Yanuario Gómez
@DiarioCoLatino
El centro escolar San Isidro, de Cabañas, a simple vista parece una escuela como cualquier otra. Paredes pintadas de azul y blanco, pasillos y canchas adornadas por las risas de los niños y jóvenes a la hora del recreo, aulas llenas de alumnos, maestros forjando a los responsables del futuro del país.
Son las dos de la tarde de un martes cualquiera, el timbre suena anunciando el final del receso, es hora de clases, el silencio invade los pasillos del lugar, excepto en uno de los salones, es el tercer grado, dentro se escucha a los niños entusiasmados saludando con expresiones en japonés a la maestra de matemáticas.
Y es que la responsable de la clase no es una profesora como cualquier otra, Haruca Kido desarrolla su clase de manera particular, su rostro refleja una sonrisa con cada indicación que da a sus estudiantes, transforma las operaciones matemáticas en juegos, los números en flores y manzanas, los niños la entienden muy bien porque ella habla su mismo lenguaje.
Kido es una de los más de 500 voluntarios que la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) a través del Programa de Voluntarios Japoneses para la Cooperación con el Extranjero (JOCV) ha proporcionado al país con el objetivo de ayudar en el desarrollo económico y social de las comunidades.
El Salvador fue el primer país latinoamericano en recibir voluntarios japoneses en 1968. Actualmente, se cuenta con la presencia de 64 voluntarios de JICA quienes desarrollan proyectos en todo el territorio nacional.
Para la voluntaria de Centro Escolar San Isidro, la dificultad más grande que enfrentan los miembros de la cooperación extranjera tiene que ver con la cultura.
“A parte de la dificultad normal que implica el dejar a tu familia y tus amigos y viajar a un país desconocido y lejano, la cultura es una dificultad mayor a la que uno se enfrenta, ya que hay muchas barreras como el idioma. En lo personal me fue difícil al principio para comunicarme con los niños, además de las costumbres y la comida”, expresó Haruca Kido, maestra de Matemáticas.
El voluntariado tiene una duración de tres años en los que el participante tiene que desarrollar una serie de proyectos que ayuden a mejorar el área donde se desempeña y lograr así los objetivos trazados durante su estadía en el país.
Según Kido, su objetivo en la escuela es enseñar a los alumnos nuevas técnicas de auto estudio que despierten el interés de ellos hacia las matemáticas y capacitar a los maestros de los diferentes centros educativos de San Isidro para que apliquen nuevas metodologías lúdicas en las clases para ayudar a los alumnos a entender mejor los contenidos.
Kido, además, mencionó que para lograr que los alumnos le tomaran confianza y la aceptaran y respetaran como su maestra tuvo que participar con ellos en las actividades que mas les gustaba hacer.
“Tuve que jugar con ellos, practicar los deportes que a ellos les gustaba y así me fueron aceptando, ya dentro del salón de clases, tuve que mostrarles que aunque desarrollábamos juegos para enseñarles, también tenían que tomarle interés y respetar la clase, la diferencia entre los niños japoneses y los salvadoreños no radica en la inteligencia, sino en la disciplina, los niños de mi país hacen caso cuando uno les da una orden, los niños de acá son diferentes” reflexiona la maestra.
La voluntaria de JICA, además de las actividades ya mencionadas, lleva a cabo un proyecto de ayuda al medioambiente junto a sus alumnos con quienes realiza campañas de limpieza en la comunidad durante su tiempo libre.
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