German Rosa, s.j.
Las grandes mayorías son las mayorías empobrecidas, las que no tienen oportunidades, las que sufren el impacto directo de la violencia, las que asumen las consecuencias negativas de las políticas neoliberales y de la globalización excluyente, etc. El concepto de “las mayorías” es fundamental para decidir quién será la autoridad máxima en el país. La mayoría de los votantes en El Salvador vive en los barrios marginales, la mayoría es población joven, la mayoría es población femenina (52,6%), la mayoría está amenazada por los problemas comunes de los que se habla todos los días, la mayoría tiene familiares migrantes, etc. La mayoría está fragmentada entre los votantes de derecha y de izquierda… y, ¿será posible que la mayoría no haya aún decidido por quién votar?
Además, en la democracia, la mayoría es la que gana con los votos en las mesas electorales. No obstante este resultado electoral, la suma de los votantes de los partidos de oposición, de los que ejercen el voto nulo y de los que no votan, muy probablemente en su conjunto suman una mayoría cuantitativa…
Según el registro electoral para las elecciones de 2019, un total de 5,268,411 podrán votar. De los cuales 348,305 salvadoreños residen en el exterior, pero de ellos solo se inscribieron 5,948 para recibir las papeletas de las elecciones de 2019. La mayoría de electores están ubicados en los departamentos de San Salvador (25,6%), La Libertad (11,06%), Santa Ana (8,6%), San Miguel (7,38%) y Sonsonate (6,8%). Es decir, la mayoría de los electores están situados en estos departamentos y constituyen el 59,44% (Cfr. Diario El Mundo, San Salvador, 15-10-2018). En el siglo presente la tendencia a la participación electoral en el país ha sido sobre el 55% de los electores: 67,34% (2004), 62,92% (2009), 55,32% en la primera votación del 2014 para las elecciones presidenciales y 60,90% en la segunda vuelta de ese mismo año (Cfr. https://elmundo.sv/un-total-de-5268411-podran-votar-en-2019/).
La participación electoral depende de los contendientes o de lo que está en juego en las mismas elecciones. Es probable que en el 2019 ninguno de los candidatos pueda lograr la mayoría de votos para ganar las elecciones en primera vuelta porque se requiere el 50% más 1, aunque se tenga una participación masiva. Si esto ocurriera, tendríamos una segunda vuelta para elegir el futuro presidente de El Salvador.
Los sondeos de opinión en la actual coyuntura política indican que el candidato de la alianza entre Nuevas Ideas, GANA y CD, Nayib Bukele, es el que encabeza la preferencia electoral. Sin embargo, los que decidirán la elección presidencial son los que aún no han decidido, que constituyen un alto porcentaje del electorado. ¿Qué va a pasar en la campaña electoral? ¿Los candidatos de las distintas opciones políticas ofrecerán soluciones realistas a los problemas del país? ¿Tendremos una campaña electoral con propuestas veraces o será una campaña infectada por el virus de la posverdad?
El Diccionario de la Real Academia Española define la posverdad como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.
La campaña electoral puede convertirse en un ejercicio de modelar la opinión pública tocando las fibras más sensibles de las emociones de los electores y las creencias personales. Olvidando lo fundamental de las propuestas electorales de los candidatos que son las políticas públicas. La campaña incluso se puede convertir en una guerra de imágenes y de las redes sociales olvidando los hechos, la historia del país, falsificando la verdad de los sucesos y los eventos, convirtiendo de esta manera la campaña electoral en una verdadera manipulación propagandística. La construcción imaginaria de la historia con imágenes espectaculares se puede convertir en un “reality show político”. No podemos negar que hemos entrado en la era virtual, a tal grado que en muchas ocasiones parece que lo virtual sustituye a lo real. La posverdad reduce lo real a lo que ocurre en el universo de las redes sociales y de las comunicaciones. Desaparece lo real porque no existe virtualmente.
Prevalecen en el debate político las técnicas más sofisticadas de persuasión para distorsionar la realidad, con el objetivo de modelar la opinión pública e influir en la intención de los votantes. Es una forma eficaz de olvidar los problemas, las personas y las víctimas en el debate de las mismas campañas políticas. Así quedan en el olvido los miles de migrantes, de desempleados y subempleados, las víctimas de la violencia, la malversación de los fondos públicos y los casos de corrupción, etc. La posverdad oculta a las grandes mayorías empobrecidas. Y estas mayorías son fundamentales para la sociedad democrática.
Así lo entendió San Óscar Romero y lo expresó en su discurso al recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Lovaina, pronunciado el 2 de febrero de 1980, 50 días antes de su asesinato. Considerado como su testamento teológico y político, este texto nos da lo esencial de su lectura del Evangelio y de su vida de fe: “Nuestro mundo salvadoreño no es una abstracción, no es un caso más de lo que se entiende por “mundo” en países desarrollados como el de Uds. Es un mundo que en su inmensa mayoría está formado por hombres y mujeres pobres y oprimidos. Y de ese mundo de los pobres decimos que es la clave para comprender la fe cristiana, la actuación de la Iglesia y la dimensión política de esa fe y de esa actuación eclesial. Los pobres son los que nos dicen qué es el mundo y cuál es el servicio eclesial al mundo. Los pobres son los que nos dicen qué es la “polis”, la ciudad y qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo” (http://servicioskoinonia.org/relat/135.htm).
La realidad de las mayorías empobrecidas no desaparece por el mero hecho de que sea ignorada en el universo de las redes sociales, en el Facebook, en Twitter, en los mensajes de WhatsApp, en las noticias de la televisión, etc. Si esto ocurriera en una campaña de uno de los candidatos políticos, sería una verdadera campaña electoral diseñada con las técnicas de los especialistas de la posverdad. La posverdad pretende desvanecer esta realidad porque lo que busca es ocultar la realidad crítica de las mayorías en los ámbitos: social, económico, político, ideológico y cultural.
Ante este escenario posible, la verdad es un criterio fundamental para votar. Sin verdad no se puede tener confianza en el que gobernará y tomará las decisiones fundamentales de carácter nacional. Recordemos que la confianza en las instituciones públicas, las estructuras gubernamentales e incluso en los medios de comunicación, ha sido puesta en entredicho por la falta de transparencia y la situación crítica de los casos de corrupción en nuestros días. San Romero de América nos enseña que la verdad no puede ser excluida de la política con las siguientes palabras: “Es la historia de Jesús que intentamos proseguir modestamente. Como Iglesia no somos expertos en política ni queremos manejar la política desde sus mecanismos propios. Pero la inserción en el mundo sociopolítico, en el mundo en que se juega la vida y la muerte de las mayorías, es necesaria y urgente para que podamos mantener de verdad y no solo de palabra la fe en un Dios de vida y el seguimiento de Jesús” (http://servicioskoinonia.org/relat/135.htm).
La posverdad plantea que la búsqueda de la verdad no es más que una ilusión humana, legitima las mentiras, los abusos del lenguaje, toda forma de demagogia, y esto sin lugar a dudas lleva a la ruina de la vida política. La mentira toca las fibras más sensibles de las relaciones humanas, la confianza de la palabra y de los otros. No sabríamos a qué atenernos en la vida pública. La posverdad destruye la ya crítica credibilidad de los líderes políticos y de los partidos que representan, y también de todos aquellos que ostentan el poder (Cfr. Valadier, P. Mai 2017 – nº 4238. Péril en démocratie: la post-verité. Étude, pp. 55 – 63).
La autoridad auténtica de los futuros gobernantes se basa en la verdad, porque podemos elegir gobernantes sin autoridad y caer en la trampa de convencernos que los que tienen el poder automáticamente poseen una autoridad reconocida en la vida pública. Tener el poder no supone automáticamente tener la autoridad y la razón…, ni tampoco garantiza en principio la veracidad de las promesas del futuro gobierno. Pero, ¿cómo identificar una campaña electoral basada en la posverdad? De esto hablaremos otro día…