Por Damian Wroklavsky/ Eugenia Logiuratto
Brasilia/AFP
Voto por voto, diputado por diputado: la feroz guerra de trincheras parlamentarias sobre la destitución de la presidenta izquierdista de Brasil, Dilma Rousseff, entró en su fase decisiva.
Una comisión parlamentaria aprobó en la noche del lunes, por 38 apoyos contra 27, un informe no vinculante que recomienda a los diputados que voten por dar continuidad al proceso de impeachment de la mandataria ante el Senado, tras once horas de inflamados debates.
La pelota está ahora en el campo del pleno de la Cámara de Diputados, que se reunirá a partir del viernes en un clima de extrema tensión para decidir el destino de la mandataria, acusada por la oposición de maquillar las cuentas públicas.
Los partidarios de su destitución deben conseguir los votos de dos tercios de los diputados (342 de 513) para que el proceso siga al Senado, de lo contrario la causa será enterrada definitivamente.
Si el proceso supera esa barrera, y la cámara alta ratifica después la decisión, Rousseff sería apartada de su cargo por un plazo máximo de 180 días, a la espera de que el Senado diera su fallo definitivo.
Tocados, pero no hundidos
El lunes por la noche, el bando presidencial buscaba motivos de esperanza en el voto desfavorable de la comisión especial, representativa de las fuerzas presentes en la Cámara de Diputados.
«El resultado está dentro de las expectativas del gobierno», comentó el jefe de gabinete de Dilma Rousseff, Jaques Wagner.
«Obtuvimos el 41,5% contra el impeachment en la comisión, lo que, proyectado a la escala de la cámara, debería garantizarnos 213 votos». Suficiente para desactivar la bomba de la destitución.
Con el desenlace acercándose, los ánimos arden en Brasilia, mientras los ciudadanos se dividen en dos bandos cada vez más hostiles.
Hasta el punto que las autoridades instalaron vallas a lo largo de la explanada de los ministerios, fuera del Congreso, para separar a los centenares de miles de manifestantes de ambos lados que se esperan en la capital el fin de semana para presionar los debates del plenario de la Cámara.
De un lado, la marea verde y amarilla contra Rousseff y, del otro, una multitud roja «anti-golpe».
Los «pro-impeachment», en su mayoría procedentes de las clases medias blancas, acusan a la presidenta de haber arruinado a Brasil manipulando las cuentas públicas para lograr su reelección en 2014 y disimular el alcance de la recesión.
Galvanizados por el fraude a Petrobras, devastador para la coalición del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) en el poder, claman contra «el gobierno más corrupto de la historia» de Brasil.
Enfrente, la izquierda denuncia un «golpe de Estado institucional» conducido por las «élites burguesas».
«¡Golpistas!», gritaron el lunes los diputados oficialistas de la comisión parlamentaria frente a sus rivales de la oposición. «¡Fuera Dilma!» «¡Fuera PT!», vociferaban los otros antes de cantar a pleno pulmón el himno nacional.
Operación Lula
Mientras, el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva (2003-2010), mentor político de Rousseff, lucha en la línea de frente para tratar de salvar a la mandataria.
Investigado en el megaescándalo de corrupción en Petrobras, el nombramiento de Lula como ministro lleva casi un mes paralizado por la Justicia, y sólo se espera que el Supremo Tribunal Federal (STF) emita una decisión al respecto el 20 de abril.
Pero eso no le impide negociar activamente desde un hotel de Brasilia. Allí trata de convencer a diputados de partidos secundarios a votar contra el impeachment, con la promesa de ministerios y centenares de puestos en el seno de la vasta máquina gubernamental.
Negociador durante el día, Lula es también un acalorado orador en la noche, como este lunes cuando animó una manifestación de artistas contra «el golpe de Estado de terciopelo», organizada por el célebre cantante y escritor Chico Buarque.
«Estos golpistas deberían acordarse que perdí varias elecciones desde 1989 y que nunca me quejé. Ahora, bastó con que ganáramos de 2002 a 2014 para que la élite brasileña muestre su verdadera cara», lanzó el exlíder sindical.
«Hace un año y cuatro meses que no le dan tregua a la presidenta Rousseff, que no la dejan gobernar», añadió. «Yo les digo: ‘aprendan con Lula, ¡sepan esperar!'».
En caso de que la mandataria fuera finalmente destituida, sería el vicepresidente, Michel Temer, un veterano político de 75 años y casi tan impopular como Rousseff, quien asumiría el poder de forma interina hasta el final del mandato en 2018.
Dirigente del gran partido centrista PMDB, que recientemente protagonizó una dramática ruptura con el gobierno, Temer cometió el lunes un increíble error que le valió el calificativo del «mayor traidor de la historia de Brasil» por parte de un diputado izquierdista.
El vicepresidente reconoció haber divulgado involuntariamente un discurso «al pueblo brasileño» que había grabado en su celular ensayando para el supuesto día en el que asumiera el lugar de Rousseff.