BOTAS DE VARIAS LEGUAS
Por Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y editor Suplemento Tres Mil
Amaba mis botas. Eran las primeras botas militares o junglas que lograba conseguir y las lustraba con ahínco para dejarlas brillosas por temporadas, pero en ocasiones se me olvidaba del betún y las dejaba adquirir paños. Fue un intercambio que cada uno le dio su valor, el amigo porque se llevó mis tacos y yo que me lleve las junglas. Él quería jugar fútbol, yo quería botas para recorrer más de siete leguas con ese estilo. Estábamos a mano.
En mi adolescencia a mediados de los años noventa estaba de moda vestir con botas o con zapatos All Star, como calzado y de vez en cuando unas zapatillas tenis o unas sandalias que no eran vistas como parte de un seguidor de grupos como Iron Maiden o Black Sabath. Sobre todo para mi tribu urbana: los que decíamos ama el rock. La búsqueda de discos de las bandas más reconocidas era el pan diario y lo hacíamos con esos atuendos como si se tratara de uniformes. En esos días escuchábamos un programa de radio llamado Dentro del metal en la radio Cabal. Gracias a ellos y a los chicos del rockers club se desarrollaba el intercambio de discos y cassettes que alimentaban el camino al heavy metal y todos los metales que derivan y la maravilla asistíamos a esos canjes y conciertos precisamente con las junglas o con All Star. Los canjes se desarrollaban en centros comerciales y eran sumamente efectivos.
Mario Catalán era un distribuidor y quizá el más conocido porque tenía excelente material. Bueno, al menos era alguien que tenía buena música para cambiar o vender, así como es un acucioso lector y amante del arte. Además era muy respetado entre los personajes de cabello largo y camisetas negras y recuerdo que siempre iba de botas, al menos yo siempre lo vi así: camiseta negra, jeans azules desteñidos y botas de cuero negro.
Creo que la gran ventaja de las junglas es que tenían varios kilometrajes de duración. Caminé miles de kilómetros con ellas hasta que las suelas quedaron pachitas y el cuero que cubría la horma terminó por agrietarse y romperse. Obviamente no iban a ser para siempre, sobre todo con lo que caminaba.
En esos días logré conseguir otro par de junglas, igual de negras, pero sin las plantillas de acero y con punta de cuero. No eran igual de intimidantes para mí, eran más inocentes. Esas duraron un poco más en mi poder, pero un día unos amigos de lo ajeno entraron a mi casa y me dejaron huérfano de las últimas junglas que tuve. Desde ese día no me volví a hacer de unas junglas, tengo algunas botas pero ahora tienen otra forma y uso otros tipos de calzados.
Sin embargo, me siguen gustando las botas. Quizá es un resabio de aquellos años de metal, prendas negras y botas de cuero. Años en que el cabello largo era un distintivo común de quienes escuchamos rock. Ahora solo queda el recuerdo y de pronto el deseo irresistible de volver a devorar camino con un buen par de botas, que no sería mala idea para seguir andando.
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