El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil ha puesto a pensar a muchos sociólogos y analistas de todo tipo sobre el futuro del gigante de Sudamérica. Desde el progresismo la preocupación debe ser cuál es el futuro de la izquierda en América Latina, que viene siendo amenazada desde su resurgimiento cuando en Brasil se funda el Foro de Sao Pablo, bajo el liderazgo de Lula, y que llevó a que movimientos o partidos de izquierda asumieran el Gobierno mediante procesos electorales.
Daba la impresión que las izquierdas por fin iban a gobernar sus respectivos países, sin más quebrantos que las contradicciones propias de los vaivenes políticos coyunturales, que en tanto son tales, se les puede dar solución sin mayores convulsiones político sociales.
No obstante, cuando esas convulsiones son producto de planes muy bien elaborados por el imperio y las fuerzas oscurantistas criollas, apoyadas por sus históricos y fuertes aparatos mediáticos, a los que se les suman las redes sociales, los gobiernos de izquierda se han visto desarmados, a excepción de Venezuela, y no han podido reaccionar a tiempo.
A lo anterior hay que agregar los errores propios de los gobiernos y partidos de izquierda que no lograron leer las grandes expectativas que ocasionaron en el electorado, y que, además, se dejaron arrebatar las banderas históricas de la izquierda como la lucha contra la corrupción y la transparencia, entre otros.
En Brasil ha pasado algo así, la derecha tejió toda una telaraña de corrupción contra el Partido de los Trabajadores (PT), en las figuras históricas: Lula y Dilma Rousseff. El primero, sin prueba alguna está condenado y en prisión, y la segunda, sin cometer delito le dieron golpe de Estado.
Los brasileños, en particular, y los latinoamericanos, en general, no solo nos daremos cuenta de las mentiras y las patrañas contra Lula y el PT, sino también del giro radical que el nuevo liderazgo político le dará a Brasil, en detrimento de las grandes mayorías.
Y es que no se puede esperar nada bueno de racistas, homófobos y defensores de la pena de muerte como lo es Jair Bolsonaro, lástima que los brasileños se habrán dado cuenta tarde.
Pero como dice el expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, “no hay derrota definitiva, los únicos derrotados son los que bajan los brazos”. Y esto es lo que debe entender el PT, pues, también como decía Schafik Hándal: “la lucha continúa”.