El proceso electoral 2024, que aún no concluye, pues faltan las votaciones del 3 de marzo para elegir a Concejos Municipales y el Parlamento Centroamericano (PARLACEN), que nadie duda de quien las va a ganar, no por el excelente trabajo de los que serán sustituidos, sino por todas las maniobras que Nayib Bukele ordenó antes, durante y después de las elecciones.
La primera maniobra, y no hay que cansarse de recordarla, fue la candidatura inconstitucional del propio Bukele, pues la Constitución prohíbe la reelección continua, y aunque Bukele haya obtenido 2.7 millones de votos, será un presidente inconstitucional, un presidente de facto, dicen algunos analistas.
La otra trampa fue el manipulador y mentiroso discurso de campaña del bukelismo, al afirmar que si los más de seis millones de electores le daban un tan solo diputado a la oposición, léase FMLN, Vamos, Nuestro Tiempo y ARENA, los pandilleros o mareros serían sacados de las cárceles y el país volvería a sufrir los homicidios y extorsiones de antes de abril de 2022.
Un mensaje de campaña nefasto, que demuestra que la narrativa presidencial mantiene a la población salvadoreña sumida en el terror y ve en la figura de Bukele al “único salvador”. El miedo a que fueran puestos en libertad los delincuentes en el 52% de los votantes es tal, que el 85% de ellos votó a ciegas por Bukele y Nuevas Ideas.
Solo 500 mil votantes no creyeron en la supuesta amenaza contada por Bukele, y votaron por los partidos de oposición. Mientras que 48% del resto de los votantes, ni se dejó amedrentar por el discurso de Bukele, por eso prefirió no votar, además de que tampoco le llamó la atención el escaso discurso propagandístico de la oposición.
Una trampa más fue la inversión millonaria de Casa Presidencial en spots que saturaron la radio y la televisión, así como las redes sociales, con contenidos que recordaban la crueldad de las pandillas. O los nueve millones de dólares que Casa Presidencial invirtió en más de 50 mil paquetes alimenticios que durante 15 días previos a las elecciones fueron entregados a igual número de familias en nombre “del presidente Bukele”, por personal del gobierno y del ejército.
A las trampas anteriores hay que agregar el cambio de las reglas electorales como la disminución de diputados a la Asamblea Legislativa, el cambio del residuo por un sistema que garantiza sólo la oportunidad para los partidos grandes, en este caso solo para Nuevas Ideas.
Y como si fuera poco, Bukele ordenó cambiar todo el personal de informática del Tribunal Supremo Electoral, donde puso a uno de sus allegados, el responsable, por cierto, del manipulador sistema de la Chivo Wallet, para garantizar el triunfo por las buenas o por las malas. Que el sistema de conteo electrónico no haya funcionado no fue una casualidad, todo estaba fríamente calculado. Tampoco es casualidad que cuando el sistema se puso a funcionar duplicó y hasta triplicó los votos a favor de Nuevas Ideas.
Tampoco es una casualidad que, en el recuento, en el escrutinio final, aparecieran urnas completas con papeletas “planchadas”, sin ningún doblez, como si hubieran salido recién de la imprenta, y marcadas con plumón en vez del crayón oficial.
Pero, la popularidad de Bukele es tal, dirán algunos, que no necesitaba de las trampas para ganar el segundo periodo consecutivo. Si nos atenemos a las encuestas podríamos darle la razón a quienes opinen así, pero es que Bukele no solo quería ganar, quería que la oposición no tuviera votos, mucho menos representatividad legislativa, pues su consigna era ganar abultadamente y el resto de los partidos de oposición a cero. Cuando se inscribió ilegalmente como candidato dijo que “no se trataba de ganar las elecciones, sino pulverizar a la oposición”.
Sin lugar a duda, Bukele ganó de forma abrumadora, pero también recurrió a las trampas y al fraude como fue su candidatura