Barcelona/dpa
Eran sólo los octavos, pero pareció que lo que se festejaba en la noche del miércoles en el Camp Nou era una final, un título de los grandes, una “Champions”. O una venganza largamente esperada.
Rugía la hinchada azulgrana enloquecida y aún incrédula, y celebraban los jugadores del Barcelona unos encima de los otros, unidos en una piña delirante después de protagonizar uno de sus mayores gestas deportivas, si no la mayor.
Las Copas de Europa y las Ligas conquistadas en su glorioso pasado parecían quedarse pequeñas al lado del 6-1 que Lionel Messi, Neymar, Luis Suárez y compañía acababan de firmar frente al Paris Saint-Germain en los instantes finales de un duelo increíble, de infarto.
En el minuto 88 del choque de vuelta de los octavos frente a los franceses, el Barcelona, que perdió 4-0 en París, ganaba solo 3-1 y se despedía de Europa.
Ocho minutos después, Neymar había rubricado un doblete y Sergi Roberto -que, según bromearía su técnico después, “perdió el gol en juveniles”-, había culminado una remontada histórica que clasificaba a los azulgrana para los cuartos de manera épica y saciaba su sed de venganza.
La habían cultivado de manera casi silenciosa en las semanas que siguieron al 4-0, cuando medio mundo los dio por muertos con hirientes críticas a su penosa imagen y a su pobre fútbol en París.
No lo estaban, pero pocos abrieron la boca para decirse vivos. Apenas el locuaz Gerard Piqué y Luis Suárez se atrevieron a pedir públicamente a su hinchada que soñara, que siguiera creyendo.
También Luis Enrique, el entrenador, había reivindicado todo lo logrado por su equipo, después de anunciar que no seguirá al frente del banco azulgrana la próxima temporada.
El miércoles, cuando Sergi Roberto culminó la vengativa remontada, se lanzó a la cancha, enloquecido, emulando a su antecesor, el expresivo Josep Guardiola.
“Es que esto ha llegado después de pasar el luto”, dijo Luis Enrique, una hora después de haber corrido a abrazar a sus jugadores como si fuera un sprinter.
“Después del 4-0, nos dieron por todos los lados, especialmente a uno, porque, aunque no leo, me entero de todo”, añadió el entrenador del Barcelona, con ánimo vindicativo.
En el vestuario, festejaban aún algunos de sus jugadores, exultantes. Minutos antes, sobre el césped del Camp Nou, la fiesta había sido aún más grande.
Allí, en el mismo lugar donde habían conquistado y celebrado títulos, hinchada y jugadores se frotaban los ojos para asegurarse de que no estaban soñando, de que habían sido los primeros en los más de 60 años de historia de la Copa de Europa en voltear un 4-0 en contra.
La afición aplaudía, gritaba y hasta lloraba, emocionada por la gesta que su equipo había protagonizado y le había hecho vivir.
Los jugadores saltaban, se abrazaban, se tiraban por el césped, más que felices tras añadir a su ya fabuloso currículo otro hito inédito en la historia del fútbol europeo.
“Lo de hoy es difícilmente explicable con palabras, es como un guión de película de terror”, dijo Luis Enrique una hora después de haber salido corriendo del banco para unirse a la fiesta de sus pupilos, enloquecido.
“Éste es un deporte de chiflados, único, y ningún niño ni adulto olvidará esta noche en su vida”, añadió el entrenador del Barcelona, ya mucho más calmado, en la sala de prensa del Camp Nou.
“Siento un chorro y un torrente de sentimientos, aunque no soy de emocionarme; pero lo he disfrutado como los demás”, añadió el habitualmente parco Luis Enrique.
Sobre el césped del Camp Nou se le había visto eufórico como pocas veces. Casi tanto como algunos de sus jugadores, que tardaron más de diez minutos en abandonar la cancha donde agradecían el incondicional aliento de su afición.
“Hay euforia y desahogo en el vestuario”, confesó Javier Mascherano, habitualmente el portavoz más sereno de los azulgrana.