Por Wilfredo Arriola
Hay momentos en que toda manifestación de la vida parece tan corta, tan veloz, que pareciera que hay un hueco donde nos hemos perdido en el tiempo. Ese momento especial que ha durado tan poco, una mirada, un beso, el abrazo repetido de la complicidad. Todo es tan corto, tan sucinto. “Lo breve si bueno, dos veces bueno” afirmaba Baltasar Gracián, no es para tanto, decir de más, a veces está por demás.
Las sentencias finales de las cartas, el conciso mensaje de los telegramas, firmas con una escasa oración al final, dejándose un poco la piel, o toda, pero de una forma disimulada. En lo breve residen las despedidas, las noticias que cambian el rumbo de las cosas, un sí o no. El mundo gira entorno de una sola palabra, y en estos tiempos, un “negativo” o “positivo” podría cambiar el rumbo de las cosas.
En lo breve, se encierran grandes sentimientos que resulta demasiado largo dar tantos detalles que podrán afear o poner en tela de juicio la sentimentalidad. En la película Cuando Nietzsche lloró, Josef Breuer envía una sentencia a su amada, resumiendo lo aquilatado de sus emociones: “Desde hace mucho tiempo ya, nuestra amistad prendía de un hilo, un hilo que consistía sobre todo en decepciones pasadas y favores a su ostentosa necesidad, que nunca se volvieron a mi favor, en mi estrecha necesidad de ti. No perderemos nada cortándolo, usted sabrá más que nadie lo que este momento significa para usted, el resto es silencio”. Fue el punto final para una relación de años que podría definirse solo en unas cuantas palabras, tener esa habilidad es de gran manera una forma elegante de traducir el sentir en lo verdadero, en el arte de la brevedad y las palabras o cuando Blaise Pascal definió lo siguiente al hecho de sellar una, enunciado: “He hecho esta carta más larga de lo usual porque no tengo tiempo para hacer una más corta”. En la brevedad que pasaría como sinónimo de lo sencillo, se esconde algo más, concentrar lo necesario para la economía verbal o escrita.
En la desesperación de querer saber la verdad del futuro, nos sumimos en la desesperanza de la ansiedad, en ese exceso del mundo interno que se inventa uno a partir de lo que uno quisiera o temiera. Quisiéramos en lo positivo las laureadas palabras “Si”, y en lo negativo, una extensa explicación del porqué y la justificación es ahora nuestra arma consoladora, entre más larga mejor, entre más nos explique el fracaso será más determinante considerar lo que se sufre. En lo breve la alegría y en la derrota la ancha calle de la consideración. Comprender es una cosa, aceptar conlleva algo que la brevedad no lo digiere de un solo tajo. A pesar de que unos osados, siempre piden a quema ropa las verdades, de una silaba depende la sonrisa o la tristeza.
Un poema breve, que nos concluye a veces también resulta más fascinante que uno de varias cuartillas.
Karmelo Iribarren, en su poema “A veces sucede”, abre y cierra de la siguiente forma: Me senté en la terraza. /El silencio era absoluto. /Veía encenderse y apagarse las luces interiores de las casas. /Un viento suave, húmedo, me acariciaba el rostro… /Es el mundo –me dije–, y es un lugar maravilloso/. Breve, como un golpe a la conciencia que se volverá largo en la noche de nuestra conciencia. Suerte, ánimo, éxitos, prosperidad, lucha, entrega, esfuerzo, salud, amor, paz. Palabras que siempre estén en nuestro vocabulario si se trata de establecer un vínculo con los demás. Una mirada también resumiría aquellas cosas que nos negamos a explicar, y está bien que sea de esa forma, revivivir y justificar es volver a iniciar el duelo, mientras que el gozo podría también decirse con unas tan solas palabras -aunque como diria el poeta- nada más inutil que querer explicar los sentimientos.