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Autogolpes de Fujimori y de Castillo

Isaac Bigio
Politólogo economista e historiador
En abril 1992, Alberto Fujimori cerró el Congreso e instauró un gobierno de excepción. 30 años después, Pedro Castillo quiso hacer una cosa similar. Mientras el primero logró instaurar una dictadura y gobernar durante más de una década, el segundo se autodestruyó y dio paso a que fuese vacado y arrestado. ¿En qué se asemejaron y en qué se diferenciaron estas acciones y por qué un se impuso y otra fue derrotada?
Autogol.
El miércoles 7 antes del mediodía, el Presidente Castillo leyó un mensaje desde su despacho decretando la disolución del Congreso, el toque de queda, un Gobierno de excepción que regirá al país con decretos y nuevas elecciones legislativas y constituyentes. Estas eran propuestas similares a las que el 5 de abril pronunció Fujimori.
Este último dictó esas medidas a los 20 meses de su mandato constitucional, mientras que Castillo lo hizo a más de 16 meses de haber llegado a Palacio. Fujimori hizo esa acción de manera muy planificada y tras haber logrado materializar el apoyo de las fuerzas armadas y policiales y también de la clase dominante. Todos ellos y Washington aceptaron dicho autogolpe, pues tenía mucho peso el argumento de que era la única forma de derrotar a la subversión maoísta.
Castillo, en cambio, anunció esas medidas de manera muy sorpresiva y descoordinada. Incluso en la forma en la cual él leía un papel se notaba nerviosismo y confusión. Tomó esas medidas sin tener el respaldo de ninguna de las instituciones armadas o estando rodeado de su Gabinete o de los altos mandos. Al parecer, ni siquiera fue discutido o aprobado por el consejo de ministros.
Una medida medianamente inteligente hubiese haber sido realizar ello en la noche y tomando previa o simultáneamente las instalaciones de los poderes legislativo o judicial. Además, decretó el cierre del Congreso cuando este poder estaba sesionando. En vez de movilizar a las masas o a las tropas en contra suya, le dio alicientes a este para que votase por vacarlo. Al final, la mayoría de las 5 bancadas pro-castillistas votaron por vacarle. Solo 6 congresistas votaron en contra de destituirlo. Uno de sus exprimeros ministros (Bellido) se abstuvo y otro votó por echarlo (Valer).
Castillo bien pudo haber esperado 3 a 4 horas para cumplir con su palabra dada en la noche anterior y haber ido al Congreso para derrotar la moción de vacancia. Todos los analistas coincidían en que la presentada por Málaga iba a quedar malparada. No iba a contar con el voto de al menos los 2/3 del Parlamento. Ello hubiera implicado que saldría airoso esa noche y dispuesto a pasar a la contraofensiva.
Castillo se equivocó pensando que había ganado la lealtad de las FFAA, con las cuales quiso congraciarse. Mantuvo todas las políticas contra subversivas y las tropas de EEUU en el país. Quiso lograr su propia «captura del siglo» en el VRAEM. Aceptó que el Perú fuera la única democracia del mundo en incinerar y dispersar el cadáver de una persona muerta tras casi 3 décadas en prisión por terrorismo. Homenajeó al exdictador Morales en su muerte y reivindicó la acción de Montesinos para recuperar la embajada nipona, pese a que se ejecutaron rendidos extrajudicialmente.
Ningún analista previó que Castillo pudiese cometer semejante torpeza. Ha sido el error de alguien demasiado inmaduro o desesperado. Si tenía a todo el aparato militar, policial, congresal, judicial, mediático y fiscal en contra, una medida tan osada solamente se pudo haber dado sacando a un millón de personas en las calles, para que con estas se pudiese cerrar el Congreso.
Encima, no dio ningún justificativo legal o constitucional para implementar su medida. Ni siquiera propuso restaurar la constitución de 1979 y abolir la de la fuji-dictadura, con la cual quedaba sin piso el Tribunal Constitucional y varias otras normas legales.
Nunca antes un Presidente peruano ha cometido un error tan grave y se ha autodestruido así. Fue él mismo quien se autovacó y entregó su cabeza en bandeja ante los leones. Con el tiempo se sabrá mejor que condujo a que Castillo se cometiera ese hara-kiri que tanto deben estar festejando los Fujimori. No puede descartarse que él haya sido inducido a hacer ello con falsos informes de inteligencia.
Hara-Kiri.
No solo había mentido al país al decir que iba a acudir al Congreso, sino al haber reiterado muchas veces que él no planeaba disolver al Parlamento. La orden dada fue por nadie acatada. Varios de sus principales ministros fueron los primeros en renunciar y él acabó siendo apresado cuando trató de desplazarse fuera de Palacio, presumiblemente para buscar asilo en alguna embajada, como la mexicana.
Una de las razones que asustaban a la derecha en querer vacar a Castillo es que ello hubiese podido generar una explosión social (algo que alertó su ministro Salas). Quien presentó la segunda moción de vacancia, el almirante (r) Montoya afirmó que esa se iba a dar con una cuota de sangre mayor que la condujo en noviembre 2020 a la caída de Vizcarra.
Para Castillo hubiese sido preferible que el Congreso hubiese decidido su vacancia (cosa de la que carecían de votos) para que él luego apele al Tribunal Constitucional, a la Corte Interamericana o a la OEA, y, sobre todo, a las masas. Lo que hizo fue el peor disparate que pudo haber cometido. En el fútbol hay muchos autogoles de casualidad, pero este parecía haber sido uno en el cual se sacaba al portero del arco y se le pateaba a toda fuerza un pelotazo directo a las redes.
Castillo se autodisparó un balón, gracias al cual él ha quedado remplazado por su vicepresidenta Dina Boluarte.

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