Federico A. Paredes Umaña
Doctor en Arqueología
Director del Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar
“Sin lugar a dudas, diagnosis el fondo de la actividad arqueológica, purchase pese a cualquier postura ideológica, seguirá recluido en la torre de marfil en la que hoy está si no se sabe encontrar las vías por las cuales la labor de los arqueólogos alcance a ser parte integrada del pensamiento de nuestros pueblos”
Hacia una Arqueología Social. Diciembre de 1979
Lo normal es todo aquello que se nos presenta de forma no crítica, como algo dado, que no requiere cambio. Normal en el siglo XX y lo que llevamos del XXI ha sido que el patrimonio cultural no sea de todos y para todos. Esta idea se ha construido a partir de prácticas cotidianas en nuestra sociedad. Consideremos el siguiente ejemplo, escrito en 1957:
“Hemos recibido un obsequio del Excelentísimo Señor Teniente Coronel José María Lemus, se trata de una copia fotográfica de la escultura lítica precolombina que hemos calificado EL MONOLITO DE CAYAGUANCA; la cual, vino sin antecedentes locativos originales, contando tan sólo con los informes de su nueva procedencia: la Finca “Cayaguanca” […] jurisdicción de La Palma […] Departamento de Chalatenango, donde está ubicada la quinta de recreo del señor Lemus, adornada en uno de sus patios por el MONOLITO en cuestión. Pero, el lugar de origen: CUATAN, está situado en el ángulo Sur Oeste del Lago de Coatepeque frente a la isla que, antiguamente, llevaba este nombre y de donde un monolito de la misma cultura ha sido llevado a la población de El Congo, situado, también, en la vecindad de la laguna, para empotrarlo en el patio frontal de la casa de habitación de la familia Mancía.”
Tomás Fidias Jiménez escribió estas líneas como introducción a su breve pero interesante ensayo sobre un ejemplo perteneciente a una tradición de monumentos esculpidos del occidente de El Salvador. Si bien las contribuciones de Jiménez son pioneras en el estudio de la tradición Cabeza de Jaguar y merecen comentarios específicos, no podemos dejar de notar la naturalidad, la normalidad, con la que el erudito de Ataco reporta la común práctica de relocalizar monumentos prehispánicos en propiedades privadas con el consenso de las autoridades nacionales. Esa práctica no era ilegal en 1957 y en el siglo XXI, aunque cuestionable éticamente, y fronterizamente ilegal, entra en el plano de las prácticas cotidianas.
Es muy probable que el presidente Lemus, por su parte, nunca hubiera enviado la foto del monumento a Jiménez si no considerase que el monumento en cuestión era digno de estudio. Sin embargo, lo que nos interesa discutir aquí, es cómo la tenencia privada de bienes culturales muebles, como práctica cotidiana, a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, nos ha vulnerado la posibilidad de conocer en concreto las contribuciones del mundo indígena a la civilización universal y a la conformación de nuestra sociedad.
La tenencia privada del patrimonio cultural
El MONOLITO de CAYAGUANCA, nombre que Jiménez le otorga, a sabiendas que lo hace a partir de la quinta de recreo del presidente de la República, es un gesto aparentemente inocente; sin embargo, conlleva una actitud servil por parte del académico y refuerza la tenencia privada de la herencia prehispánica de toda una nación. El artículo publicado bajo ese título vio la luz en la revista Anales del Museo Nacional, donde laboraba por entonces el académico Jiménez. En definitiva, el Estado, desde sus órganos de difusión deja ver que la tenencia privada de bienes del patrimonio cultural es normal; y es tan normal que tanto el presidente de la República como una familia, cuya casa de habitación se localiza en El Congo, departamento de Santa Ana, ejercen el “democrático derecho” de tener el patrimonio de toda una nación adornando sus casas particulares.
Avancemos en el ejemplo. Un amigo, funcionario actual, preguntó esta semana en torno a la tenencia privada de bienes constitutivos del patrimonio cultural de la nación ¿qué es lo peor que puede pasar? Respondo a su pregunta notando que banalizar la disgregación de una colección de piezas, que solo estudiadas en conjunto poseerían la capacidad de contribuir a explicarnos el desarrollo de la civilización preclásica en la zona maya del sur, es y ha sido consecuencia de una herencia simbólica de relativización del valor de la herencia prehispánica en nuestra formación como sociedad. Que un funcionario considere aquello normal no es lo peor que puede pasar, solo es hoy por hoy, lo normal.
La banalización de la tenencia privada del patrimonio de la nación es perversa, porque si lo normal es que las piezas estén en propiedad privada será difícil conocerlas en primer lugar, como pasó durante el siglo XX. Pero conocer su valor –no solo científico, sino simbólico—, para una sociedad que busca referentes y transformaciones, es incalculable, como bien lo expusieron esta semana Luis Melgar Brizuela y Miguel Ángel Chinchilla.
Terminemos el ejemplo concreto: el presidente Lemus fue depuesto por un golpe de Estado en 1960 y, obligado a salir del país, no regresó a CAYAGUANCA. El paradero del monolito permanece desconocido hasta nuestros días y se suma a la lista de nuestras ausencias.
Gracias por escribirme a [email protected]
*Atendiendo al llamado que hicieron Luis Melgar Brizuela y Miguel Ángel Chinchilla en su artículo La Simbología de la Revolución en El Salvador-Cuscatlán: https://resistenciamusical.wordpress.com/2015/07/06/la-simbologia-de-la-revolucion-en-el-salvador-cuscatlan/
pie de foto: Monumento 22 de la tradición Cabeza de Jaguar procedente de las orillas del lago de Coatepeque. Ilustración: Daniel Salazar, cortesía Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar. Foto: Presidente José María Lemus, publicada en 1957 en revista Anales del Museo.
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