Marlon Chicas
El tecleño memorioso
Traigo a colación la época de estudiante en mi amado Instituto Nacional José Damián Villacorta de Santa Tecla, en la que era tradición que alumnos del extinto Centro Técnico de Instrucción Policial (CETIPOL), hoy Instituto Especializado Superior Academia Nacional de Seguridad Pública (IES-ANSP), nos instruyeran antes del 15 de septiembre, sobre técnicas de marcha.
En la explanada del Damián, bajo un candente sol, iniciaba nuestra instrucción militar, delegada a hombres de origen campesino, analfabetos o semi-analfabetos, muchos de ellos, lo que provocaba, entre nosotros, risas por el lenguaje tan montés que utilizaban. Entre algunos instructores, recuerdos a “Pelo Lindo”, bautizado con ese mote por su puntiaguda cabellera al estilo “Jaragua” de Napoleón Rodríguez Ruiz. El susodicho era bajo de estatura, tez rosada, voz grave, labios anchos que expresaban enérgicamente, un “atención fir”; o un “conversión a la de…” y finalmente un: “¡callarse!”. Estas célebres palabras las acompañaba poniendo el dedo índice sobre su ancha boca campesina.
Por esas fechas, el Damián Villacorta carecía de pabellones centroamericanos, limitando la formación de las escuadras de honor. Conocedor de que algunas instituciones no participaban el 15 de septiembre, me ofrecí, ante las autoridades del instituto, para solicitar el apoyo a un religioso colegio de la ciudad, logrando de su rígida directora, el préstamo del mencionado recurso, aquel año de 1985.
Pero como “no siempre se come pollo todos los días”, en 1986, me avoqué con la misma petición del año anterior, al mismo colegio, siendo atendido por la nueva directora, una religiosa de voluminosa proporción, mofletuda y de mirada inquisidora. Luego de escuchar mi solicitud, su cara mutó de rosa a roja, externando las siguientes palabras “¡No señor, no joda…! ¡Compren sus propias cosas! ¡Qué se han creído!”. A lo que el flaco muchacho que yo era, por aquel tiempo, respondió, con una avergonzada sonrisa en sus labios “Gracias hermana, por tan generosa colaboración, que Dios le bendiga”, mientras la obesa monja, mostrando su prominente trasero, se alejó rápidamente.
Pasado este incidente, continuamos con nuestra formación militar con el único objetivo de “poner en alto el nombre de la institución” (¡como se decía entonces!), para lo cual hubo que despercudir la única camisa y pantalón del uniforme, lustrar los zapatos, y lograr que, el director de la época, mi estimado mentor y amigo Héctor Rosa Villalobos, me donara un par guantes para la ocasión. Tuve la honra de portar el estandarte del instituto, marchando bajo el ardiente sol, más por honor, que por gran condición física, ante la mirada de propios y extraños en las calles y avenidas de mi querida Santa Tecla.
Años más tarde, en mi calidad de ex alumno, continué ensayando a las escoltas de honor. Afortunadamente ya por ese tiempo, no hubo necesidad de ningún encuentro con pesadas religiosas. ¡Al fin, la institución había comprado lo suyo! ¡Únicamente queda el recuerdo, de esa época, cuando los símbolos patrios tenían tanta relevancia! Importante no olvidarlos, pero también importante reenfocar, más culturalmente, estas fiestas patrias.