Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Hace tres años las cenizas del poeta y escritor Ricardo Lindo (1947-2016) cruzaron la mar del Sur, rumbo al infinito, uniéndose al Todo Universal de Nuestro Señor de los Mares. Fue el físico adiós de una personalidad, que en esta encarnación, conocimos como Ricardo Lindo, uno de nuestros más importantes clásicos contemporáneos.
Ricardo descubrió la magia de las palabras desde su infancia. Con ellas pudo convocar seres y mundos maravillosos, que habitaron los cientos de páginas que escribió. Nadie como él, para materializar la fantasía, el dolor, la belleza y la crueldad de este mundo de luces y sombras.
Conocí a don Richard, como lo llamábamos cariñosamente, hacia 1983 en un recital del bien recordado Salvador Juárez, y nuestra amistad se prolongó hasta su muerte.
La juventud del poeta estuvo marcada por ese mundo fabuloso de los años sesenta, con sus gigantescos girasoles de libertad, de bohemia, de experimentación. Pero también de dolor. Europa dejó una honda huella en el escritor. Su amor por el viejo continente lo siguió siempre, y se aunó a su descubrimiento y asunción de este trópico sensual y agreste.
A pesar de las distintas labores que Ricardo desempeñó: diplomático en Europa, profesor de arte, director de la Sala Nacional de Exposiciones, investigador, director de la revista ARS… su principal oficio fue el de escritor. Muchos volúmenes, pertenecientes a distintos géneros: poesía, cuento, novela, relato, teatro, ensayo, crítica, investigación, lo comprueban. La gran mayoría de las revistas y medios culturales nacionales, desde los años sesenta, hasta el año de su partida, dan fe de ese constante quehacer. Una labor infatigable, que también se decantó por el cultivo de la pintura, la acuarela principalmente
Un área pendiente, con la obra de Ricardo, es la selección y publicación de sus inéditos y de todo lo que el poeta dejó disperso. Estamos seguros, que cuando esto se realice, su luz nos seguirá asombrando.
Si bien sus temas se orientaron, preferentemente, hacia una lírica surrealista, si se quiere; también es cierto que Cuscatlán, el país soñado, constituyó un filón importantísimo que animó su producción.
Muy al margen de las camisas de fuerza ideológicas, y de las modas que en su momento establecieron un rígido matrimonio entre literatura y política activa, Ricardo fue fiel siempre a su particular propensión, y jamás eludió toda aquella zona de la realidad que lo conmovió intensamente, llámense los fascinantes mundos de príncipes y reinos perdidos, como la vida de nuestra gente sencilla. Fue siempre un poeta franco, que cantó su amor y dolor sin tapujos, sobre todo, en sus últimos años.
Ejerció un especial y espontáneo magisterio sobre las jóvenes generaciones de escritores que encontraron en él, un modelo de autenticidad; una fuente nutricia de entusiasmo y respeto por la palabra; y un rigor admirable en el ejercicio del oficio de escritor. La obra de Ricardo Lindo, como la de los grandes, está destinada a la perennidad del futuro.