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Brisa y lluvia. Tempestad

Karen Escalante-Barrera

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Gracias infinitas

II.

En ese momento se subió un vendedor ambulante de dulces típicos salvadoreños “vaya los dulces, vaya los dulces, de coco rayado, tamarindo, nance, quiebradientes, vaya los dulces de a cora de a cora”… andaba los dulces colgados de una manera muy ingeniosa, en una especie de percha hecha por él mismo – por lo visto – .

La gente le compraba con gusto, escogían el producto y le cancelaban los 0.25 centavos de dólar que costaba cada unidad.  Le compraban hasta tres bolsitas de diferentes dulces.

¡Vaya! – Se dijo Brisa – mejor me voy a dedicar a vender dulces en los buses, no le va nada mal a este señor, pensó.  ¿Cuántos buses abordará al día y cuánto venderá?…  Bueno, cada quien en la rebusca, de la manera que pueda.  Así se gana la vida…

El folleto aún seguía en sus manos. Ya llevaba la mitad y era una lectura de mucho interés para ella.  Por suerte no olvidó bajar en la parada siguiente, en un centro comercial, en Metro Centro, donde debía abordar el bus que la llevaría por unas cuadras más a la Universidad de El Salvador.

En ese momento recordó cómo había conocido a su novio…  Fue en un torneo deportivo, los dos participaban en el evento, pero de forma diferente. Ella estaba dentro de las competidoras, pues amaba el volley ball, el cual practicaba desde niña.  Él asistía como simple espectador.

En uno de los partidos, justo en las últimas rondas, cuando los puntos decidían el empate o el gane del juego.  Ahí se encontraba Brisa en uno de los partidos más emocionantes cuando ¡zas! la pelota se dirigía a toda velocidad hacia el público y aterrizaba justo en el rostro de un joven que cayó de pronto tendido al suelo. Ella quedó congelada.  Sentía cómo su cuerpo se erizaba de pies a cabeza y viceversa.  Todo parecía estar en cámara lenta, como si el tiempo a la vez de transcurrir, se detuviese de repente…

El partido continuó y el personal de primeros auxilios fue directamente a encargarse del joven que estaba tendido en las graderías.  Ella hubiera querido estar ahí y, por lo menos, ver cómo auxiliaban al joven.  También quería finalizar rápido el partido.  Hizo varios puntos que al final les dio el gane.  Al concluir el partido, lo primero que hizo fue acercarse al lugar donde estaba el muchacho, en las graderías, en el cual había caído “el pelotazo”.  No logró verlo entre el público y se dirigió hacia donde se encontraba el personal de primeros auxilios.

Por fin halló al joven acostado esperando a una ambulancia.  Su nariz se miraba como una enorme protuberancia sin forma.  La tenía retorcida y el rostro irreconocible, hinchado.  Lo único que ella podía hacer era darle una botella de agua y su número de celular, anotado en una página arrancada del cuaderno. Como pudo, se comunicó con él.  Le explicó que había sido ella quien le plantó el pelotazo.  Obviamente, había sido un accidente, por lo cual lo sentía mucho por él y, por favor le insistió, se mantuviera en contacto para seguir de cerca su recuperación. Él también le había dado su número telefónico, con mucha paciencia, pues estaba muy adolorido de todo el rostro.

Platicaron un rato.  Él le dijo que no se apenara, que los accidentes  sucedían y ya, no había más que hacer sino tratar de enmendarlos, si eso fuera posible y le prometió que sí estarían en contacto para que ella estuviera tranquila.

“Parece que fue ayer” -—pensó Brisa— “el tiempo pasa rápido”…

Ya se bajaba en la parada de ANDA, en la U.  ¡Y ah!, había olvidado avisarle a su novio que se cercaba de la Universidad…

Lo primero que hizo fue marcarle a Ranfis, para saber dónde exactamente se encontraba, y vio que le había mandado un mensajito de texto…  “Amor, estoy aquí donde siempre, con las pupusas y tu chocolate caliente”…

“¡Ahh que bello!” —se dijo— “habrá calculado por donde venía y menos mal que ya compró las pupusas; debo ir a imprimir un documento.  Luego de eso”.

En ese momento recordó que una madrugada había recibido un correo electrónico de su gran amor, quien pronto regresaría al país.  Había estudiado una maestría en el extranjero y venía a quedarse, definitivamente, en busca de ella, pese a que su amor estaba prohibido.

Habían hecho el intento de olvidarse mutuamente, pero las cosas no son así de sencillas.  Dejaron de hablarse por muchísimo tiempo y con mucho amor mutuo, pero en ese momento era mejor así.  Dejar todos esos momentos compartidos; era el tiempo de estudiar y hacer otras cuestiones. La separación era irreversible, al menos en ese instante.

“Su sueño se lo había advertido.  Le dio muchas señales que ella no quiso o no supo revelar… Su gran amor estaba aquí para ella, y prometió que le daría tiempo de pensar y rehacer sus cosas, sus relaciones, su vida. Estaba consternada pues ya tenía algún tiempo con Ranfis.  Pero el amor y el cariño no son la misma cosa” —pensó—  “es una decisión distinta”.

Recordaba ese gran amor, esa grandísima amistad que existía, la cual aún conservaba. Los momentos vividos eran parte inalienable de su vida y la llamaban de nuevo.  “La felicidad me llama de nuevo” —reflexionó—  “ahora debo entender y descubrir qué hacer con mi vida”…

Por un momento, mientras leía el correo electrónico, hacia la madrugada, no supo qué contestar. Se quedó helada, se petrificó, se alegró y, al mismo tiempo, se entusiasmó.  Tenía muchas emociones encontradas, tantas la invadían que no sabía cuál la gobernaba.

Se fue a tomar un baño, dejó el correo abierto, casi se mete con todo y la pijama… se dio una ducha larga; sentía que el agua la relajaba mucho y así pasó largo rato.

Luego de ducharse, se dirigió directamente a la computadora y contestó el correo.  No encontraba las palabras del inicio.  Escribía, escribía y escribía, pero siempre terminaba borrado todo. Por fin, respondió y le alegró que la comunicación se había reanudado, pues el amor siempre se hallaba presente en ambas partes.  Le entusiasmaba muchísimo el reencuentro.

Le dio enviar a la compu… En ese momento, casi en automático recibía respuesta.  Se impresionó y emocionó de nuevo.  Por el instante parecía que la comunicación vía correo electrónico, era lo que se necesitaba, así sin más.

Después de algunos correos, se dieron los números telefónicos, pero quedaron en establecer una relación tranquila y comunicarse en tiempos pausados. Las condiciones de su encuentro parecían muy drásticas, tan rápidas que necesitaban ver cómo reorganizar la vida.  Cómo lidiar en situaciones adversas. Las cosas se teñían de diferentes matices y no podían tomarse a la ligera, ni todo era lo que aparentaba…

Entonces llegó al lugar acordado con Ranfis, quien la saludó con mucha alegría. Le contó lo importante que era ella en su vida y lo feliz que estaba con ella.  Ella se sintió sorprendida y apenada al mismo tiempo, no encontró las palabras ni sabía que decirle.

“¡Bueno es hora de comer!”, le dijo ella emocionada, cuando le sonó el celular, pero ella no lo escuchó… volvió a sonar.  Ella se sorprendió y casi se echó el chocolate caliente encima.

B: ¿Hola?

C:   ¡Holaaa!. ¿Por qué no llegaste a natación?

B:   Ahhh, amiga, lo siento; lo olvidé por completo

C.  Así veo… estuvo chivísima la clase; hicimos muchas combinaciones; a ver cuándo te las enseño.

B:  Sí, si amiga, ahorita estoy terminando un trabajo para el curso de francés; te llamo luego sí.

C.  Perfecto, no hay problema. Salú.

B:  Salú

No sabía qué hacer.  Por el momento estaba con Ranfis ahí, pero ella quería estar con alguien más.  Las cosas no eran sencillas.  Se sentía incomoda y rara a la vez. Era algo nuevo. Mientras tanto hablaban del trabajo de francés.  Tenía que aprender una canción y cantarla frente a sus compañeros, dramatizarla y luego hacer una entrevista o foro, en el que todos debían preguntarse entre sí, como si ellos fueran celebridades reales.

Era un asunto loco.  ¿A quién le importa ser una celebridad? —dice Brisa.

Pues a mí no –le responde Ranfis.

Ni a mí –dice Brisa— y rieron.  Mientras tanto había que memorizarse esa canción y hacer el respectivo “drama”. Era una canción de amor —lógicamente— pero ya la sentía un poco rara, medio incómoda.

En algún momento tenía que hacerse algo al respecto, y ella pensaba en esa posibilidad. No sabía en qué instante sucedería o si en realidad ocurriría.  Era solamente una posibilidad, aunque muy probable que así resultara.

El día transcurrió muy rápido y Ranfis tuvo que irse temprano. Planeaba darle una sorpresa a Brisa el fin de semana.  Le había reservado una cena en un restaurante cercano a  su casa.  No era algo complicado, sino un lugar sencillo y muy acogedor.

Entretanto Brisa había estado toda la tarde enfocada en el asunto.  ¿Cómo actuar y cuándo?  Había hecho un recuento de experiencias vividas, de opciones a tomar y ya estaba decidida.  Quería estar con su gran amor, por fin, aun si esto representara el rechazo de todo el mundo.  Porque el amor era amor y quién lo sentía era quién decidía.

Había pensado terminar con Ranfis justo antes del fin de semana. Si había algo que hacer debía realizarlo ya —pensó—  no quería darle largas al asunto. “He tomado mi decisión, pase lo que pase”.

Entonces decidió enviar un correo electrónico a su gran amor, el cual decía así:

“Hola…

Ya no le demos más largas al asunto.

Quiero que estemos juntas.

Quiero verte

Lluvia, te amo”.

Metzi.

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