@luisponcebe
Para Guillermo Cuéllar, 37 años después de haber sido asesinado el profeta, cantarle a Mons. Romero significa honrar a un hombre bueno que abrió su corazón en medio de una situación muy difícil.
“Él hizo opciones a lo largo de esos tres años, en los que fungió como arzobispo, aunque le costó pero siempre terminó confiando en la gente más sencilla”. Una cosa que lo conmueve es la confianza que depositó en él respecto a la canción.
Romero era el arzobispo de San Salvador, un hombre de 65 años de edad, un líder y confió en un -cipote- estudiante de filosofía de la UCA, miembro de comunidades cristianas y con una guitarra en la mano, cantando y haciendo canciones. En esos días, cuando estaba al frente de la Iglesia, a Monseñor le resultaba nuevo el tema de la canción, dice Cuéllar, no estaba preparado para eso.
El obispo no tenía parámetros para evaluar cómo las comunidades estaban produciendo música propia, que hablaba de situaciones reales que estaban pasando. Fue muy sincero, recuerda Guillermo, varias veces le expresó no estar de acuerdo con una u otra letra. La confianza llegó a tal punto que le pidió que hiciera una canción específica, fue como un reto pero con cierta esperanza de que haría algo bueno. Para su sorpresa, la aceptó y la presentó en su última homilía dominical.
“Yo tuve mis encontronazos, pero yo era un trabajador del arzobispado al mismo tiempo, Mons. Romero me tenía ahí dentro de la estructura eclesiástica, no él exactamente pero estaba ahí, formaba parte de un equipo de trabajo”, dice Cuéllar, quien acompañaba celebraciones de las comunidades durante esos años. Con el paso del tiempo, su canto se volvió testimonio. Empezó a componer piezas en honor a diferentes personas asesinadas por los cuerpos represivos.
Poco a poco los años antes de la muerte de Romero se volvieron sombríos. Guillermo se autodefine como cristiano, su base es el cristianismo.
1977, 78 y 79 fueron años sangrientos, premonición de los que se aproximaban. Los escuadrones de la muerte asesinaron a varios sacerdotes, unos cercanos y otros más lejanos de él. Su experiencia se volvió canción y compuso canciones que guardan la memoria de algunos como Rafael Palacios y Octavio Ortiz.
“Eso fue muy espontáneo, lo que pasa es que yo trabajaba en comunidades de base. Mi pertenencia, siempre lo he dicho, no ha sido a nivel partidario, político, sino eclesial. Es mi identidad. Yo siempre me sentí cristiano en el movimiento popular”, dice Cuéllar. Cuando él trabajó en una de las emisoras clandestinas del FMLN, en la época de la guerra, fue una pelea porque él decía que estaba como cristiano y ellos querían que entrara al partido.
“Yo diría que aprendió a valorar las canciones dentro de la comunidad, le costó, pero aprendió y terminó aceptando”, dice Cuéllar. Guillermo se ha manejado como solista pero también ha participado en grupos. En la comunidad eclesial San José, donde creció, y donde participaba Carolina, formaron el grupo “El Sembrador”.
Este participó en un certamen, uno donde se juntaron todos los que estaban en esos días haciendo canción.
Ahí conocieron a Yolocamba I Ta, concurso que fue organizado por Fe y Alegría en 1976. Fue una avalancha de todos aquellos jóvenes que estaban produciendo música. En esa ocasión, el primer lugar fue Yolocamba, el segundo El Sembrador y el tercero Saúl López, quien compuso el poema de amor de Roque. Ese fenómeno visibilizó a todos, los hizo caer en la cuenta que estaban en un movimiento casi sin saber.
Más adelante pasó por otro grupo hasta unirse el Movimiento de la Cultura Popular, como solista. Ahí se reencontró con Yolocamba, Saúl, el viejo Palencia, Dimas Castellón, Álvaro Castillo. Muchos salieron del país. Otros grupos surgieron de la organización, del pueblo, en los ambientes universitarios, como Guinama, y en los frentes de guerra como Los Torogoces de Morazán.
En los 90 apareció “Exceso de equipaje”, fue un esfuerzo que le dio continuidad en una nueva situación de El Salvador.
Aprendieron a adaptarse pues empezaron a colocar otras canciones, originales, con otras temáticas y vertientes. Guillermo nunca abandonó sus raíces, siempre le cantó a los mártires, a la historia, a Mons. Romero. Compuso “Proclámenlo santo”, canción que expresa ese deseo de que la Iglesia reconociera al mártir, y hace dos años, “Beato mártir de amor”, como respuesta al reconocimiento de Roma.
Un año antes de aquel concurso organizado por Fe y Alegría, se había dado una de las más crueles llevadas a cabo contra estudiantes, la del 30 de Julio. Un grupo de jóvenes, estudiantes del Externado, fueron testigos de esta. Algo que les cambió la vida y los llevó a comprometerse. Uno de ellos fue Paulino Espinoza. (Continuará)