Por Wilfredo Arriola
Detenerse a pensar, vaya lujo de hoy en día. El ruido, las reuniones, los estudios, el ir y venir de las calles, confirmar la cita, postergar la cita, mirar hacia el pasado y recordar aquel tiempo que ya no es este, hoy es un tiempo distinto, quizá como lo mencionan algunos “no el nuestro” sino otro, que nos pertenece de a ratos… ahí radica el meollo, ¿sino son estos nuestros días? ¿cuáles serán? ¿y sí lo fueron aquellos? ¿Dónde están?
Esta suma de cosas envolventes hace que ciertas actividades cotidianas cobren sentido. Comer a gusto, volver del trabajo caminando por ciertas calles, regresar de los estudios con la serenidad de haberlo dado todo, jugar con los amigos y reír después de la partida, conversar con un viejo amigo, sentirse vivo o por lo menos detectar que aún hay cosas que nos hacen sentir despiertos lejos de ese ajetreo diario. Con esto no quiero hacer énfasis a la vanidad de lo somero, al gasto de tiempo de las redes sociales sin que pase nada, a las conversaciones secas de siempre que redundan en lo mismo, hay algo más, después de ese tiempo muerto.
Detectarlo es estar a un paso de la salvación, ignorarlo será someterse a esa cámara virtual que nos enloquece de poco en poco sin darnos cuenta. Retomar aquel libro sin terminar, hacer algo por primera vez, volver a las viejas pasiones, tal cual lo menciona Borges: “Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos”. Si este tiempo no se parece a los del pasado ¿Por qué no hacer de este uno mejor? La respuesta no es fácil, ya que cuando se mira alrededor lo que más suele encontrarse es vacío de los que a su momento estuvieron y hoy por tantas razones no están, incluso, ni el que uno fue es ahora con aquella integridad adolescente, y está bien el cambio, está bien mutar de ese pasado, pero no dejarlo morir con la voracidad de estos días cargados de rapidez mas no de sentido.
Se necesitan cómplices, tiempo, voluntad, deseo, pasión, sobre todo. Un paquete sencillo de escribir, pero con una profundidad abismal al inclinarse al mirar hacia adentro. No sabremos si aún lo conservamos o queda de nosotros ese fuego que estalla en la mirada, quizá de a ratos y cuando lo encontremos y lo transitemos, es sin duda, reparar en tomarnos el tiempo de disfrutarlo. Detenernos a pesar, como cuando narra Eduardo Galeano, la experiencia del padre con su hijo y su primera experiencia de mirar el mar. Van juntos y el niño asombrado de lo que ve, se queda atónito ante tanta hermosura, y le dice: “Ayúdame a mirar, ayúdame a mirar…” La maravilla de la novedad es parecida también al reparo de disfrutar ciertas cosas que sin pensarlo se acaban, ahí también es de decir: Qué nos ayuden a disfrutar… que nos ayuden a disfrutar lo que en algún tiempo se acabará. Hay momentos que es digno celebrar la vida, los hay a diario, basta reconocerlos.