Erick Tomasino,
Escritor y Poeta
Me consideraban la reina de todas las fiestas a las que asistía. Quizá por mi cabello rubio espejismo o mis ojos de somnoliento deseo. Total era la más deseada. Siempre cobraba por adelantado porque ya tenía experiencia con tipos malapaga. Usted sabe, hay que ser precavida en todo hasta para abrir las patas. Una no se mete con cualquier fulano solo por así nomás. Hay que procurarse sus estímulos. Una verga suculenta o un buen fajo de billetes. Yo prefiero lo segundo a lo primero porque el dinero contante y sonante es real. Lo otro puede ser una ilusión que desilusione. Y de eso yo se bastante.
La verdad es que a los tipos les gustaba cómo me les encaramaba. Como con el neón de mis sonrisas les reptaba salada sobre sus carnes. Y la inocente gesticulación que les actuaba cuando les hacía creer que me complacían al mismo tiempo que les susurraba que puta miamor qué rico. Así les limitaba al tiempo. Yo sabía simularles fantasías a los ingenuos.
Para algunos yo era un artefacto intervenido por el maltrato, el delito perentorio de sentirse deseada y ajena, de cualquiera menos de una. Pero aun así me amaban o eso decían. Yo igual no les creía. Una aprende a discriminar los discursos y pensar en el marido que ya no volverá y en los hijos que a saber qué diablos andarán haciendo. Porque a una la pueden acusar de cualquier cosa menos de dejar a los hijos valiendo verga, por algo se mete una en este negocio.
Porque esta cosita rica tiene su historia y sus tristezas, no crea que todo es gozo, también a una se le escurren los sentimientos por los ojos. A veces me embriagaba y le contaba las puntitas a las estrellas, con los ojos así como de gata taciturna. Por la mañana amanecía de culumbrón tratando de recordar las ovaciones pero sólo me venían los golpeteos de mis nalgas que sonaban como aplausos en los muslos peludos de algún cliente grasoso y jadeante. Aprendí a contar las embestidas para romper mis propios records.
A pesar del sufrimiento me ponía linda y me daba mis gustitos. Me vestía como la actriz que triunfa en la alfombra roja. A los tipos les encantaba verme así, porque para mujeres sufridas les bastaba la de la casa. A mí no me miraban así aunque lo fuera, pero eso no les importaba. A mí tampoco me importaba. Yo sabía que con menearles el chunchucuyo así… les bastaba y para mi sacarles el billete era suficiente.
Decían que era la reina porque les gustaba mi cadenciosa forma de explotarles los fantasmas a la rutina. Pero sobre todo lo que más les gustaba era que cuando sonaba mi canción predilecta, lo mandaba todo a la mierda y estirando las piernas en un salto así como este… con movimientos de una diva de Tropicana, sensual y ajena, bailaba como un David Lee Roth en versión de putero de mala muerte y ya con eso me daban mi propina o me invitaban a un wiski con promesas de sacarme de este chiquero… o por lo menos escribir una historia que hablara sobre mí.