ARTISTA HUMANO
Por Edgardo Quijano
Ingresar a una galería virtual de un artista pintor es fácil. Basta un clic. Navegar en su universo de misterios indescifrables requiere osadía y estupidez para creer que puedes escapar como héroe o ser tu mentira más del naufragio de la implacable aventura.
En las fisonomías artísticas la abstracción expresionista no debe a la incomprensión anárquica del herraje crítico y se entrega a la realidad sensorial de su existencia que se extingue en emociones de la naturaleza o su espíritu.
Al partir te encuentras solo, indefenso, y quisieras no fuese tu destino una oscuridad pegajosa, densa, y que la luz de un fósforo o lámpara no se terminara y las ruedas de las alas sin brújula no sirven para observar el horizonte, esperado y deseado, buscando a una mujer donde su amor nunca termina solo en el filo de sus labios como un abismo. Y puedes decir que amas por primera vez los encantos de la vida o decir que caminas, tocas, hueles, gustas, oír y ver; pero nada es cierto.
Estás más ausente que la soledad, estás peor que un fantasma huyendo de su sombra que devora tus apariciones. No te abandones. Pinta imaginarios colores. Aunque ignores floras, ingrávido, donde la inerte materia yace tal sueño podrido mientras aún sin vida sobrevive renaciendo en tu muerte, sagrada y divina.
Es en este astillero de mar te embarcas solo, el espíritu te acompaña y te guía al lugar donde crees acercarte es alejarte. Es eterno el instante de vida, no te olvides.
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Y aparece el Humano. El artista pintor Joaquín Ricardo Aguilar. Pinta los días y las noches en su cueva espiritual. Su persona puede ser o convertirse en cualquier cosa. Algo que no le importa al color. Es tema inútil de otros. Porque es fácil desgarrar la piel ajena y difícil descascarar tu piel y mudarla al destierro de la humildad.
Su pintura es su biografía así como mi perro es mi biógrafo. Fiel. Él y su pintura bastan para enfrentar virtudes y pecados de su ser y no de otros. La abstracción expresionista con su baba de emociones protege y oculta como crisálida la mariposa mientras despiertan las semillas. Los colores aletean al amanecer.
Ante el sol despigmentan sus alas el efímero vuelo tal polen feliz agitando sus colores. Su pintura es una loca barroca sinfonía sin partitura. Sus polícromos sonidos aturden, desconciertan, una piel ambarina es la miel intuitiva de su sentir que une las pigmentaciones emocionales del concierto. Surgen contrapuntos de paz y tranquilidad en la contemplación insoportable de la razón de las dimensiones y fechas y títulos y firmas y curriculumortae que sucumben ante los aplausos.
Pero el artista no es un teatro de espectadores. Es un instrumento que nadie puede tocar ni poseer. Es un mar que no descansa y su espíritu no reposa desde el leve reflejo hasta las impetuosas olas ante el salvaje cielo nebuloso ni ante las estrellas amenazantes. El artista no vacila en pintar otra pincelada en su negro desierto lienzo.
Estando así las manos manchadas la pintura, obra, puede ser lo que los ojos quieren ver o convertirse en lo que no existe en los ojos. Pero hay un sentir, sendero, donde las ciegas huellas llegan y el palpitar se asombra de la luz del espíritu. El color queda plasmado tal sentimiento nervioso y mortal como al nacer sin pensar morir. Libre, espontáneo, ingenuo y juguetón. Tiene vida y es la sustancia del color.
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En su pintura el color recorre las chacras del espinoso arcoíris. Y el desgarre inicia su presencia. No es la desintegración de la luz del prisma. Es la luz del color integrado en la emoción filosófica del espíritu. Nos referiremos a su paleta Kundalini donde siete colores son siete serpientes bicéfalas entrelazadas como un arcoíris trenzado que solo pinceladas del artista liberan. Erguidos los colores su rojo es el centro como el sol donde giran los colores sin leyes científicas que saben del universo pero no del microbio. Entonces los colores ni giran y sube el violeta y desciende el amarillo y al revés sin gravedad. El des magnetismo espiritual manifiesta un rostro diurno y otro nocturno. Sus ojos diurnos son tierra roja y lo indecible escupe esperma y ovula genes y desaparece del óxido de metálicos riñones pero su coxis tal diosa espera su retorno. Sus ojos diurnos es tierra naranja de amarga cáscara su dulzura de fruta como la próstata inflamada del placer que goza su creativa eyaculación. Su rostro que atardece es tierra amarilla que crece como vientre mamando su ego al arrasar estómago y páncreas para parir una vida más.
Ya no hay tierra en sus ojos nocturnos y musgoso el cielo verde congelado vomita constelaciones como flor escondida en el fruto sus labios sonríen al polvoso corazón. Sus ojos de medianoche siente enyugada su nuca y ahorcada de tiroides exhala un vapor celeste turquesa imitando a la voz muerta, y su amor cegada de sueños por su lengua guadaña entrará el reino de la vida eternamente. Pero la noche no ha terminado y sus nocturnos ojos solo el recuerdo del azul es el último color en extinguirse. Es la mente un tercer ojo que su ósea sonrisa no verá nunca más. Y solo queda a sus nocturnos ojos, nada que puede verse porque nada existe, una sombra violeta en la cabeza de la mollera asustada por la vida que regresa.
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Si por lo antes que ignorabas no sabías no preguntes quién es Joaquín si no deseas escucharte, solo observa tu sombra y sabrás dónde está tu sol.
Sus pinturas no son de este arte. Son viscerales, orgánicas, sangrantes recorren los colores de su espíritu o del espectador si tiene. Iguales todos sin mezclas, crudas y puras, que sin venas se coagulan testigas de la emoción de vivir para amar. Enjaula o libera tus fieras o tus aves para el artista queda su pintura de radiantes y delirantes colores.
¿Me entendés?