Gloria Silvia Orellana
@SilviaCoLatino
“Un niño muerto, un guerrillero menos”, estaba escrito con sangre y tierra en la pared de la casa de Carlos Sánchez. El Batallón Atlacatl llegó un 11 de diciembre de 1981 al caserío El Potrero, cantón La Joya, dejando atrás El Mozote, municipio de Meanguera, Morazán, para dar continuidad en el lugar a la “Operación Rescate”, cuyo procedimiento militar “tierra arrasada” masacró a miles de personas y marcó para siempre la vida de María del Rosario López.
López recuerda cómo su familia fue asesinada como a las diez de la mañana de ese día, fueron elementos de la Fuerza Armada del Batallón Atlacatl y otros soldados que llegaron y asesinaron a 35 miembros de su familia, ahora ella solo quiere justicia.
De sus recuerdos más dolorosos, María del Rosario señaló cuando tuvo que ocultarse entre un magueyal, mientras atestiguó el asesinato de toda su familia y vecinos cercanos, por elementos del Ejército y miembros del Batallón Atlacatl, y tuvo que huir para salvar su vida.
“Lo material se repone, pero la familia, eso sí no (Rompe en llanto). Fueron 36 niños, yo no puedo sobrevivir a esto, porque he sido fuerte, pero ahora ya a mi edad, la diabetes me tiene mal. Si solo mi hermana Reynalda, fueron siete los hijos que le asesinaron y el más grande tenía 12 años, ¿qué guerrilleros iban a ser esos niños, que no conocían ni las armas?(…) ni yo las conocía”, narró.
La diligencia judicial que ejecutó el juez de Paz de Meanguera Antonio Prudencio dio paso a las inspecciones oculares (mediciones y fotografías) en los lugares señalados por María del Rosario López, al rendir testimonio en octubre de 2017, ante el Juzgado Primero de Segunda Instancia en San Francisco Gotera, Morazán, que recibirá todas las experticias del caso de la Masacre El Mozote y sitios aledaños.
Las declaraciones que toma el juez de Meanguera y el equipo de la Policía Nacional Civil de Inspecciones Oculares documentan que en la casa de Carlos Sánchez, que era de adobe, piso de tierra y tejas de barro, solo quedan vestigios de lo que fue una pileta para el agua, a la que el musgo le ganó la partida y la oculta. Que en la actualidad un nuevo inmueble en ese terreno pertenece a otra persona.
Una a una hila nombres, lugares y parentescos de las personas que fueron masacradas ese 11 de diciembre. “Solo vivíamos de la agricultura y el cultivo del maguey, porque mi trabajo era hilar y hacer hamacas. Del mezcal hacía la pita y me ponía a hacer las hamacas, matatas y lazos para ir a vender al mercado, de eso vivíamos nosotros”, señaló.
De sus declaraciones han reafirmado que ella se dio cuenta que venía un operativo militar por la radio y que el nombre de ese era “Tierra Arrasada”, así que corrió a casa de su madre para buscarlos, pero se encontró de frente con el exterminio de sus familiares.
“Me encontré con la escena de lo que estaban haciendo con mi familia, así que lo que hice fue correrme para mi casa y luego salí con mi esposo y mis hijos para la cueva para sobrevivir, ese cerro se llama El Pericón, ahí viví junto a mi hermano Santos y sus dos hijos, cinco años escondidos. Desde esa altura pudimos ver bien cuando llegaron a mi casa y se quedaron tres días en ella, se comieron las gallinas, los tres tuncos gordos y mataron dos vacas, se llevaron las hamacas y las cosas que vendía de una tiendita y luego al salir la quemaron”, mencionó.
María del Rosario López solo pide la aplicación de justicia, que los militares implicados paguen por sus acciones irracionales, al afirmar que no la ha recibido aún, aunque también delega a Dios para que aplique su sentencia.
“Espero la justicia de Dios, porque de este mundo nadie se va sin pagar lo que se hace y creo que yo descansaría hasta que pueda preguntarles (a los militares) ¿por qué mataron tanto niño? (llora) ¿Qué les habían hecho los niños para que los mataran así?, creo que ahí descansaría un poco yo, si desahogara mi pecho con ellos”, reflexionó.
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