Por Wilfredo Arriola
“Estás flores, estas breves flores que sirvan para el recuerdo, para que sepás que no te has ido y que quizás en este 2020 todos nos acercamos un poquito”. Decía la voz que le contaba a su vecina en el mercado municipal, eligiendo las flores que iba a poner en la tumba de su madre este próximo dos de noviembre.
Estamos hechos de momentos, de recuerdos y un poco de lo que no contaremos a nadie. El día de finados siempre es una cita con el pasado. Las canciones en calidad de homenaje, el cumulo de cosas que quisiéramos contar y no podemos, pero, que, a pesar de los pesares, siempre se está ahí para hacer uso del recurso de la nostalgia y la certeza de que un cuerpo que esta sepultado nos escuchará. Llegar, situarse enfrente, mirar el panorama, creer por un momento que no estamos solos, aunque en ese momento la compañía pudiera resultar única y exclusivamente aquel, aquella que no está, y eso llenaría totalmente nuestro mundo. Sacudir con las manos limpias la tumba, mirar sus colores, remover el polvo de la cruz, ver la tibia imagen, recordarle, recordarse a uno mismo frente a quien ya no está y saber en quién nos hemos convertido, si a lo que respondemos será de gloria o de desdicha, como pregunta que solo tendrá su respuesta en la imaginación. Suspirar, todo a coro, quizá de las lágrimas que empiezan por querer buscar la salida que patrocina el recuerdo.
No es fácil, y para los que no lo saben, solo es cuestión de tiempo. La muerte, como lo escribí tiempo atrás, es esa noticia ya sabida pero cuando sucede sorprende como novedad. Se llevan flores, pero es la insignia, la excusa. Uno va para contar, para saludar un poco más de cerca, para que nos vean, para -considerar y aspirar- también a la conversación ya no posible. Unos se estrenarán, con flores, con huellas, con siempre algo nuevo que querer contar, porque en estas visitas nada es superfluo, uno quisiera querer conversar hasta del clima y que siempre llueve y que aquel negocio se consolidó, que ya hay nietos, que tu equipo favorito ganó, que nos hemos graduado, que aquella casa ahora es una realidad, que se ha hecho este fin de semana la comida que a ti te gustaba, que tu silla siempre estará para ti. Uno quisiera, uno anhela. Vamos para eso, para que los que no te conocieron, aunque sea sepan escuchar historias de ti.
Que tenemos planes a futuro, que al final los secretos entre nosotros ya no existen porque ahora han pasado hacer mi imaginación. Se llevan flores, para constatar lo bello sobre lo bello, por lo que ya no está.
Un año más de acortar distancias, no lo sabemos, pero con no saberlo no se detiene la ecuación. Dentro de nosotros nadie se marcha, quedan entre nosotros, anécdotas, enseñanzas, pasajes, chistes, frases, un poco de todo. Combatir con la nostalgia se hace huyéndole, pero existe el dos de noviembre, del qué no se puede huir. Una reunión y más que eso, una conversación para informar en quién nos vamos convirtiendo, mitad con orgullo, mitad con vergüenza. Al final, un acto de sinceridad como los que consolidan las relaciones de verdad. Y para los ojos, ¿No hay mascarilla?…