Por David Alfaro
15/03/2025
Margaret Mead, influyente antropóloga cultural, definió la civilización a través de un gesto fundamental: el cuidado del más vulnerable. Para ella, el primer signo de una sociedad avanzada no era la creación de herramientas o la construcción de monumentos, sino la evidencia de que alguien había protegido a otro en su momento de mayor fragilidad. Mead fue consultada sobre el primer signo de civilización y respondió que era un fémur roto y sanado. Explicó que, en la naturaleza, un animal con un hueso roto no sobrevive porque no puede huir ni buscar comida. En cambio, un hueso humano sanado demuestra que alguien cuidó de la persona herida, proporcionándole alimento y protección. Para Mead, este acto de compasión y cooperación era el verdadero inicio de la civilización.
A la luz de este concepto, lo que ocurre en El Salvador bajo la barbarie de la dictadura de Bukele no sólo es antidemocrático; es profundamente anticivilizatorio.
Bukele no sólo concentra poder y elimina libertades individuales, sino que desmantela los pilares básicos de cualquier sociedad que aspire a llamarse humana y civilizada: la protección de los ancianos, los enfermos, los niños, las mujeres embarazadas y los presos. En su gobierno, en lugar de atender a los más vulnerables, se les abandona, se les priva de lo esencial y, en muchos casos, se les extermina.
Los ancianos pobres: condenados a la miseria
Uno de los golpes más crueles de su administración ha sido el recorte de la pensión básica universal. En una sociedad civilizada, la vejez debería ser sinónimo de descanso digno, después de toda una vida de trabajo y sacrificio. Pero Bukele los ve como estorbo. Privados de su pensión, muchos están condenados a la indigencia o a la dependencia absoluta de sus familias, quienes a su vez luchan con la crisis económica.
La salud pública: hospitales en ruinas, desabastecidos y muertes evitables
El sistema de salud, que ya arrastraba problemas estructurales, ha sido golpeado por recortes presupuestarios brutales. La falta de insumos médicos, equipos deteriorados y una atención cada vez más precaria se traducen en muertes que pudieron evitarse. La negligencia es política de Estado. Las consultas tardan meses en ser asignadas, los tratamientos se retrasan y los hospitales, en lugar de ser lugares de curación, se han convertido en trampas mortales para quienes no pueden pagar atención privada. En el Hospital de la Mujer han eliminado los exámenes, dejando a las mujeres embarazadas en el abandono.
Educación: una generación condenada a la ignorancia
Si un país decide recortar la educación, está decretando su propia ruina. Bukele lo ha hecho con una indiferencia escalofriante. Escuelas en ruinas, cierre de centros educativos, reducción de desayunos y paquetes escolares. Despidos de maestros. Cierres de escuelas. Todo esto condena a miles de niños a una educación deficiente o, peor aún, a la deserción. No hay interés en formar ciudadanos críticos ni profesionales capacitados; lo que importa es una población analfabeta, ignorante, sumisa, fácil de manipular.
Las cárceles: centros de tortura y exterminio
La violencia de la dictadura no se limita a la miseria económica y social. En las cárceles salvadoreñas se ha instalado un régimen de tortura sistemática. Muchos presos que no han sido juzgados ni condenados, mueren por enfermedades no atendidas, desnutrición o brutalidad carcelaria. La excusa de la “mano dura” oculta una realidad más oscura: el asesinato extrajudicial como política de control social.
Bukele: el líder de la barbarie
En la escala de civilización que plantea Mead, Bukele se ubica en el extremo opuesto. Su gobierno no protege al débil, lo extermina. En lugar de garantizar el bienestar, siembra el miedo. No construye, destruye. No salva vidas, las sacrifica en nombre de su poder. Su régimen no es sólo una dictadura política; es un atentado contra la esencia misma de la humanidad, de la civilización.
En el futuro, cuando los historiadores estudien este período, no verán un país que avanzó, sino una sociedad que, bajo el liderazgo de un solo hombre, retrocedió a la barbarie.