Punakha / AFP
Abhaya Srivastava
Bután es el único país del mundo con una huella de carbono negativa y, a pesar de ello, este pequeño reino situado entre India y China no se libra de las consecuencias del cambio climático.
Gracias a sus bosques, que cubren el 72% del territorio, este Estado montañoso del tamaño de Suiza y con 800.000 habitantes absorbe tres veces más dióxido de carbono del que produce. Una situación única en el mundo.
«No controlamos el cambio climático. No hemos hecho nada pero pagamos un alto precio», lamenta Tenzin Wangmo, responsable de medio ambiente en el país.
Como en el resto del mundo, las alteraciones atmosféricas son una realidad cada vez más visible en Bután: deshielo de glaciares, cambios en la agricultura, expansión de enfermedades transmitidas por mosquitos…
Las temperaturas llegaron a alcanzar los 30°C, algo alarmante para los habitantes poco acostumbrados al calor y a la humedad. En regiones como Bumthang (norte) se ven arrozales, un cereal que antes no se cultivaba en la zona.
«Incluso, el ciclo de las nevadas cambió. Antes nevaba durante varios días, ahora ni siquiera uno», cuenta Tenzin Wangmo.
– Bosques en la Constitución –
Las autoridades de Bután están muy sensibilizadas con la importancia del medio ambiente, que es uno de los componentes de su famoso índice de «Felicidad Nacional Bruto».
La Constitución estipula que al menos el 60% de la superficie de Bután tiene que estar ocupada por bosques, lo que limita las actividades agrícolas y sobre todo un comercio de madera potencialmente lucrativo.
«La tentación de echar mano a nuestra riqueza forestal era grande pero hemos pensado a más largo plazo», afirma Dasho Paljor Dorji, miembro de la Comisión nacional para el medio ambiente.
El país está al abrigo del turismo de masa con la imposición de una tarifa mínima diaria de 250 dólares por persona en temporada alta, lo que disuade a muchos viajeros extranjeros.
El undécimo plan quinquenal de Bután propone reducir «drásticamente» las importaciones de combustibles fósiles de aquí a 2020.
El reino sólo cuenta con un centenar de coches eléctricos pero aspira a aumentar su número y a crear una red nacional de estaciones de carga.
En 2016, Bután instaló sus primeros aerogeneradores (energía eólica).
Un paseo por la tranquila Timbu, la única capital de Asia sin semáforos, da una idea del compromiso ecológico de Bután. Los vehículos de limpieza barren las calles con movimientos lentos y circulares y los camiones de la basura recogen desechos orgánicos.
– Hidroelectricidad –
A dos horas de allí, en el distrito de Punakha, unas excavadoras trabajan en un proyecto de energía hidroeléctrica, uno de los 10 que el Estado prevé construir para mantenerse en el equilibrio de carbono.
La hidroelectricidad es la principal exportación de Bután. Representa el 32,4% de sus exportaciones y el 8% del PIB, según el Banco Asiático de Desarrollo. La mayor parte de esta producción va a India, país que financia los proyectos de Bután, pero las autoridades también se proponen vender a Bangladés.
Esta elección energética suscita no obstante preocupación por la biodiversidad. En efecto, Bután está pasando de centrales hidroeléctricas a lo largo de cursos de agua a represas más imponentes.
Para mantener su trayectoria ecológica, el reino himalayo necesita financiación. Los Estados ricos prometieron movilizar antes de 2020 unos 100.000 millones de dólares por año para ayudar a los países más modestos a adaptarse al calentamiento global.
«Creo que la contribución de Bután a la comunidad internacional, manteniendo intacta su huella de carbono y su naturaleza lo más virgen posible, es formidable», estima Dasho Paljor Dorji, de la Comisión nacional para el medio ambiente. «Nuestra causa vale la pena ser apoyada. Nos deberían recompensar proporcionalmente, o más», afirma.