué sueño? El sueño de volver. Sin pretensiones ni prisas, sin cinco, con memorias de muchos dardos que lanzaron sobre él. Pero él es un crisol de luz, que aparece en el pueblo. Un reflector que se anuncia “Aquí estoy”, “ya estoy”, “ya soy”, El Taller de los Sueños, y en francés también “l’Atelier des Rêves”.
Él sabe que hoy, hará de su paz y el perdón, su mejor amigo. “Lo hago por mí”, como también, por aquellos que ya no están, Mauricio Vallejo Marroquín, desaparecido político a los 23 años en 1981. Hablamos de Ricardo Humano, nuestro amigo en común. Hay que comer pastel mejor. Hay que tomar café. O Guacamole. No hay tiempo ya. Ya no hay tiempo. París quedó atrás, pero siempre habrá hueco en su corazón sensible. Para atravesar el mar y sus continentes. La escultura de madera mira de reojo.
Ha creado un nuevo espacio. Con fachada color amarillo. Donde la acera parece que es un piano listo para Chopin. Donde verá las estrellas en silencio. En el Taller de los Sueños, los gallos se escuchan a las diez de la noche cantar. Una habitación sin terminar aún, que será el teatrillo. Las paredes tienen colores plasmados con dibujos o manchas artísticas. Con ese dibujo en la pared cerca del baño, el “submarino amarillo” que se asoma recordando a la canción de The Beatles. La galería tiene obras en pinturas de David Duke Mental, de César Menéndez, de David Mejía, de Ruz, de Juan Glower, de Gilberto Arriaza, Henry Ramírez, esculturas de Sabas Gómez, María Obsidiana, Armando Rivera. Hay frases en otro muro.
Comimos la ensalada, después, caminamos, entre las veredas y charcos, para ver lo que queda de lo antiguo del pueblo, buscando los rieles del tren, de lo que fue la estación de ferrocarril. Hay un circo. Hay un rótulo que dice en grande Armenia y telas de araña en la pared de esa vieja estación. Hay una comunidad paupérrima. No tenemos miedo a nada. Caminamos. Le tomo fotos. Antes, me mostró una de las sucursales de Pastelería y Coffee Shop Lili’s, donde se encuentra Don Mario A., su co propietario, de repente, veo lo que me había dicho, una gran pintura con personajes conocidos. ¡¡Qué pintura!!! Y dije, es Consuelo, Antoine de Saint Exupéry, Claudia Lars, el Cipitío y El Principito, ¡celebrando su cumpleaños! ¿Puedo tomar una foto? -cuesta un dólar, dijo. – ¡No! Son bromas, dijo de nuevo. Después, fuimos a ver las otras, que Don Mario, en su afán de conservar la memoria cultural e histórica, se ha convertido en un coleccionista de arte, y le encarga al pintor y escultor Armando Rivera, quien plasma sus historias descritas en lienzo. El río, los bosques, los cerros con sus nombres, los cortadores de café, los perros, y otros seres, unos lugares que ya no existen, que se perdieron en el tiempo.
Continuamos, por el parque, a tomar un jugo de naranja, ver los murales dedicados a la condesa de Saint Exupéry, el homenaje en busto de Claudia Lars, los niños y niñas cantando y jugando sonrientes, la paz del pueblo es evidente. Después, observamos la casa donde nació la condesa en 1901, hay hiedra, ya no hay nadie de la familia. Caminamos más.
Regresando, la luna estaba sonriendo. Para juntar el copal de Guatemala con el sahumerio de estoraque del árbol de bálsamo de San Julián, y hacer una fogata aromática ancestral. Para conversar sin detenernos, para entender la amistad eterna. Escuchar los nocturnos en piano de Frédéric Chopin, el jazz de Chet Baker, o el canto de Édith Piaf, para comentar sobre el viaje por el pueblo, mientras las luciérnagas se instalan en el pelo de Donald, y un gallo comienza a cantar. Escrito está un recuerdo en una pared de ladrillos terracota “gotas de néctar”. El Taller de los Sueños, oasis en el presente cultural en Armenia.
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