René Martínez Pineda *
Camino hacia el cadalso del adobe –camino de luciérnagas masacradas a plena luz del día- lleno de cada vez más alegres luciérnagas, viagra sale pues, tadalafil por conjuro exacto de la milenaria cultura política de súbdito han aprendido de memoria la paradoja de reír a carcajadas su llanto perentorio; camino lapidado y lapidario que siempre lleva, de forma ordenada e inexorable como lo hacen los ríos bien portados, al mar hermético y tenebroso donde las olas destructoras son cada vez más sociales, pero sus perlas y tesoros hundidos son cada vez más ajenos e individuales y lejanos, emulando a las tristes palabras sin significante mundano. Camino hacia el cadalso del maíz en milpa pobre que no puede con la hipoteca; camino sin huellas que nos hace recordar, todo el santo día, lo mucho que cuesta vivir sin vida o nacer medio muertos o morir medio vivos en este país de emprendedores de la nada; camino hacia el cadalso de los barrancos lleno de ecos ficticios que nos tienden sus fríos brazos protectores de falacias y absurdos culturales… cuando nunca han aprendido a abrazar al prójimo, sólo porque sí.
Camino hacia el cadalso de la plusvalía infame donde chisporrotean los yunques del explotador -camino de libélulas torturadas- que no cambia sus latitudes, ni sus paisajes, ni sus husos horarios, no obstante que la realidad real siempre es otra y es la otra… es la distinta, es aquella que va caminando por la acera de enfrente recogiendo latas y envases de plástico para ganarse un sustento a la vez; camino en el que vamos dejando prendidos en los alambres de púas mohosas -que cada vez florecen con más gula geométrica- nuestros nombres y apellidos; nuestros amigos y familiares; nuestros hermanos y vecinos; nuestras palabras y metáforas cara a cara; nuestros hijos y sobrinos que se pierden por los otros caminos de termitas, porque no somos capaces de construir un camino nuevo para ellos, que no comprenden que pobres son más las personas, que no los países.
Camino hacia el cadalso inculto donde florecen las bellezas del arte en los teatros privados –camino de hormigas devaluadas por el salario real- engalanado con las estampitas de San Lázaro de los Altos prendidas de las hojas de huerta, que no se mueven sin la voluntad del Dios unigénito que tiene manos invisibles y promesas bondadosas. Camino hacia el cadalso del apocalipsis total atestado con las fotos agrietadas, polvorientas, amarillas, olvidadas y ensangrentadas de los miles y miles de sacrificados cuerpos en los templos diamantinos del orden y el progreso de los ricos. Los masacrados de hoy son los desempleados, los pepenadores de basura, las mujeres de las maquilas, los vendedores de productos piratas y, de éstos, ni sus fotos guardamos porque son muchísimos.
Camino tortuoso hacia el cadalso de los laureles de los héroes que nadie ensalza –camino de abejas inundadas con la hiel de la jubilación sin pensión-; camino hacia el cadalso que prefiere los fetiches y las mercancías, y no las cosas mismas y vivas y fulminantes que se escurren entre los dedos porque el ingreso sólo es un receso breve; camino hacia el cadalso lleno de pequeñísimas y laboriosas hormigas que quieren hacer de su Pastor y Amigo un beato sin percatarse de que con ello se perderá su mundanidad, su cotidianidad, su voz retumbante que tanto necesitamos para seguir siendo personas en un mundo administrado por cosas y por gallinas con el pico quemado que andan con lobos. Hormigas ingenuas y buenas que no logran entender que al beatificar a su mártir más hermoso: se le orará, en lugar de imitársele; se le pedirán milagros, en lugar de escuchar sus palabras morales que aún resuenan; se le rezará de rodillas, en lugar de correr a denunciar y luchar contra las injusticias ante las que él jamás se doblegó; se le harán felices y vocingleras vigilias, en lugar de organizar marchas de protesta que sean insobornables.
Camino hacia el cadalso –camino de hormigas, luciérnagas, libélulas, termitas y abejas que, por maldición sociológica, siempre conduce de la casa al trabajo; del trabajo a la cantina, o al lupanar, o al parque público, o al panteón, o al almacén de las aceras o –cuando la vida entera cabe en 21 pulgadas- de vuelta al televisor adquirido con dificultades de pago, porque la casa es una relación social íntima que no conocemos; camino hacia el cadalso siempre a la deriva, con trenes vacíos y naves extraviadas que han perdido el rumbo, porque no pueden leer las señas que les hace el cielo; ese cielo denso y tenso que les grita, con sus truenos inaudibles, que lo importante no es lo que se produce, ni dónde se intercambia, sino, cómo se produce y para quién se produce: basado en la explotación de aquel triste mortal que lo único que tiene para vender son sus manos y su espíritu y su familia y, por ello, tratados van y tratados vienen, mientras la pobreza se mantiene.
Camino hacia el cadalso, camino de hormigas y de chinches hambrientas que por instinto oculta acantilados que conducen directamente al cielo… sólo tenemos que desplegar las alas y volar. Camino de todos y de nadie lleno de eso: hormigas, luciérnagas, libélulas, termitas y abejas que se creen la luz del sur por el sólo hecho de ser las carceleras de sus hermanas… Y, entonces, estando ya las hormigas cansadas de que llegará el elefante a pisotearlas y destruirles sus casas decidieron unirse todas y emboscarlo. Cuando llegó el elefante se le subieron a todo el cuerpo para intentar derribarlo. El elefante, muy elegante y calmado, se sacudió, sin mucha fuerza, y todas las hormigas salieron volando por los aires, excepto una, que se le quedó prendida en el cuello. Las hormiguitas al ver que su amiguita seguía prendida del cuello del elefante, que ni siquiera se había percatado de la presencia de la rebelde intrusa le gritaban, desesperadas: ¡bájate! ¡bájate ya, que te va a matar ese cabrón! La hormiguita, sudando a chorros, les contestó: ¡espérense un momento más, que no ven que ya lo estoy ahorcando!!