Borracheras

Gabriel Otero

Esta columna no es para gazmoños ni moralinos, tampoco para los que se acabaron el alcohol del mundo en una noche, no es una apologética del beodo aunque se refiera a las borracheras y crudas dignas de antologarse, esas que se recuerdan como encuentros irrepetibles.

¿Cuántas veces mutaremos a un estado inconveniente durante nuestra vida? Las suficientes, sean para celebrar o estar tristes, para reunirnos con quienes amamos o exorcizar los demonios que llevamos dentro, pero igual que en cualquier relación, hay que evitar a toda costa, beber sin motivos y la rutina de los tres tragos diarios, eso es alcoholismo rampante.

Hay que saber beber y moderarse, y comer antes de hacerlo, esta es una norma sagrada, el estómago vacío propicia una borrachera segura y rápida, la euforia y los mareos nos invadirán y la resaca se siente como el arribo de la muerte, trémulos nos arrepentiremos de lo bebido como borrachines contritos.

Beber implica todo un aprendizaje. Para un principiante, los shots, de tequila o mezcal, son peldaños para llegar al remolino, una mezcla de sensaciones desagradables, la tierra y la animación giran sin cesar hasta que la boca pastosa exclama incoherencias y se queda dormida. Horas después, el vómito, los ojos inyectados de sangre por el esfuerzo y el abrazo a la frialdad del inodoro. A la mañana siguiente todo da vueltas, el cielo está abajo y el suelo arriba, llega la terrible cruda, la invitada indeseable.

Los bebedores experimentados creen en los poderes curativos del vodka con apio y clamato y se cortan la resaca tomando un Bloody Mary, afirman estabilizar sus niveles de deshidratación con el jugo de tomate, y con un par de bloodys se alistan para digerir el brunch. Otros prefieren la mimosa, una copa de champán con jugo de naranja, para refrescar y aligerar el mal de los intestinos, y el remedio más común es la socorrida cerveza. Entonces para el crepúsculo estarán listos para conquistar el universo.

El whisky es la bebida del atardecer, un escocés servido en un vaso old fashioned es un acompañante para la contemplación y qué decir del vino, nada le quita su sinceridad a un buen shiraz australiano, o a un Malbec argentino. Y la ginebra posee su encanto y sabor a perfume, pero en la garganta inadecuada puede tener la fuerza de un arma de fuego.

Y aunque bebamos con moderación y pasemos meses sin probar una gota de alcohol, aún quedan muchas borracheras por vivir.

 

 

 

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*Gabriel Otero. Fundador del Suplemento Tres mil. Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.

Ilustración del autor de Jonathan Juárez.

Ilustraciones elaboradas con inteligencia artificial.

 

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