Silvia Ribeiro
Directora para América L. del Grupo ETC Uruguay-México
Tomado de Agenda Latinoamericana
No hay duda de que estamos en una situación muy grave de crisis climática que se traduce en el calentamiento global que produce violentos huracanes y tormentas, inundaciones, sequías, muerte de arrecifes coralinos, todo ello con graves consecuencias para los pueblos, sobre todo para quienes dependen directamente de la salud de los ecosistemas en sus formas de subsistencia, como los pueblos indígenas y campesinos. Que son a su vez quienes alimentan a la mayoría de la población mundial.
La manipulación discursiva de esta crisis que hacen sus principales responsables – las mayores empresas de petróleo, carbón y gas, las de agronegocios, químicos, construcción, transporte y la docena de gobiernos de países que cargan con la mayor responsabilidad histórica por el calentamiento – garantiza que será peor.
La injusticia climática es una característica fundamental del caos climático que vivimos. Dos terceras partes del calentamiento global ha sido provocado por apenas 90 grandes empresas de petróleo, gas, carbón y cemento. Actualmente, 10 países, Estados Unidos a la cabeza , Rusia, Unión Europea, Japón, Arabia Saudita y otros, incluidos China e India, son responsables de más de 70 por ciento de las emisiones. Casi la totalidad del calentamiento global sucedió después de 1970, cuando ya se conocía que el proceso estaba ocurriendo y los riesgos que significaba.
Tanto empresas como gobiernos saben cuáles son las causas del cambio climático, pero sus acciones no se dirigen a modificarlas, sino a inventar formas de “manejar” la crisis, buscando con ello crear nuevas fuentes de negocios, principalmente a través de mercados de carbono y nuevas tecnologías.
Recientemente, el Secretario general de Naciones Unidas y algunos gobiernos, como el de Reino Unido, frente a las protestas masivas encabezadas por jóvenes, han comenzado a hablar de la necesidad de declarar un estado de “emergencia climática”.
Pero nuevamente, estos discursos en nada cuestionan las causas del calentamiento global ni pretenden cambiarlas. Si así fuera, lo lógico y coherente sería desmantelar aceleradamente la explotación de petróleo, carbón y gas, cambiar el sistema alimentario industrial basado dominado por trasnacionales, parar la producción de vehículos, cambiar radicalmente los sistemas de transporte para que sean públicos y colectivos y otras medidas por el estilo.
Por cínico que parezca, lo que sucede es lo contrario: se nombran las causas, para a continuación ignorarlas y ver cómo seguir con todo el sistema de emisiones de CO2, pero “compensando” esas emisiones con tecnologías de geoingeniería y mercados de carbono.
Este discurso de emergencia climática desde el poder es altamente riesgoso, porque justifica la geoingeniería, es decir la manipulación del planeta a nivel global por medios tecnológicos, para bajar la temperatura o remover gases de la atmósfera. Son propuestas que si realmente se desplegaran a la escala necesaria para influir en el clima global, provocarían un aumento catastrófico de las sequías e inundaciones en los trópicos, particularmente en Asia y África.
Ya las proponían desde hace una década, pero las llamaban un plan B. Ahora, con el llamado a enfrentar la emergencia climática, se proponen como plan A: si la situación es tan grave y urgente, solo queda usar tecnologías extremas para controlarla. Y encima lo ponen como si fuera una respuesta a las demandas de millones de jóvenes y gente preocupada por el cambio climático en todo el mundo, cuando en realidad es una renovada forma de hipotecar su futuro.
Se evidencia la relación entre la geoingeniería y la preservación del capitalismo: para poder seguir con el modelo de desarrollo y producción industrial que ha provocado el desastre climático, se plantea usar tecnologías de alto riesgo para que algunos puedan sobrevivir conservando sus privilegios, aunque implique toda una serie de nuevas amenazas ambientales y sociales para millones de otras personas.
Por ello y coincidiendo con el informe del IPCC sobre el aumento de la temperatura a 1,5ºC, 110 organizaciones internacionales y nacionales y seis premios nobel alternativos publicaron un “Manifiesto contra la geoingeniería”, en el que grandes redes, como Amigos de la Tierra Internacional, Vía Campesina, Red Indígena Ambiental, Alianza de Justicia Climática y Marcha Mundial de Mujeres, exigen un alto a la geoingeniería y a los experimentos propuestos (varios de ellos sobre territorios indígenas) tanto por los impactos en la biodiversidad, las comunidades y pueblos, como por la desviación que significa de la atención hacia soluciones verdaderas.
Pese a que hay tecnologías de geoingeniería contempladas en tres de los cuatro escenarios planteados por el IPCC, el panel también reconoce en su primer escenario que es posible limitar la temperatura sin usar esas tecnologías, que existen otras vías, como proteger y restaurar ecosistemas naturales y realizar cambios en la agricultura y otros sectores, que evitan emisiones y pueden absorber y retener los gases de efecto invernadero. En ese escenario –el único justo– el IPCC plantea la necesidad de reducir las emisiones de CO2 en 45 por ciento hasta 2030.
Esta cifra parece alta, pero hay que recordar que solamente 10 países son los responsables históricos de dos tercios de los gases emitidos. Esos países emiten dos veces más GEI que otros 175 países.
Es una imagen clara de injusticia climática global, pero es preciso agregar también la inequidad dentro de los países. Según Kevin Anderson, experto en cambio climático de la Universidad de Manchester, 50 por ciento de las emisiones de carbono provienen de las actividades del 10 por ciento más rico de la población mundial, y si consideramos el 70 por ciento de las emisiones, éstas son provocadas por solamente 20 por ciento de la población. Anderson explica que si se estableciera un límite a la huella de carbono (consumo y producción) de 10 por ciento de los individuos que son los mayores emisores, para que ésta se redujera a ser equivalente a la huella de carbono de un ciudadano europeo medio (considerablemente alta para la gran mayoría de países del mundo), las emisiones globales de carbono se reducirían en un tercio en un par de años.
En lugar de analizar ese tipo de propuestas, el IPCC plantea el concepto falto de lógica de “emisiones negativas”. Significa que se pueden seguir emitiendo gases si se contrarrestan con tecnologías de geoingeniería, entre las que incluye bioenergía con captura y almacenamiento de carbono, captura directa de aire, cambio de la química de los oceános y otras, aunque reconoce que no está probada su viabilidad técnica, ecológica ni económica y que tendrían fuertes impactos negativos sobre la biodiversidad y seguridad alimentaria, entre otros.
Varios factores, como el hecho de que el IPCC tiene representantes de empresas petroleras entre los autores del informe, explican esta enorme contradicción entre alertar sobre la realidad climática e incluir propuestas que la empeorarán.
¿Significa esto entonces que en realidad no existe “emergencia”? Sí existe, pero no sólo emergencia climática, también de desigualdad, de migrantes, desplazadas y desplazados en todo el mundo, de feminicidios, de guerras contra campesinas, campesinos y los pueblos indígenas, de guerras contra los pobres y muchas otras guerras, de extinción masiva de especies, de contaminación de océanos y suelos, de basura, de salud, de epidemias de cáncer y crisis inmunológica y muchas otras. La selección desde el poder de una de éstas como la central, en desmedro de las otras, es para obligarnos a aceptar medidas extremas y desde arriba, como si nos estuvieran salvando de algo.
Son las luchas colectivas desde abajo, por la defensa de la vida comunitaria en campo y ciudad, por las formas de producción sanas, por mantener la diversidad cultural y natural y/o por crear culturas nuevas y justas que restituyan la relación entre y dentro de las comunidades humanas y con la naturaleza, las que verdaderamente responden a las crisis, además de entrañar el tejido de resistencias y cuestionamiento real al sistema capitalista, ecocida y genocida.