Carlos Girón S
El título de este trabajo alude a la trágica y dolorosa realidad que se presenta actualmente y desde hace buen rato en nuestro pobre país, aunque hay que decir que no es una exclusividad nuestra; cuadros similares se pueden apreciar en menor o mayor dimensión, en otras latitudes donde también el luto es el que viste a miles y miles de familias, y las lágrimas las que bañan sus entristecidos ojos.
El crimen en sus mil formas impera y aterroriza en las más diversas sociedades, paupérrimas u opulentas, de aquí o de allá. Y es de asombrarse cómo el ingenio perverso humano se las arregla para perpetrar fechorías espeluznantes en individuos particulares, o en grupos colectivos. Se tienen también las tragedias intrafamiliares. Es pasmoso, además ver cómo las acciones criminales se alzan alto hasta alcanzar a muchos y grandes funcionarios, no pocas veces de los mismos ámbitos de la justicia. Más asombroso todavía. Los pobres que ayer juzgaban a otros en el estrado son los que luego caen a los banquillos y a poco caminan hacia los barrotes.
Con el crimen, hiela la sangre ver casos –no pocos y tal vez la mayoría-, como lo informan los medios, en los que los criminales descuartizan a sus víctimas o las entierran en bolsas o se ensañan con criaturas de apenas unos pocos años, haciéndolas incluso víctimas de violaciones y secuestros previos.
Las grandes ciudades norteamericanas o europeas no son ajenas a estas situaciones espantosas u otras tal vez peores. Centros escolares o recintos universitarios son escenarios de masacres también. Parece que los criminales no tienen nacionalidad.
Los cuerpos policiales y militares no descansan en su lucha de persecución, investigación de rastros de malhechores para cumplir su misión de proteger a los ciudadanos honrados y trabajadores, que ciertamente necesitan sentirse en paz y tranquilidad para realizar sus faenas y sus deberes de cuidar a los niños.
Como resultado de esa diligencia policial y militar las cárceles se ven abarrotadas a reventar; el presupuesto de manutención de los reos elevándose grandemente. Pero no solo eso; como efecto también de los ataques de los malhechores a la población, quienes no mueren, resultan heridos, leve o de gravedad y hay que ingresarlos a los hospitales, donde de nuevo se incrementan los gastos médicos, incluyendo toda clase de cirugías que de por sí, no son baratas por pequeñas que sean.
Hay que decir claramente que en gran medida como causa del incremento de la criminalidad está la televisión, exceptuando algunos canales de servicio a las religiones, y los otros que se enfocan en programas culturales y educativos. El resto, sí, con su proliferación de películas sangrientas en un alto porcentaje. No hay que dejar de lado las ventas libres de toda clase de armamentos y municiones, que tranquilamente hacen sus negocios a costa de todas las víctimas atacadas con armas de fuego. No se sabe si esos negocios tienen algún control o regulación en sus actividades comerciales. Si pagan impuestos habría que incrementárselos en altos porcentajes; si es que no se quiere clausurarlos como parte del combate a la criminalidad.
A la contraparte de las cárceles y hospitales llenos, señalamos las cabezas y los corazones vacíos. Esto también es una penosa realidad. Por un lado, los que delinquen se debe fundamentalmente a que tienen sus cabezas atiborradas de la más crasa ignorancia, además de sus conciencias estragadas pues ésta siempre le dice al humano lo que es bueno y lo que no lo es. Comenzando con que cada uno de ellos no sabe ni siquiera quién es; por qué tiene existencia, menos va a saber nada de la de los demás. Ignoran de plano qué es la Vida comenzando con la suya; qué valor tiene para sí mismo y para los demás. Ignoran que atentar contra ella, contra la Vida no solo en los seres humanos, sino también en las otras criaturas del reino animal, es atentar contra Dios mismo, pues es Él Quien le dio origen y por lo tanto, el único que tiene derecho de disponer de la vida de cada uno de nosotros. Nadie más. Menos de manera violenta y sangrienta como lo hacen los criminales, quienes incluso se matan entre ellos mismos. Esto en cuanto a las cárceles.
Con los hospitales un alto porcentaje de los pacientes que llegan allí -que no son por el crimen— es por ignorar –también— el valor de la vida y las causas que generan las enfermedades, por descuidar la manera de alimentarse sin excesos y la condimentación. Ignoran el valor del agua en la dieta, pues no saben que el cuerpo está compuesto por más de un 80 % de ese preciado líquido, y que hay que ingerirlo suficientemente para la irrigación de los conductos en los órganos internos.
En cuanto a los corazones vacíos, es otra penosa verdad. El común de los humanos ignora el impacto de los sentimientos y las emociones que se abriguen en ese órgano vital. Según lo que se abrigue, así es lo que se imparte a quienes están alrededor. En muchos, muchos de nosotros están ausentes por ejemplo, el amor al prójimo; el desprendimiento para dar a otros parte de lo que tenemos, compartir. Está ausente en gran medida el hábito del perdón, de la compasión, la misericordia, el sentido de hermandad, de solidaridad. En fin, todo eso que dignifica y eleva al ser humano y lo acerca más y más a Dios.
Los males, problemas y angustias que aquejan a las sociedades modernas de aquí y allá irán desapareciendo a medida que el hombre y la mujer, cada uno, haga dentro de su ser una completa metamorfosis de todos los defectos para convertirlos en virtudes y cualidades altruistas.
¡Ahh! Tal vez algún día sea realidad esta que suena más bien a utopía… Aunque no hay que perder la fe y la esperanza, pues no debe olvidarse que Dios hizo bueno en esencia al ser humano. Esperemos el milagro quizá más temprano que tarde…