Londres/dpa
Se retiró del modo más triste y sin los honores que le correspondían. Pero, como señaló uno de sus compañeros de equipo después de verlo hundido el sábado en el Estado Olímpico de Londres, el legado de Usain Bolt “vivirá por siempre”.
Esa última carrera inacabada en el coliseo londinense, por un calambre fatal, no podrá empañar todo lo que el astro jamaicano, el mejor atleta de la historia para la mayoría, le ofreció a su deporte.
Como aseguró el legendario mediofondista británico Sebastian Coe, el hombre que hoy dirige el atletismo mundial, Bolt es al atletismo lo que Muhammad Ali fue al boxeo. O Michael Jordan, al baloncesto, por seguir con las comparaciones.
Aunque pocos, por no decir nadie, las aguanten dentro de su deporte.
Porque, aunque hubo muchos otros atletas que conquistaron grandes logros -los estadounidenses Carl Lewis y Michael Johnson, el etíope Haile Gebrselassie, la también jamaicana Merlene Ottey o la estadounidense Allyson Felix, por citar algunos- ninguno tuvo la repercusión del 11 veces campeón mundial y ocho veces campeón olímpico, dentro y fuera de las pistas.
El mismo Bolt que el pasado sábado yació tendido en el tartán del Estadio Olímpico de Londres, interrumpido en su cita con la gloria por un calambre en los isquiotibiales, fue el hombre que llevó los 100 metros a tiempos inimaginables: 9,58 segundos, una centella.
Y después hizo lo mismo en los 200 metros, la prueba que más le gustó siempre: 19,19 segundos.
Bolt fue también el atleta que obligó a todos su rivales a superarse a sí mismos y a correr más veloces que nunca para intentar seguir su estela, batirlo en alguna ocasión.
Sólo lo consiguió el estadounidense Justin Gatlin, en estos Mundiales de Londres, los del adiós y el ocaso del astro, en la final del hectómetro.
“Nuestra rivalidad siempre fue sana. Él me hizo un mejor hombre y un mejor atleta. Estoy orgulloso de haber competido todos estos años hombro a hombro con él”, dijo entonces Gatlin, sentado al lado del hombre que lo había apartado una y otra vez de casi todos los éxitos a los que aspiraba.
“Fue una noche mágica para el atletismo y también para Bolt, que sigue siendo el mejor del mundo”, añadió el único atleta que logró derrotar al mito en una final de un gran campeonato, la de los 100.
Bolt, claro, esperaba más de los Mundiales que había elegido, finalmente, para despedirse. Quería hacerlo por todo lo alto. Con otro doblete dorado que añadir a su extraordinario palmarés.
Y aunque no lo consiguió, el calor que recibió del público demostró hasta qué punto caló la estrella jamaicana en los corazones de los fans.
Porque, al margen de conquistar título tras título con apabullantes exhibiciones, el “Rayo”, como pronto le empezaron a llamar, supo rodear cada uno de sus éxitos de su particular espectáculo, todo un entretenimiento extra para los aficionados. Bolt no parecía humano cuando salía de los tacos -casi siempre lento- para surcar, luego veloz, los 100 o los 200. Pero, antes de cada carrera y en cuanto cruzaba los tacos, era el hombre más cercano del mundo.
Sus gestos -el del arquero tras cada victoria-; su conexión con los hinchas, su permanente exposición a los focos sin rehuirlos ni caer siempre en los habituales lugares comunes acabaron de convertirlo en un icono mundial, en el ídolo al que todo el mundo admiraba y los niños querían imitar. “Mi hermano pequeño corre los 100 metros y lo hace porque, tanto él como sus compañeros, sólo se fijan en Bolt; quieren ser como él”, contó el dominicano Juander Santos, hermano del subcampeón olímpico Luguelín y finalista en los 400 vallas en Londres 2017.
Con el fenómeno Bolt creció todo el atletismo; el interés por un deporte que, pese ser accesible a todo el mundo, no acababa de cuajar entre el público.
El hombre más veloz más planeta atrajo a miles de espectadores a los estadios, a millones a los televisores, y a medios de comunicación de todo el mundo para seguir sus pasos.
Los Mundiales de atletismo no tendrían la cobertura que hoy tienen si no hubiera habido un Bolt.
Aunque algunos le reprochen al astro haber reducido el atletismo a su ya legendaria figura y a las pruebas de velocidad.
Sea como fuere, la “obra” del jamaicano más famoso del mundo junto a Bob Marley es incuestionable.
A punto de cumplir 31 años, cansado y visiblemente envejecido, decidió que la paraba aquí. Ya está en la historia, con capítulo aparte. Sus sucesores tendrán que correr mucho para poderla igualar.