Por Mauricio Vallejo Márquez
Se pueden adquirir y perder experiencias, vida y posesiones a lo largo de la vida. Es un dar y recibir continuo en lo que vamos recorriendo este mundo. Aunque al final todo puede ser ganancia, pero eso depende de la forma en que tomemos las cosas. Y eso se va mejorando con la madurez, aunque acumular años no necesariamente sea adquirir sabiduría. Existen personas que envejecen y jamás maduran. Y en ocasiones, uno puede ser así.
Cumplí 43 años, aunque no sea una noticia que interese mucho al resto del mundo, para mí es un día importante porque me recuerda que vivo. Nací el domingo 2 de diciembre de 1979 a la 1:45 de la tarde en la Policlínica, sobre la 25 avenida Norte, a la par del Externado de San José, donde estudié mi primaria. Mi nacimiento lo relató mi padre en esos libros que se vendían antes para documentar ocasiones especiales y a lo largo de mi vida, cuando se acerca diciembre, escucho a mi madre contar la experiencia, en la que algunas veces surgen detalles que no habían sido contados. Nací en San Salvador, en tiempo de guerra civil y de esperanza. Quizá por eso enfrentamos la crudeza de esos días como parte de la cotidianidad, total cuando tenía un año y medio desaparecieron a mi papá y la guerra había tocado a mi familia y a su economía, aunque nos dejaba la esperanza de que su martirio era una cuota para la paz venidera y un mejor El Salvador. Así que sabía de persecución política y realidad, así como la extraña y tensa tranquilidad de guardar silencio en esos días que los colores y las relaciones solían ser peligrosas. Sobreviví.
Mi mamá se esmeró por celebrar mis cumpleaños hasta los once años. Luego aquellas piñatas con juegos de sillas y mar y tierra llenos de regalos pasaron a ser partidas de pastel y algún tiempo de comida. No puedo quejar del cariño de los míos, mis tíos y abuelos son geniales. Cada uno me dio tanto de ellos como pudo y su generosidad me ayudó a que mi barco se mantuviera a flote para lograr pasar esa etapa de adolescencia a la adultez, el enfrentamiento de las responsabilidades que llegan con la mayoría de edad y todas las cáscaras con sus consecuencias en sus caídas que al final nos llevan a apuntar cuatro décadas y seguir contando.
Hoy me siento bien conmigo mismo, he aprendido a aceptarme y aceptar mi realidad; sin dejarme hundido en ella, pero tampoco a perderme en esfuerzos imposibles por corregirla por la sencilla razón que la vida es así: existen cosas que puedo cambiar y cosas que no. Mi rostro no está tan estrujado como pensaba que se iba a ver al pasar de los 40, tengo pocas canas y sin lugar a dudas mejor condición física que en la mayor parte de mi vida, con buenos pulmones y hasta la fecha invicto de COVID. Y eso en parte es interesante, porque me imaginaba a la gente en estas edades como si fueran personas no saludables y con dificultades para moverse. La vida sigue, aunque se apunten dificultades y desvíos. Uno sigue escribiendo su historia y siendo parte de la gran historia de la humanidad, aunque a pocos les dé por conocerla.
Así que en estos 43 años retomaré mis sueños como metas por cumplir, seleccionaré las que pueda hacer y tendré más fe en poder realizarlas. Saldaré mis deudas educativas y seguiré aprendiendo. Procuraré ser más ordenado para realizar proyectos en mis aficiones. Pero sobre todo me esforzaré en ser feliz con mis valores y creencias, porque al final es lo que importa. Bienvenidos 43.