Iosu Perales
Hace unos pocos años, en la poderosa Alemania, dimitió el ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, cuando saltó a la opinión pública que siendo estudiante universitario había copiado su tesis doctoral. Ángela Merkel, a su pesar, tuvo que aceptar el golpe duro de la dimisión. Más recientemente, Cristina Cifuentes, presidenta de la comunidad de Madrid (6,5 millones de habitantes y 20,000 millones de euros de presupuesto) tuvo que dimitir cuando se descubrió que en su currículum figuraba un máster que en realidad no había hecho. Esto ocurre en democracia.
Ahora se ha descubierto que Nayib Bukele ha copiado textos de estudios universitarios de investigación para su programa de gobierno, como si fueran ideas propias. Por si fuera poco ha presentado imágenes del aeropuerto de Abu Dhabi como si fuera su diseño para un nuevo aeropuerto. Sin duda se trata de un escándalo que debe llenar de vergüenza al candidato de Gana, pero también a todo un país que asiste a una ola mundial de críticas y burlas desde las redes sociales. Bukele ha mostrado que no tiene ideas propias, que improvisa, que frívolamente hace suyas ideas y propuestas que no han sido elaboradas por su equipo. Bukele ha querido engañar a la ciudadanía de El Salvador tratándola de manipulable.
Decir que ha cometido un delito electoral es ajustado a la gravedad del asunto. Ha cometido una estafa al pueblo salvadoreño, haciendo creer que tiene un programa de gobierno que en realidad es el resultado de un copia y pega. Lo cierto es que quienes se presentan como candidatos a la presidencia de la República establecen un contrato con la sociedad y en particular con sus electores. El punto de partida de ese contrato es la oferta programática sin la cual una candidatura no está habilitada para presentarse. Junto con el programa está la honestidad. Un candidato que ya miente en plena campaña para tomar ventaja sobre sus rivales, debe renunciar, dimitir. No está legitimado. Moralmente se convierte en todo aquello que critica.
Bukele ha tirado del hilo de la crítica a la corrupción para reclutar seguidores. Pero no hay mayor corrupción que la derivada de su fraude: él quiere que el pueblo, a sabiendas de su plagio, le vote, de tal manera que la parte de la población que le vote quede a su vez corrompida por colaboración necesaria. Precisamente, para defenderse afirma que su programa fue elaborado “por decenas de miles”, es decir, saca el ventilador y culpa a otros muchos. Pero ocurre que las partes copiadas están perfectamente identificadas y comparadas con los textos que han sido objeto del plagio. Un corta y pega se hace en un ordenador, en cuyo manejo no caben decenas de miles. ¿También el diseño del aeropuerto fue dibujado por decenas de miles? Y sus propuestas de salud, copiadas del ministerio, ¿también son obra de miles? De momento ya hay una denuncia ante la Fiscalía. En realidad, Bukele, para esconder una mentira fabrica otras mentiras. Mal camino.
Lo cierto es que esta manipulación no cabe en democracia. Por eso, como el ministro alemán que dimitió por muchísimo menos debe renunciar a su candidatura. Como la presidenta de Madrid que dimitió llorando por una pequeña mentira de adornar su curriculum, Bukele, autor de un fraude enorme, debe pedir perdón y retirarse.
Cada vez estoy más seguro de que Nayib Bukele se ríe del pueblo. Piensa que El Salvador está habitado por ignorantes que se pueden manejar a su antojo. Él es el listo, el gurú, los demás, incluidos sus colaboradores, apenas marionetas. Sería una tragedia para el país que un tipo sin escrúpulos para fabricarse un programa mediante el robo de ideas y propuestas llegara a la presidencia. Hay líneas rojas que no pueden sobrepasarse. La mentira debe estar castigada, si no que se lo pregunten a Karl Theodor zu Guttenberg y a Cristina Cifuentes.