René Martínez Pineda *
En este mundo inmundo en el que vive más de medio mundo y en el que los tontos sin historia atacan, click sólo porque sí, la historia de los que sí la tienen del lado del pueblo, usando como informante clave al victimario y haciendo con las fuentes secundarias una orgía de manos diestras y oscuras; en este mundo inmundo que cada día se parece más a un ciclópeo y trizado espejo –como los que trajeron los españoles- en el que vemos una realidad plana, monocromática y fútil; en este mundo inmundo, siendo así, las personas prefieren las promesas resonantes de los demagogos y adaptarse a las reglas del juego, que cambiar el juego y a los jugadores perversos… para no sentirse en peligro. Y no se trata de ver, terca y maniáticamente, sólo los puntos negativos de los procesos sociales, económicos y políticos que enmarañan la cotidianidad, lo que pasa es que esos puntos eclipsan a sus antónimos: las buenas noticias de heroísmo popular que surgen a pesar de lo malo.
La realidad habla claro, fuerte, sin pelos en la lengua y, para ser más contundente –o “para terminar de joder”, diría, si fuese mal hablado- con buena dicción y excelente ortografía, aunque sus argumentos quieran ser cubiertos, deformados o enlodados con dicterios, calumnias, datos falsos o verdades a medias. Sus imágenes son nítidas cuando abrimos los ojos de sur a sur, acto vital que nos permite vigilar al asesino que no nos mata físicamente, pero que nos aniquila y mutila el espíritu. Los empresarios latinoamericanos más voraces, en un coro bien ensayado en las ordenadas clases de catequesis septentrional dadas en Caracas, prometen más empleos y mejor vida al nomás firmar tratados de libre comercio o volver a las sendas de la derecha, pero la realidad real no los escucha y, más bien, se burla de ellos porque el efecto es todo lo contrario: más desempleo y más miseria. Las personas siguen peregrinando, vocingleras y cabizbajas, hacia sus mausoleos precarios por las mismas veredas solas y vacías. Como hormigas domesticadas siguen siempre, al pie de la letra, el mismo rumbo, las mismas sendas, los mismos dolores, los mismos pesares escatológicos y, sin embargo, nunca dejan un surco profundo que impida a sus tristes sucesoras caer en el mismo laberinto insondable y sin centro de la explotación. Los empresarios maquileros, los diputados de derecha y los académicos reaccionarios prometen de rodillas (y con cóncavas sonrisas tan ensayadas como dolorosas, según se puede apreciar) el paraíso terrenal, pero los vientos van para otro lado: para el lado del cadalso.
Se dice en los titulares de los grandes medios de comunicación social que carecen de información -aprovechándose de la ignorancia erudita, el malinchismo besador de banderas ornadas con salivas multicolores y la desesperación de la gente- que la liberalización del comercio y la burocracia extremista aumentará la productividad y los salarios y el empleo y las oportunidades académicas para la gente pobre, pero (siempre hay un pero en la política económica y en los ignotos pasquines de historia) a nivel mundial la expansión del comercio capitalista no ha significado más empleo y mejores trabajos ni, mucho menos, un aumento significativo de la tasa de escolaridad. “La India -pongamos por caso algo reciente- abrió, en postura ninfómana, sus mercados al mundo y tuvo un mayor crecimiento económico, pero (aquí está otro fatídico pero) casi nada de aumento neto de empleo: las nuevas políticas destruyeron muchos más empleos de los que crearon y las oportunidades educativas se consolidaron como artículos de lujo”, efectos a los que jamás se hace referencia.
En todos los países miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), pongamos como otro caso, “la creación de empleo, no obstante su apuesta ciega al libre comercio de mercancías, se ha rezagado con respecto al crecimiento del PIB y la expansión del comercio y la inversión”. ¿Qué significa, en palabras fáciles, lo anterior? Simple: que los ricos se están volviendo más ricos y los pobres más pobres, situación estructural y viciosa que el mismo PNUD reconoce en silencio, aunque no haga nada por evitar o amainar. Y en este mundo inmundo que ya parece ser el otro mundo en el que: a) “el quinto de la población mundial de los países más ricos disfruta del 85% de la ampliación del comercio de exportación y el 71% de la inversión extranjera directa”; y b) los países rezagados de ese “barco del progreso que no espera a nadie” (como afirmó el último Ministro de Economía de ARENA, pero no dijo que ese barco siempre resulta ser un Titanic de plomo para los pobres) están profundamente integrados al comercio mundial, pero, al igual que lo que le espera al país si no se hace algo rotundo por evitarlo, sus exportaciones consisten principalmente en productos básicos primarios, gallinas culecas, migrantes descalzos y perros jiotosos, que es lo único que pueden sembrar, parir y criar los pobres, y quien dice los pobres dice las capas medias urbanas, y entonces esos pobres están condenados a seguir recorriendo su sempiterno camino hacia el cadalso como si se fuese un camino de hormigas inexorable.
Camino sinuoso hacia el cadalso –camino de hormigas sentenciadas- henchido de nombres pequeñitos, azucarados, escritos en piedra con sonrisas remotas que conduce hacia el “sueño americano” (el american way of life) del cual despertarán con los ojos atiborrados de “cheles de perro” (esos mismos desechos, tan oculares como culturales, que les hacían ver a los fantasmas en las medianoches de sus infancias corajudas) sólo para negar su ralo semen, o para olvidar las palabras sencillas con las que enamoraban a su tierra, o para no recordar las señas que nos hacen las cigarras con sus melodías ásperas, como alas de libélulas azules.
Camino hacia el cadalso –camino de hormigas enjuiciadas sin abogado defensor- lleno de sombras primitivas que, por la noche ya bien noche, lloran su llanto angustiado recostadas sobre los ríos heridos, como matracas desconsoladas; camino siempre sinuoso, con más vueltas de las necesarias, que siempre termina en las cavernas vulnerables de la pobreza que sí existe, aunque no aparezca en las páginas amarillas; camino que siempre nos lleva, con todo y candelas del lamento, a la pobreza milenaria y creciente, no obstante que hoy existe mucha más riqueza que toda la riqueza de la historia de la humanidad junta.