Por Dorit Koch/María Laura Aráoz
Hamburgo/dpa
La ciudad alemana de Hamburgo despertó hoy con la sensación de estar en medio de una guerra, sacudida por una escalada de violencia sin precedentes al comienzo de la cumbre de los Veinte países más industrializados y emergentes (G20).
Tras una noche de disturbios y juegos al gato y al ratón entre la Policía y manifestantes anticapitalistas, la situación se complicó en las horas previas al inicio de las deliberaciones de dos días de los jefes de Estado y de Gobierno en el recinto ferial de Hamburgo y obligó incluso a modificar el programa de las «primeras damas».
Escaramuzas, automóviles en llamas, patrulleros policiales demolidos y sentadas en la calle para bloquear el paso de los convoyes oficiales era el panorama que ofrecía la ciudad, desierta de habitantes pero llena de manifestantes y policías.
En un día en el que las manifestaciones están prohibidas en el centro de la ciudad portuaria, cientos de críticos con el Grupo de los Veinte intentaron acceder a la zona de alta seguridad en la que se reúnen los líderes con el objetivo de bloquear el encuentro multilateral.
La Policía se vio desbordada por los distintos focos de protesta y pese a contar con casi 20.000 efectivos las autoridades tuvieron que pedir refuerzo a otros Estados vecinos. Hasta el mediodía se habían contabilizado 159 agentes heridos y 60 detenidos.
Entre los heridos también hay manifestantes, pero se desconoce con exactitud el número. De acuerdo con el denominado comité de investigación del G20 de los activistas, hay numerosos heridos entre sus filas. Una portavoz declaró hoy por la mañana que no puede dar cifras, pero «son muchos, entre los que hay también heridos graves».
Centenares de manifestantes divididos en grupos bloquearon el acceso en calles céntricas de Hamburgo y algunas vías de tren, lo que causó retrasos en el transporte público.
La víctima más prominente de los retrasos fue la primera dama de Estados Unidos, Melania Trump, que se quedó sin poder participar en el paseo en barco previsto para los «consortes» de líderes del G20 al bloquear manifestantes su salida de la residencia oficial en la que se encuentra en Hamburgo.
Un grupo de activistas con paraguas de colores se habían sentado en la calle de acceso de la residencia temporal de los Trump, desafiando los tanques lanza-aguas de la Policía.
El programa de acompañantes tuvo que ser modificado por motivos de seguridad. Las autoridades decidieron suspender la visita programada al Centro Alemán de Investigación Climática y llevar a las primeras damas y «primeros caballeros» al hotel Atlantic, donde escucharían una ponencia de expertos.
Desconocidos prendieron fuego a varios vehículos que se encontraban aparcados en diferentes zonas de la ciudad y atacaron negocios así como una comisaría de Policía situada en el barrio hamburgués de Altona.
En el puerto, los activistas antisistema bloquearon un cruce vial importante y produjeron un largo atasco de camiones al tiempo que encendieron material pirotécnico.
Columnas de humo negro se elevaban en el oeste de la ciudad, donde se suceden los barrios residenciales junto al río Elba. En el elegante Elbchaussee (Boulevard del Elba) ardieron entre 25 y 30 coches.
Mientras tanto, el Schanzenviertel, el barrio contestatario que fue escenario de los desmanes en la madrugada tras la protesta titulada «Bienvenidos al infierno», trataba de recuperar la normalidad.
«Hace 24 años que trabajo en la recolección de residuos y nunca vi algo así», contó Andreas W. mientras dirigía una máquina barredora en medio de trozos de vidrio, adoquines arrancados de la calle y cajeros automáticos demolidos.
Un poco más allá, el ingeniero electrónico Björn M. de Hannover miraba con espanto los parabrisas hechos añicos de su coche, que no pudo poner a tiempo a salvo de los manifestantes. «¡Es un horror! ¡Que protesten, pero no así!».
«Pasaron a las 7:30 y arrojaron petardos en la calle sin mirar dónde. Esto no tiene nada que ver con la opiniones políticas», se quejaba un vecino. «Nunca vi algo así. Fue como una pequeña guerra», contó otra vecina, Carmen Meins, mientras barría los vidrios de la acera.
Los temidos enfrentamientos reavivaron el debate por la decisión de celebrar el encuentro de los poderosos del mundo en pleno centro de una gran ciudad. «Lo tendrían que haber hecho en una isla», se quejó esta mañana una mujer que intentaba ir a su trabajo en tren suburbano.
Las autoridades alemanas, en especial el alcalde de Hamburgo, Olaf Scholz, no se cansaron de explicar estos días en que un encuentro de esta envergadura sólo podía ser realizado en una gran ciudad con infraestructura adecuada y capacidad de alojamiento suficiente, además de un centro de convenciones de gran tamaño.