Águila se consagró campeón del Clausura 2019 en un partido que se volvió añejo, que terminó sin goles y que debió definirse desde la mancha de los penaltis. Benji Villalobos fue el gran protagonista de los anaranjados.
Santiago Leiva
@DiarioCoLatino
Poco más de 210 horas (8 días) esperó la hinchada del Águila para convertir su sueño en realidad. La bautizada “final soñada” se vistió de naranja y otorgó a los migueleños la ansiada corona 16. Los anaranjados esperaron 32 años para cobrar venganza ante un Alianza que -en esta ocasión- no dio la talla y terminó doblando rodillas sobre la grama del Cuscatlán.
Eso sí, de aquella final que disputaron albos y emplumados en 1987, solo se repitieron los números: el 0-0 en los 120 minutos y el 3-1 en la tanda de penaltis.
Ayer, los 22 jugadores que ingresaron -y sus respectivos recambios- hicieron trabajo más de albañiles y ayudantes de albañil, que de arquitectos e ingenieros de fútbol.
Por ello, el cuadro blanco no tuvo un partido cómodo. De hecho, desde el primer acto estuvo lejos de su mejor versión, pero no fue su culpa: enfrente tuvo a un rival “incordio” que, al sonar el silbato, salió en misión de espartano y litigó con fiereza la posesión del balón.
Quizá ni Jorge “el Zarco” Rodríguez ni sus guerreros esperaban a un Águila tan abusivo y que les peleara de tú a tú el monopolio del balón. Fue así que los albos tardaron más de media hora en encontrar su fútbol.
Antes, los elefantes lucieron nerviosos y cayeron en la telaraña de los migueleños que, aferrados a su sólida defensa, dieron la sensación de ser mejor equipo que los capitalinos.
En ello tuvo mucho que ver el muñeco táctico del profesor Carlos Romero. El míster apostó por un 4-2-3-1 que, en la parte ofensiva, lució traje de guardia pretoriano y eso, más la alta presión, le bastó para dejar a los paquidermos sin brújula en el medio campo.
Fue así que el 4-1-4-1 del “Zarco” no solo se vio apremiado en la zona media, sino que Jonathan Jiménez y Rubén Marroquín no tuvieron la libertad suficiente para galopar por las bandas y acompañar con más frecuencia a Óscar Cerén y Juan Carlos Portillo.
Y es que la batalla más cruenta se libró en la zona ancha entre los albos Marvin Monterrosa-Narciso Orellana y los emplumados Walter Chigüila-Wilson Rugama, quienes sacaron los machetes para cortar cualquier ruta de escape.
De ahí que, al cierre de los primeros 45 minutos, apenas hubo un par de llegadas tibias y los artilleros Waldemar Acosta y Bladimir Díaz no pasaron de ser figuras decorativas en ambas áreas.
Desenlace
Al volver de las duchas, Águila llegó con un nuevo libreto: concluyó en el descanso que no podía seguir con el grifo del oxígeno a toda llave, se replegó, colocó barricadas y aguantó apiñado la ofensiva de los blancos.
En ese lapso, pareció que el césped del Cuscatlán se ampliaba para el juego de los blancos, pero el mar de piernas amuralladas por delante de Benji no dejaron fisuras y, aunque Alianza monopolizó el balón, fue Águila quien tuvo la mejor opción de descorchar el gol.
Los migueleños se quedaron con el grito de gol atorado en la garganta, después de un zapatazo de Joaquín Vergés que Rafa García, con la yema de los dedos, consiguió sacar sobre el travesaño. El susto animó a los capitalinos a finiquitar el duelo en los 90 minutos, pero no pudieron evitar el tiempo extra.
No valió de mucho la media hora añadida: los técnicos movieron estampillas de su álbum inicial, pero el juego fue una radiografía del complemento.
Y es que apenas y dejaron buenas intenciones, pues, mientras Alianza parecía empecinado en evitar la tanda de los penaltis, los anaranjados quemaban minutos para buscar su corona 16 desde la lotería. A los 12 pasos la artillería blanca llegó con los pies hinchados y la pólvora mojada. De los cuatro jugadores albos que cobraron, solo Iván Mancía consiguió vencer a Benji, mientras que Herberth Sosa, Monterrosa y Jiménez pecaron de inocentes y le dieron alas a los emplumados que, con tantos de Jeferson Polío, Kevin Reyes y Acosta, se llevaron el triunfo 3-1.
Fue así como se cerró el último capítulo de una “final soñada”, que -a falta de goles y fútbol del bueno- obligó a exprimir los nervios de sus hinchadas hasta el extremo.
Al final, el viaje desde San Miguel hasta la capital valió la pena para los aficionados naranja, quienes lograron cantar el “We Are the Champions” desde los graderíos del coloso de Monserrat.
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