Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Un líder es diferente al resto porque no piensa en sí mismo, buy piensa en los demás. Se convierte en un misionero de ayuda y consuelo, healing en la inspiración para que los demás sigan adelante; no se condena al silencio, viagra sino que grita mientras sea necesario hacerlo… tal como lo hizo Monseñor Romero. Y se convirtió en un mártir.
No creo que Marino Samayoa haya disparado con el conocimiento de que se convertiría en el verdugo de un Santo. Es más, no creo que tenga conocimiento de la diferencia del bien y del mal, porque sino jamás hubiera percutado y nunca hubiera cumplido las ordenes que le diera Roberto d´Abbuison, quien es señalado como el autor intelectual del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y dolorosamente se le rinde homenaje con monumentos y nombramientos de calles por algunos que al parecer no se dan cuenta de lo delicado de su historia. Sin embargo, la historia al final termina recompensando a quien lo merece y demostrando quien no.
El plan piña al parecer no logró lo que esperaban sus asesinos. Querían callar la voz de Romero porque era un líder, un hombre que influía e inspiraba; y no sólo un hombre, un obispo católico que se atrevió a hablar desde el púlpito lo que otros callaban, tal y como lo hicieron Rutilo Grande y Ernesto Barrera Motto. Hablar. Ese delito terrible durante la represión.
Miles de personas eran desaparecidas, torturadas y asesinadas ¿Y había que callar? No, para Romero era abrir su boca y denunciar, sumarse a las masas no para protestar en las calles, sino para ayudarles en sus problemas. Gracias a Romero existió Tutela Legal del Arzobispado, la cual fue cerrada cerca del año de su beatificación. Romero jamás hubiera clausurado sus puertas, seguramente seguiría con tesón los procesos y continuaría denunciando las irregularidades que vería. No se callaría, aunque lo amenazaran. Ese tipo de hombres son los que faltan en el mundo para denunciar corrupciones, delitos, ingratitudes, violaciones a los derechos humanos. Hay miles que deciden a riesgo de sus vidas entrar en estas luchas, pero siempre son necesarios más, muchos más.
Romero no buscaba la gloria personal, ni ser reconocido. Buscó defender al pueblo, abrazar al pueblo, luchar por el pueblo. Y sabía que su vida estaba en riesgo, y aún así lo hizo como miles de camaradas que ofrendaron sus vidas durante el conflicto armado con el deseo inquebrantable de mejorar las cosas, de terminar con la represión, del respeto de la vida. Ahora Monseñor se convierte en el primer beato salvadoreño, un beato que desde el 24 de marzo de 1980 es un santo para los salvadoreños y el mundo.