Licda. Norma Guevara de Ramirios
@guevara_tuiter
Por fin llegó el momento en que Monseñor Oscar Arnulfo Romero se convirtió en Beato; aguardamos con la menor espera la palabra “Santo”, cialis la cual el pueblo proclama también lo sea desde la decisión de la más alta jerarquía católica. De todas partes vinieron generosos a ser y sentirse parte de la beatificación. Demos gracias a quienes con esperanza se hicieron presentes en la ceremonia, sovaldi sale procedentes desde las comunidades más alejadas del país y desde muchísimos países del mundo. Y demos gracias también a los jefes de gobierno que se han pronunciado para expresar como suya la alegría del pueblo salvadoreño.
Viene ahora una etapa nueva que encierra una gran responsabilidad, patient llevarle como era, al corazón de la gente, especialmente de las nuevas generaciones. Esto nos ubica inevitablemente en un período complejo de la lucha de liberación del pueblo del cual emergió con toda su grandeza.
Para las organizaciones populares, comunales, sindicales, estudiantiles y profesionales, es necesario preguntarse y buscar en la historia reciente de nuestra patria, los hechos que movieron a grandes contingentes de masas populares a actuar con entereza en defensa de la vida, de los derechos humanos, de la dignidad humana en el tiempo en que Romero se manifiesta con tanta fuerza al lado de los pobres y de la justicia, sin importar las amenazas que sufría.
Para las fuerzas políticas, especialmente para el FMLN que surgió de esa lucha de resistencia y liberación en el mismo año en que Monseñor fuera asesinado, es obligado aportar en la construcción de la memoria histórica, en la lucha por la verdad y en la ponderación del influjo del ejemplo de Monseñor Romero y de muchos otros mártires; en el ascenso de la lucha que se prolongó hasta alcanzar los Acuerdos de Paz y que en todo momento estuvo acompañado por autoridades de la iglesia católica identificados con Monseñor Romero. Nadie puede planificar un flujo revolucionario, este simplemente se da y de él emerge el papel de las personas en el curso de la historia, a Monseñor Romero le tocó decidir su propio rol en la cresta de una real situación revolucionaria en nuestro país. Es el pueblo en su fuerza colectiva reaccionando a una situación como la que vivíamos bajo una dictadura oligárquico militar agotada, la que produce los liderazgos que presentes o ausentes físicamente nos impulsan a luchar.
Se dijo en la ceremonia de beatificación que nuestro país mucho ha cambiado, y es cierto, pero es tanto el desajuste estructural que Romero señaló como guía espiritual, que persiste en mucho y debemos tener la fuerza para superar esas realidades de desigualdad, marginalidad, exclusión, y pobreza. Entonces es más que oportuno el momento en que su Santidad el Papa Francisco regala a nuestra patria primero la declaración de “Mártir por odio a la fe” y luego de Beato; porque nos obliga a volver a la raíz de nuestros males y en condiciones diferentes a las que existieron en el momento del magnicidio, disponernos a unir fuerzas, voluntades y amor a la patria para avanzar en los cambios reales y simbólicos emprendidos ya.
Monseñor con su verbo claro y fuerte puso la señal del camino para el cambio a un pueblo afanoso de justicia, ahora debemos caminar teniendo como guía ese pensamiento, no como simples frases aisladas sino empeñados en entender su arquitectura completa. Ubicó Monseñor el origen de nuestros problemas en la desigualdad, acompañó la defensa de la vida, tomó opción preferencial por los pobres, invitó al cambio de actitud, a la conversión y hasta a desobedecer las órdenes de matar. Abundarán los empeños por desfigurar la nitidez de su pensamiento, pero difícilmente lo logren si la mayoría actúa con la verdad. Si nuestro pueblo no se confundió en aquel momento de tribulación en el que mataban a monjas, sacerdotes, catequistas, gente humilde, al propio Monseñor Romero y se atentó contra el pueblo que acompañaba sus funerales; ahora que es otro tiempo, mayor es la responsabilidad de contribuir a que esa verdad emerja y evitemos que sea opacada y tergiversada.
A los católicos que por tantos años mantuvieron firme el reclamo de declararle santo, que ante el silencio elevaron su voz convencida y esperanzadora, nuestro respeto y nuestro agradecimiento. De ellos y ellas debemos aprender porque han sido auténticos Romeristas. A los no católicos que han defendido la verdad de los hechos y han mantenido en alto la divulgación de su legado, infinitas gracias. Es hora de que la mayoría del pueblo salvadoreño hagamos nuestro ese legado y luchemos unidos por una vida más justa y humana, la que defendió nuestro Beato. De nosotros y de nuestra América.