Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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A veces reclamo lo que no doy, pido paz y siembro hostilidad, requiero derechos y ninguna obligación, apelo al compromiso y yo mismo me desentiendo de auxiliar al que me interpela en el camino. Es importante, por tanto, que cada cual tome libre su tiempo, pero que recapacite en la realidad y en aminorar este estado salvaje que aún tenemos en buena parte del planeta. El mundo tiene que cambiar de política, quizás también de líderes, pues el momento nos exige activar otras mentalidades más dispuestas a donarse, sin tantos intereses mundanos. De boquilla hablamos de políticas inclusivas y fomentamos una cultura de exclusión como jamás. También de palabra, que no de obras, vociferamos por una migración segura, ordenada y regular, y a la hora de cooperar, nos quedamos en la retaguardia.
Por eso, bienvenidas las iniciativas globales que innovan y crean alianzas entre diversidades. Esto es lo primordial, avanzar en acogernos y compartir. La gente no puede seguir moviéndose de forma caótica y peligrosa, es menester salir del territorio irracional, para poder remover otros horizontes más armónicos para todos. De ahí, lo trascendente que es mejorar la colaboración entre países, pues cada día habrá más gente en tránsito, deseosa de ser acogida y dispuesta a ofrecer lo mejor de sí. Pensemos que somos hijos del tiempo, pero también de la acción conjunta. ¡Aprendamos a organizarnos!
El mundo ha cambiado y las iniciativas globales encaminadas a defender la equidad, la justicia y la dignidad humana, son las claves para no quedarse en el intento evolucionista. Hemos de despertar. Tomar vida, ya no solo por la de uno, también por la de los demás. Tampoco sirven ya las promesas. Hay que universalizarse con otro corazón, de mayor apertura y consideración por nuestros análogos. Con demasiada frecuencia, se olvidan o se dejan de lado los valores humanos y esto es un gran riesgo. La destrucción de la especie empieza por esa pasividad e indiferencia de luchar por los derechos del prójimo y por los nuestros también. No se puede terminar persiguiendo a los que defienden la verdad, y sus principios éticos, mientras determinados gobiernos impulsan permanentemente el espíritu corrupto. Esta atmósfera nos retrocede. Tampoco nos une, nos divide. A propósito, es para mí motivo de gran pesar constatar como algunas gentes son cada día más discriminadas. Esto no es de recibo. Por desgracia, el conflicto global de los principios humanos es un triste escenario. Nos merecemos otra sintonía más real y armónica entre todas las sapiencias, con mayor respeto hacia toda vida, por minúscula que nos parezca. Por consiguiente, hemos de instar a otros comportamientos más coherentes y caritativos, si en verdad queremos la unión y la unidad de todo el género humano.
Las iniciativas globales no sirven con presentarlas al mundo únicamente, hay que llevarlas a buen término armónicamente. El tiempo de sermonear ha pasado. Ya sabemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos fortalece a toda la tribu. Y que estos derechos humanos nos conciernen a todos, y cada día hemos de cultivarlos. En consecuencia, hemos de estar en el momento del ejercicio, del trabajo de acercamiento y de disponibilidad al diálogo cooperante. Sin dilación, además, vayamos a ese mundo que gime y sufre. Nos espera con urgencia. Ellos nos precisan, pero también nosotros les necesitamos, para accionar al menos nuestra conciencia humana, y ver que las vicisitudes entre nosotros se superan colectivamente. Lástima que nos hayamos deshumanizado tanto, que nos dejásemos robar ese discernimiento de familia, algo innato que todos llevamos consigo, o no hubiésemos madurado en la verdadera esencia de lo que somos, parte de un todo, predestinado a ser luz en vez de tinieblas.
Indudablemente, que nadie se confunda, y se considere feliz atrapado en el dominio de ese orbe de cosas, puramente materialistas y dominadoras. Me niego a ser esclavo de lo que no necesito. Niéguese, por favor. Digerir distinto es ya un adelanto, al menos es una huida de este desorden moral que sufrimos en la actualidad, que nos ahoga y nos acosa en sus propias penurias. Quitémonos, al fin, este endiosamiento de que lo sabemos todo, y pongámonos a servir humanidad en territorios de nadie, donde cada criatura, verdaderamente en concordia, ha de tener y ocupar su lugar. Escuchémonos. Ganaremos en fraternidad y veremos como la prevalencia de los trastornos mentales retrocede, y deja de causar esos efectos considerables en la salud de las personas, con graves secuelas a nivel socioeconómico y en el ámbito de los derechos humanos en todos los pueblos.