Brasilia/Prensa Latina
Brasil decidirá hoy en urnas su futuro al elegir un presidente entre un extornero mecánico, considerado el gobernante más popular de su historia reciente, y un exmilitar devenido en un político ultraderechista que ambiciona reelegirse.
«No queremos más odios. Una victoria del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva acabará con cuatro años de crisis económica, corrupción, mucha hambre y violencia política que instauró un genocida», declaró a Prensa Latina la profesora Daniela Braga, de 46 años, en clara alusión al mandatario Jair Bolsonaro.
Braga, quien ejerció su derecho al voto en un colegio electoral en Taguatinga, región administrativa del Distrito Federal, afirmó que el exmilitar hizo regresar a su país al mapa del hambre y lo aisló de la comunidad internacional.
«Lula nos colocó en el centro de muchos eventos e incomoda mucho como ahora Bolsonaro nos convirtió en una nación relegada, excluida», argumentó la maestra de idioma Español.
Vaticinó un triunfo del candidato del Partido de los Trabajadores (PT) que seguirá la línea de otros países del área en que postulantes progresistas ganaron los comicios presidenciales.
«En Chile llegó al poder Gabriel Boric y desde 2019 en Argentina está Alberto Fernández», refirió Braga, esperanzada en que Lula entrará nuevamente al Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo).
Más de 156 millones de brasileños retornan este domingo a urnas para decidir si se quedan cuatro años más bajo el poder conservador imperante desde 2018 o retorna la izquierda, con promesas de reconstruir y duplicar los logros sociales de los gobiernos del PT (2003-2016).
Sumergido en una provocadora campaña electiva desde el 16 de agosto, el gigante suramericano trepidó ante embrollos de violencia política que, hasta con sangre mancharon días, y percibió cómo la polarización supera las diferencias entre clases sociales y religiones.
Investigaciones certifican que, de cada 10 brasileños, ocho dicen creer que existe una tensión excelsa entre personas que defienden banderas partidistas diferentes.
Tal discordancia brotó de la crisis económica que enfrenta el Gobierno del exoficial, con escandalosos números de inflación y desempleo, y 33 millones de personas pasando hambre.
Se suma a lo anterior los casos por la pandemia de Covid-19, que aún enlutan a las familias (cerca de 700 mil muertes), y los recurrentes ataques sin pruebas a las urnas electrónicas y al sistema electoral que protagonizó Bolsonaro, salpicado además por denuncias de corrupción.
Teniendo en cuenta ese funesto panorama, las indagaciones aseguran que en el plebiscito asediará el bolsillo de los electores, es decir, vuelve el llamado voto económico.
Quienes estudian sufragios conceptúan que resulta posible evaluar las posibilidades de reelección solo observando pocos indicadores clave: su índice de aprobación, la tasa de desocupación, la inflación y el crecimiento del Producto Interno Bruto.
Para analistas, el avance de la inflación adquiere un valor electivo específico en la carrera presidencial y Bolsonaro, al parecer, no la tiene toda consigo.
«Me siento triste porque 12 años después de dejar la presidencia, creo que Brasil está más pobre», reconoció recientemente Lula en una entrevista concedida al periódico británico Financial Times.
Admitió que ahora encuentra más desempleo, más personas pasando hambre, bajo «un gobierno con bajísima credibilidad dentro y fuera del país».
La Justicia Electoral confirmó que el exdirigente obrero ganó la primera vuelta de referendo del 2 de octubre con 48,43 por ciento de los votos válidos y el exparacaidista, pretendiente del Partido Liberal, tuvo 43,20.
Ambos disputan el balotaje, al no lograr en ese primer pleito la mayoría absoluta de votos, es decir, más de la mitad de válidos (excluidos blancos y nulos), como establece la legislación nacional para ser electo.
Los graves inconvenientes relacionados con el bienestar imperan en la cresta de las inquietudes de los brasileños, quienes definen este domingo su futuro oculto en urnas.