Así calificó a Monseñor Gregorio Rosa Chávez, un amigo diplomático, al referirse al nombramiento de Cardenal anunciado por el mismo Papa Francisco el pasado domingo.
Seguramente se recordó de esos esfuerzos primarios de diálogo que junto al entonces Arzobispo de San Salvador, Arturo Rivera Damas, protagonizó el Obispo Auxiliar desde 1984, en la Palma, Chalatenango, que culminaron en 1992 con la firma de la paz, en México.
Mucho puede decirse a favor de Monseñor Gregorio, y nada en contra, salvo que los que dieron la orden de matar a Monseñor Romero, y vilipendiaron a sus sucesores y a los jesuitas asesinados en 1989, salieran de la oscuridad e hicieran público su rechazo.
Y es que la buena noticia no solo es para la Iglesia seguidora de la obra del Beato Romero, en la que está Monseñor Rosa Chávez, sino para el pueblo salvadoreño, porque pone a El Salvador en una posición preferencial ante el mismo Santo Padre, con un interlocutor de altos quilates como Monseñor Rosa.
Es un orgullo que El Salvador cuente en este momento con un Beato, primero Dios muy pronto Santo, con las posibilidades que el mártir Rutilio Grande también se convierta en Beato, y ahora con un Cardenal, y más orgullo si ese purpurado es el Obispo Auxiliar Monseñor Gregorio Rosa Chávez.
Los ojos del mundo están puestos en El Salvador, no por las muertes violentas, y el acoso absurdo y sin sentido de la derecha retrógrada contra un Gobierno progresista a favor del pueblo, sino por la parte religiosa: un Beato y un Cardenal.
En la historia del cardenalicio, nos explicaba el padre Juan Vicente Chopín, se han escogido de dos formas, la primera, “cuando se es sede histórica de la expansión cristiana”, y segunda, “por méritos propios”.
Para el Papa Francisco, entonces, Monseñor Rosa reúne todos los méritos que se requiere para tal distinción, y sin conocer los que el Santo Padre ha enumerado, en El Salvador, los fieles que han sido pastoreados por Monseñor Rosa los conocen muy bien.
En 1989, escribió ayer el sacerdote Jesuita José María Tojeira, en su acostumbrada columna de los martes en Diario Co Latino: “Tras la “ofensiva hasta el tope” de la guerrilla, el gobierno y los militares obligaron a una cadena nacional de radio en la que se desarrolló un falso programa de micrófono abierto dedicado a pedir la muerte, entre otros, de Mons Rivera, Mons. Rosa y los jesuitas de la UCA.
Los dos monseñores mencionados fueron también víctimas de una agresión publicitaria del entonces fiscal general que, con razones espurias, pidió en carta pública al Papa Juan Pablo que sacara del país a ambos obispos en esa misma época. Campos pagados contra Mons. Rosa fueron bastante frecuentes durante la guerra civil”.
Es decir, Monseñor Rosa Chávez en tanto amenazado y perseguido sobrevivió a la locura de quienes vieron en la Iglesia de los pobres, también, la sombra del comunismo.
Doble regocijo, entonces, para los salvadoreños, pues el cardenalato de Monseñor Rosa, es un reconocimiento a su inequívoco trabajo pastoral, siguiendo las enseñanzas del Obispo Mártir Óscar Arnulfo Romero, nuestro incipiente Santo.