Oscar A. Fernández O.
El marxismo no es sólo una teoría de la historia y la sociedad, health tras sus ideas hay una voluntad de transformación social y para que esta transformación sea posible es necesario denunciar y luchar contra las injusticias y las incoherencias del sistema.
El alcance cada vez más restringido de la regulación política estatal y su debilidad para garantizar una democracia participativa, buy viagra a través de afianzar los derechos de la población y su aportación al desarrollo político social, depende de fuentes internas y externas. En lo externo la pérdida de soberanía se ve socavada por la supremacía de las corrientes financieras internacionales y el poder de las instancias supranacionales que ya han sido mencionadas. Internamente, la centralidad del estado está desafiada por la creciente complejidad de nuestras sociedades, que acentúan su diferenciación y desintegración, sin contar con un centro de coordinación político. Estas restricciones a las que se ve sometida la política nos obliga a reparar en factores que redefinen el papel y el lugar que siempre ha representado.
Debemos preocuparnos por comprender que la creciente autonomía del capital financiero, en las últimas dos décadas, en el contexto de la globalización y la difusión de nuevas tecnologías de comunicación, se inscribe en el marco de una ingeniería global que establece que la economía (mercado) debe operar como un dominio despojado de toda regulación política, lo cual les otorga un poder de veto de facto, sobre la política oficial, pues su presión sobre los gobiernos es continua.
Que la pérdida de “poder adquisitivo en las urnas” señalada por Habermas, es un dato ilustrativo de esta pugna entre el dinero y la política, porque ésta última puede ser doblegada por el poder del dinero generando una pérdida de poder del Estado democrático y del pueblo, lo cual urge a las fuerzas políticas y sociales a rediseñar el sistema electoral como una autoridad reguladora real, convirtiéndolo en un poder del Estado, que sea independiente y que represente los intereses legítimos políticos del pueblo.
Que se establezca, en las fuerzas políticas progresistas como un principio de transformación del Estado, una visión ampliada del poder, como explica Giddens, “que no se agote en la idea de coacción y contenga también la noción de confianza”. Esta debe ser la bandera que se agite con el pueblo, para que éste recobre la certidumbre en el estado.
Que el poder político en el marco de la centralización presupone poder estatal, de modo que cifrar nuestra esperanzas solo en el restablecimiento de la confianza, sin pasar por la reconstrucción del Estado, recuperando capacidades, cualidades, instrumentos y recursos, y un rediseño de su dimensión pública –que lo rehabilite ante la sociedad, resultará insuficiente para fortalecer los poderes reguladores y equilibradores que sustentan y exige un régimen democrático sustentado en el poder del pueblo.
Que las fuerzas revolucionarias y progresistas deben de partir del supuesto comprobado que la aparición de nuevas “clases” trabajadoras y de nuevas formas de adquisición por el capital de la fuerza de trabajo y del conocimiento, afirman una tendencia opuesta al Manifiesto Comunista, pues ya no hay una creciente simplificación de la sociedad de clases ya que el proletariado no se concentra en masas cada vez mayores. El viejo modelo de desarrollo industrial persiste, paralelamente a otro más dinámico que aumenta la exclusión y desarrolla formas alternativas de opresión.
Que debe estar claro, que la antigua identidad de la modernidad, así firmada por la nitidez de los interese de clase antagónicos “se diluye en el aire” como nos explica T. Genro. La división y la alienación de los grupos se conjugan con la crisis de afirmación de la identidad por la lógica del Estado, sustituida por la lógica del mercado.
Que las condiciones básicas para la ofensiva de una izquierda actual ya se están desarrollando por la resistencia fragmentada de diversos grupos sociales dispersos por la explotación: las luchas agroambientales, la lucha por la igualdad de género y la cultura; la creciente relegitimación del Estado ante la crisis e cohesión social y violencia promovida por el neoliberalismo; la creciente relegitimación de la intelectualidad crítica a escala mundial, después del apogeo y caída del “Fin de la historia y las ideologías”. Sólo las masas organizadas y conscientes pueden garantizar que las vicisitudes del camino revolucionario, sean superadas y cuajen los esfuerzos por construir una sociedad democrática y de justicia plena, basada en profundos valores éticos, morales y humanos de igualdad y solidaridad.
Reflexionar sobre la necesidad de una nueva política radical que consiga instaurar la democracia participativa, la igualdad y la libertad, como las utopías realizables de un mundo justo que combata la pobreza (absoluta o relativa), restaure la degradación de la naturaleza, que supedite a cualquier poder de facto, que controle cualquier forma de poder arbitrario, reduzca la violencia social, democratice la información como un bien público fundamental para la conformación de una subjetividad colectiva solidaria.
La vanguardia política histórica actual o partido del socialismo contemporáneo junto a las fuerzas progresistas, han de comprender que frente a la gran complejidad social actual, su trabajo será la organización social para que dentro de este contexto, las clases trabajadoras nuevas y antiguas, dispersas o congregadas, se transformen en la vanguardia de una nueva ciudadanía. El propósito histórico será al mismo tiempo, la instauración de la democracia participativa, el control social del Estado y la construcción de instituciones públicas independientes que apunten a un nuevo Estado democrático popular nacional.