Por David Alfaro
01/09/2024
La historia de América Latina es una narrativa de tensiones perpetuas entre las élites y el pueblo trabajador, entre los económicamente «poderosos» que controlan las palancas del poder económico y político y los pueblos que buscan liberarse de dictaduras. En El Salvador, esta dinámica ha sido particularmente evidente, donde los poderosos han jugado un papel decisivo en la estabilidad política del país, no tanto para el bienestar del pueblo, sino para la preservación de sus propios intereses.
Bukele, actual gobernante, representa un nuevo capítulo en esta historia. Aunque Bukele se presenta como un líder independiente y renovador, su destino, al igual que el de sus predecesores, está atado a la voluntad del poder económico salvadoreño. Pero, ¿cuándo decidirá la oligarquía que es hora de removerlo del poder? La respuesta radica en el nivel de organización y lucha popular que pueda generar el pueblo salvadoreño, pues la oligarquía no permitirá que la situación se deteriore al punto de desencadenar otra guerra civil.
El control oligárquico sobre el poder en El Salvador
El Salvador, como gran parte de América Latina, ha estado bajo el control de una oligarquía que ha sabido adaptarse a las circunstancias históricas para preservar su hegemonía. Desde la proclamación de la independencia en 1821, que fue más un ardid político-jurídico que un verdadero movimiento popular, la oligarquía salvadoreña ha sabido anticiparse a las demandas populares para evitar que las masas logren cambios estructurales. La independencia misma fue proclamada por las élites locales para evitar que el pueblo lo hiciera, como lo deja claro el Acta de Independencia de Centroamérica: “había que proclamar la independencia para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase, de hecho, el mismo pueblo…”.
Esta capacidad de anticipación también se manifestó en mayo de 1944, cuando la oligarquía decidió remover al tirano General Maximiliano Hernández Martínez para evitar una revuelta popular que amenazara con cambiar el statu quo. Lo que parecía un triunfo para las fuerzas populares fue en realidad un movimiento calculado por las élites para cambiar al gobernante sin cambiar el sistema o estado de cosas. Esta estrategia de cambio superficial para mantener la estructura intacta ha sido una constante en la historia política salvadoreña.
El miedo a la guerra civil y la memoria oligárquica
Uno de los factores determinantes para que la oligarquía decida en un futuro remover a Bukele del poder, será el miedo a una nueva guerra civil. La memoria de los 12 años de conflicto armado que devastaron al país en la década de 1980 sigue viva en la conciencia de las élites. Esos años de guerra no solo desestabilizaron políticamente al país, sino que también afectaron gravemente los intereses económicos de la oligarquía.
Aunque finalmente lograron mantener su poder y privilegios al sentar en la mesa de negociaciones a una dirigencia «revolucionaria» más interesada en participar en elecciones que en construir una sociedad justa, las élites salvadoreñas aprendieron una lección crucial: no deben permitir que las tensiones sociales escalen hasta el punto de una confrontación armada. Por lo tanto, si el pueblo salvadoreño logra organizarse y presionar suficientemente, la oligarquía, en su afán de preservar la estabilidad y evitar otro conflicto, no dudará en remover a Bukele, tal como lo hizo con Hernández Martínez en 1944.
Este fenómeno no es exclusivo de El Salvador. Recientemente en Colombia y Chile, por ejemplo, los movimientos populares provocaron una reacción similar por parte de las élites. En ambos casos, las oligarquías decidieron ceder el poder formal a figuras de izquierda que, aunque presentadas como una renovación política, en realidad son serviles a los intereses de las élites. Gustavo Petro en Colombia y Gabriel Boric en Chile llegaron al poder como resultado de la presión popular, pero sin amenazar realmente los fundamentos del sistema. Esto demuestra cómo las oligarquías latinoamericanas, en lugar de resistirse hasta el final, prefieren hacer concesiones estratégicas para evitar cambios radicales que pongan en peligro su control.
La organización popular como catalizador del cambio de gobierno
El factor clave en este proceso será la capacidad del pueblo salvadoreño para trascender su nivel actual de organización y lucha. La historia demuestra que las élites solo ceden cuando se sienten amenazadas por un movimiento popular lo suficientemente fuerte como para alterar el equilibrio de poder. En los años 70 y 80, el movimiento popular en El Salvador estuvo a punto de lograr ese cambio radical, pero la intervención militar y política de las élites, apoyadas por Estados Unidos, evitó una transformación revolucionaria.
En la actualidad, aunque Bukele ha logrado consolidar un poder considerable, el verdadero poder sigue estando en manos de la oligarquía. Si el pueblo salvadoreño consciente logra organizarse de manera efectiva y generar una presión significativa, las élites no dudarán en remover a Bukele para evitar un conflicto mayor. Pero esta acción no será un favor al pueblo, sino un movimiento calculado para preservar sus propios intereses. Así como lo hicieron en 1821 y en 1944, la oligarquía se anticipará al movimiento popular para mantener su hegemonía.
Conclusión
Nayib Bukele saldrá del poder cuando la oligarquía salvadoreña así lo decida, no por un compromiso con el bienestar del pueblo, sino por un cálculo frío de preservar su estabilidad y evitar un nuevo conflicto armado. La historia salvadoreña está plagada de ejemplos de cómo las élites han sabido adaptarse a las demandas populares sin permitir que estas cambien las estructuras fundamentales del poder. El pueblo salvadoreño, por su parte, deberá trascender su nivel actual de organización y lucha si quiere forzar a la oligarquía a hacer concesiones reales. Sin embargo, cualquier cambio será limitado, ya que las élites actuarán siempre con el objetivo de preservar su control.
El Salvador, al igual que otros países latinoamericanos, sigue atrapado en este ciclo de cambios superficiales que perpetúan las desigualdades estructurales que han marcado su historia desde la independencia. Entonces, el objetivo no debería ser único y exclusivamente sacar a Bukele del poder sino la profunda transformación del estado de cosas del país. Recordemos que Bukele sólo es un síntoma de un sistema de cosas muy podrido.