Por Colectivo Tetzáhuitl
La respuesta que Brian Nichols, Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, dio a TCS en una entrevista la semana pasada sobre la reelección presidencial confirma una vez más que Bukele sigue siendo la mejor carta para garantizar los intereses del establishment estadounidense en el país y en toda la región.
Eso de que el tema de la reelección presidencial es un asunto que los salvadoreños debemos resolver es puro “blof”, casi una respuesta pre fabricada a las que nos tienen acostumbrados los diplomáticos estadounidenses.
Estados Unidos nunca ha quitado sus ojos de El Salvador y nunca ha dejado de considerar al país como factor de desestabilización de la región que es lo que necesita su política imperial para consolidarse.
Ni siquiera en los gobiernos del FMLN, Estados Unidos hizo a un lado su política intervencionista.
La administración Obama intentó en reiteradas ocasiones, según cuenta el mismo Presidente Funes, alcanzar acuerdos políticos y económicos que garantizaran la continuidad de los intereses del capital financiero sionista, que es el que detenta los hilos del poder en ese país.
De hecho, la oligarquía financiera y de servicios que surgió al final de la Presidencia de Cristiani, jugó sin éxito el papel de intermediario en la relación entre ambos gobiernos.
Por eso es que Estados Unidos con la complicidad del dirigente del FMLN, José Luis Merino, comenzó a construir desde muy temprano una estrecha relación con Bukele, quién se convertiría en unos años en el reemplazo de los Presidentes títeres de la Oligarquía salvadoreña y de Estados Unidos, tal como fueron los Presidentes impuestos por ARENA durante 20 años.
Las supuestas contradicciones entre Bukele y la Administración Biden no pasan de ser desaveniencias pasajeras que no han afectado el funcionamiento de la maquinaria gubernamental.
Ante la mirada pasiva y hasta cómplice del Departamento de Estado, Bukele ha podido hacerse del control del Ejecutivo y de los demás poderes del Estado. Y ha podido, además, gobernar en todo este tiempo en forma despótica y autoritaria.
El gobierno de Bukele no ha enfrentado una tan sola sanción de Estados Unidos por los excesos autoritarios que este país denuncia en otros gobiernos de América Latina como Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Lo más que ha hecho es incluir a algunos funcionarios y ex funcionarios del gobierno de Bukele en la lista Engels y en las sanciones “de papel” que se derivan de la Ley Magnitsky.
Las contradicciones de Bukele con Estados Unidos se limitan al desencuentro con algunos congresistas y senadores demócratas como Norma Torres, Jim McGovern y Bob Menéndez.
Pero de ahí no han pasado.
Estos no han podido influenciar al resto del Congreso y del Senado de Estados Unidos para imponer un esquema de sanciones drásticas a El Salvador que obliguen a Bukele a cambiar.
Pese a todo, la confianza de Estados Unidos hacia Bukele no ha mermado y la mejor expresión de esta complacencia con su gobierno fue la reciente reunión de Nichols con Bukele, el mismo día que decidió inscribirse como candidato a la Presidencia en busca de un segundo mandato, a todas luces inconstitucional.
La reelección presidencial no figuraba como parte de la agenda desarrollada el día de la reunión en CAPRES, muy a pesar de que en el pasado fue un tema sobre el cual se pronunció con cierta preocupación el Departamento de Estado, luego de conocerse la resolución de la Sala de lo Constitucional que habilitaba el camino a Bukele para su reelección.
Incluso el posicionamiento de Nichols sobre el tema surgió en esta ocasión ante las preguntas de los periodistas.
De no haber sido por este cuestionamiento, Nichols habría dejado el país sin pena ni gloria.
Algunos celebran esta posición del funcionario estadounidense porque ingenuamente consideran que Estados Unidos puede y debe dejar de entrometerse en los asuntos internos del país, tal como lo hace en otros de la región.
El problema es que el Subsecretario Nichols no está siendo honesto en sus declaraciones.
Estados Unidos no está dispuesto a permitir que en su patio trasero El Salvador construya soberanamente su destino.
Y tampoco Bukele aspira a hacerlo.
Bukele sabe que sin la complicidad y el apoyo de Estados Unidos su gobierno se derrumbaría en solo unos meses.
Está urgido, entre otros problemas a resolver, de cerrar la brecha en la finanzas públicas y esto solo lo puede hacer con recursos externos.
Es evidente que Estados Unidos y la comunidad financiera de Wall Street así como la Banca Multilateral y los organismos financieros internacionales que controla la administración norteamericana, juegan un papel fundamental.
Mientras Bukele no busque otras fuentes de recursos como los provenientes de una reforma tributaria progresiva y del combate al despilfarro y la evasión de los grandes empresarios, el gobierno no tiene más opción que seguir endeudándose y seguir colocando bonos en el mercado de valores a nivel internacional.
El problema que esta alternativa de financiamiento no está en los planes de Bukele, ya que eso le llevaría a enfrentarse al poder oligárquico.
Para perpetuarse en el poder y convertir a su clan familiar empresarial en un grupo económico competitivo y con poder de incidencia en las asuntos del Estado debe mantener su alianza con el capital financiero sionista dominante en Estados Unidos y con la oligarquía salvadoreña.
En este plan no está incluida la pequeña y la mediana empresa y mucho menos la población pobre del país.
Por eso es que no le ha importado volver a los niveles de pobreza que existían antes del primer gobierno del FMLN.
Por eso es que ha cerrado y desfinanciado estratégicos programas sociales que reducían la vulnerabilidad de las familias viviendo en situación de extrema pobreza.
Por eso es que protege la corrupción de sus funcionarios de gobierno de la que participan miembros de su grupo familiar y amigos cercanos a la familia.
Por eso es que no hace nada o muy poco frente al aumento del costo de la vida y el deterioro de la capacidad adquisitiva de los salarios y de las pensiones.
Por eso es que lejos de desmontar el poder de la oligarquía lo ha fortalecido.
Por eso es que ha creado un sistema autoritario y excluyente de ejercicio del poder.
Sus prioridades están definidas por la lógica de acumulación de los grupos oligárquicos y del poder imperial.
Y todo esto lo emprende ante la mirada pasiva y tolerante de Estados Unidos.
Bukele sabe muy bien que debe seguir gobernando y controlando al Estado para resultar funcional a los intereses corporativos estadounidenses.
De lo contrario, tarde o temprano, correrá la misma suerte que Juan Orlando Hernández en Honduras y que otros jefes de gobierno en el mundo entero.
Bukele y Estados Unidos se necesitan mutuamente, al menos en estos momentos, y no pueden darse el lujo de trabajar cada uno por su cuenta y enfrentados.