El rey Juan Carlos no abdicó sólo por un problema de edad. Más bien lo hizo jaqueado por su mala imagen y el cerco de una España en crisis. Ayudado por el bipartidismo ya nominó a su sucesor, pero muchos españoles quieren una República.
Emilio Marin
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El 2 de junio la primicia la dio el derechista jefe de gobierno, Mariano Rajoy, diciendo a una España sorprendida que el monarca había decidido abdicar. El Partido Popular haría los acuerdos necesarios en el Parlamento para aprobar rápidamente una ley con el mayor consenso para aprobar esa decisión personal de Juan Carlos y darle legalidad a una nueva etapa monárquica bajo el príncipe de Asturias, su hijo Felipe. Más tarde, al mediodía, fue el abdicante quien desde el Palacio de la Zarzuela, en el palacete que le hizo a medida el dictador Francisco Franco, ratificaba la novedad.
Dijo que él ya había cumplido 76 años el 5 de enero -con lo que podría pensarse que lo suyo fue un regalo de Reyes- y que era tiempo que una generación más joven se hiciera cargo. Así dicho, parecía que se trataba de un mero recambio de un monarca algo cansado a uno cero kilómetro, que con 46 años fue envuelto en elogios a su preparación política y militar, como integrante de las tres armas y representante de su padre borbón en cuanta ceremonia o cumbre hubo en los últimos años.
Juan Carlos no hizo autocrítica por ningún error cometido en estos 38 años que habrían llegado a 39 en noviembre. Su foja de servicios habría sido casi perfecta, pero alguna cuota de culpa debe tener por un país que ostenta el récord europeo de desempleo, con una tasa superior al 22 por ciento y un número absoluto que se acerca a 6 millones de parados (en rigor, acostados por el capitalismo y sus ajustes).
De esa desocupación, el monarca no dijo ni mu. Tampoco del fenómeno de los desahuciados, o sea de los que pierden sus viviendas y son desalojados por no poder pagar sus hipotecas. Algunos se han suicidado por esa catástrofe familiar.
Desde ya que no se puede hacer exclusivo responsable al dimitente de esos fenómenos políticos y sociales. Es igual o mayor la culpabilidad de los gobiernos del PSOE (Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero) y del PP (José María Aznar y Rajoy). Pero el rey y toda su familia de zánganos del conventillo de la Zarzuela, también tienen que ver con ese desastre del capitalismo global.
Rey decadente
La imagen positiva del rey había caído desde el 70 por ciento a la mitad, el 35 por ciento, en este último tiempo. La brusca desaceleración tenía un trasfondo social: la grave crisis económico-social recién aludida. Esta se conecta directamente con una condición cuasi semicolonial de una España que en 2003 fue alegre comensal del trío de las Azores (con George Bush, Tony Blair y Aznar) que lanzó la brutal invasión contra Irak. Y que en los últimos dos años, ya en recesión, bailó al ritmo del ajuste impuesto por Angela Merkel, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo.
La corona de los Borbones fue vista por la población española como parte de ese elenco corresponsable para que el país -junto con Grecia y Portugal- bajara a las posiciones de descenso, al fondo de la tabla.
Pero también influyó en esa caída de la popularidad de Juan Carlos los escándalos que explotaron en el seno de la familia real, como el llamado caso Nóos, donde su yerno Iñaki Urdangarin y la princesa Cristina están acusados de desviar varios millones de euros de fondos públicos a sus empresas privadas. El juez José Castro, de Palma de Mallorca, está por dictar el procesamiento de la hija del rey y ya lo habría decidido para con el yerno.
Y como ese expediente tendría elementos más que suficientes de prueba, a ambos enjuiciados se los raleó de las fotos y actividades protocolares de la familia real, como tomando distancias por si hay juicio y condena.
Además el propio rey se pegó un tiro en el pie, políticamente hablando, al aparecer de cacería de elefantes en Botswana, en 2012, en caros safaris por el África, mientras la pobreza y desempleo eran más dolorosos. Tampoco le ayudó el que se descubriera que mantenía romances con la princesa alemana y lobbista Corinna zu Sayn-Wittgenstein -«una relación especial», se dijo- comisionista de negocios varios.
Puede que la reina Sofía de Grecia lo haya perdonado, pero muchos sufridos españoles y españolas no.
«Un gran amigo»
Que Felipe, desde el 19 de junio será renombrado como Felipe VI, recibiera con beneplácito la abdicación del 2 de junio, se entiende perfectamente. Que Rajoy del PP y el renunciante líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, expresaran su agradecimiento al abdicante y su renovado apoyo a la monarquía, también se comprende. Es que el sistema bipartidista, de alternancia en el Palacio de la Moncloa, tuvo y tiene una sólida alianza con la monarquía. Componen un sistema único e integrado.
El rey y el príncipe, vestidos como capitán general y teniente coronel del Ejército, supuestamente encarnan y representan a las Fuerzas Armadas, con lo que tributan algo de estabilidad y seguridad al gobierno de turno.
Sin embargo los grandes agradecimientos a Juan Carlos no provienen tanto de esos sectores, sino del mundo empresarial. Las grandes empresas y bancos españoles hicieron pingües negocios con lubricación y mediación de la corona.
Juan Carlos y las autoridades políticas impulsaron a comienzos de los años ’90 las Cumbres Iberoamericanas; la primera fue en Guadalajara en 1991 y la quinta en San Carlos de Bariloche, en 1995, y así siguieron hasta la actualidad. En esos eventos, que fueron declinando en interés político, social y mediático, detrás del monarca, el jefe de gobierno y los diplomáticos venidos de Madrid, iban los ejecutivos de Repsol, Banco Bilbao Viscaya, Telefónica, Banco Santander y otras compañías.
Los primeros firmaban declaraciones y los otros iban haciendo negocios, ganando privatizaciones y dando créditos con altos intereses. Varias de esas multinacionales con casas matrices en la península han publicado sus balances y la mayoría de sus millonarias ganancias viene de las sucursales en países latinoamericanos.
Por eso fue tan desafortunada la carta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner donde aseguró que en España abdicaba un rey pero que la «región perdía a un gran amigo». Un lobbista de Repsol y demás compañías mencionadas no es un amigo del pueblo argentino ni de los de la Unasur y la Celac.
¿Estabilidad o cambios?
En su mensaje televisado el abdicante dijo que lo hacía en favor de su hijo Felipe y que eso aseguraba «la estabilidad» de España. Sus aliados políticos del PP y PSOE también enfatizaron ese valor que proporcionaría, en su óptica, la continuidad de la monarquía.
De allí que los dos partidos se lanzaron a una frenética carrera por hacer aprobar la ley orgánica que legalice tal abdicación y la designación del sucesor. En primera instancia una mayoría entre los 350 diputados le daría media sanción y luego harían lo propio en el Senado, de modo que el 18 de junio o a más tardar al día siguiente Felipe VI pueda jurar ante las Cortes Generales.
La continuidad puede ser un buen negocio para el rey, que cada año recibe casi 8 millones de euros para mantener a su familia de vagos, con algunos que ya ingresan en otra categoría, de delincuentes, según lo comprobaría el Instituto Nóos.
España es una de las doce naciones donde imperan reyes o reinas, algunas tan poco filo argentinas como Isabel II del Reino Unido usurpador de las Malvinas. No faltan europeos que simpatizan con esas monarquías, incluso algunos argentontos que celebraron la asunción de Guillermo de Holanda por su esposa Máxima Zorreguieta.
Pero en general las monarquías son como especies en extinción, como los dinosaurios que creyó vivos la inculta Susana Giménez.
Y en estos días hubo numerosas y bulliciosas manifestaciones en la Puerta del Sol de Madrid, pero también en plazas de Barcelona, Valencia, Andalucía, Granada, Palma y muchas ciudades reclamando el fin de la monarquía y un referéndum para volver a la República, que sería la tercera de la serie. Los manifestantes cantaban «Borbones, a los tiburones», «Borbones a las elecciones», «España, mañana, será republicana» y otras consignas. En ciudades de Andalucía se arrió la bandera monárquica y la reemplazó por la tricolor republicana.
La II República fue ahogada en sangre por Franco y sus «nacionales» (léase con zeta), con la guerra civil de 1936-1939 que costó un millón de vidas y puso una dictadura retrógrada y fascista hasta 1975.
Entre los supuestos méritos de Juan Carlos estaría -según sus panegiristas, incluida la argentina CFK- que se opuso al golpe del teniente coronel Tejero en febrero de 1981. Ese dato es real, pero no menos cierto que fue el dictador Franco quien lo designó como su sucesor en 1975, para que asumiera como rey sólo después de su muerte.
Ese recorte y parcialización de su biografía, para hacerlo aparecer como amigo de los latinoamericanos también oculta que en 2007, en la Cumbre Iberoamericana de Chile, salió en defensa del neofranquista y ex jefe de gobierno, Aznar, implicado en el golpe de abril de 2002 en Caracas, cuando Hugo Chávez lo cuestionaba. El rey pretendió hacer callar al bolivariano. Fue el tristemente célebre «¿y tú por qué no te callas?». Ese es el verdadero Juan Carlos, nada bonachón.