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Carta a los que cayeron

Unicornio Azul

Hermanas y hermanos caídos en combate. Camaradas. Esta escrito y reconocido que unos 75.000 compatriotas perdieron su vida entre 1979 y 1992. Se dice que un 80 % fueron civiles. ¿Cuántos fuisteis vosotros?, ¿cuántos camaradas murieron peleando por una patria nueva, por la libertad? Muchos, demasiados…
Os escribo, no para deciros que vuestra muerte no fue en vano. Eso ya lo sabéis. Lo hemos dicho y cantado muchas veces. Muchas cosas han cambiado a mejor. Ahora, gracias a las luchas tenemos unas libertades y derechos que antes no tuvimos bajo las dictaduras. Ahora puedo escribir y publicar esta carta sin que me persiga la justicia. Pero en realidad el motivo de esta carta es para pediros ayuda y que nos deis luz.
Perdimos las elecciones presidenciales y estamos desconcertados, perplejos. Todavía no hemos reaccionado y estamos navegando en un mar de dudas. Los que seguimos vivos, en lugar de aprovechar la vida para renovar nuestra vocación de lucha, de pelea, teniendo claro el enemigo neoliberal, andamos buscando culpables, pasándonos la cuenta, haciendo reproches… es como si hubiéramos retrocedido hacia episodios de sectarismo y desconfianza. Todo muy tristemente humano.
Caminamos perdidos, bastantes de nosotros huérfanos. Se nos cae el mundo porque hemos perdido el Gobierno. Sí, perder una parte del poder lo llevamos mal, nosotros que durante la guerra y antes, en las gloriosas décadas de los 70 y 80 no teníamos más poder que nuestra moral, nuestras convicciones, nuestros ideales. Ahora caemos en el pozo de la desilusión por haber perdido el Gobierno. No tiene sentido. No veo donde está nuestra determinación para sobreponernos ¿es que la hemos venido perdiendo en estos últimos años en la medida en que nos hemos acomodado a una vida más fácil, desde luego merecida? Pero sería una lástima que así fuera pues hay demasiadas injusticias en nuestro país…
O tal vez no sea eso, puede que se trate de que estamos desentrenados para encajar un golpe político, desentrenados también de reflexionar colectivamente, de discutir con rigor pero con fraternidad. ¿Sabéis que nos interesa más disputarnos los cargos en el partido, colocarnos en las listas electorales, y por alguna razón no hacemos aquello que incluso hacíamos en la guerra?
Camaradas caídos. Si pudierais hablar ¿no es verdad que nos recomendaríais volver a construir la unidad? Seguro que sí, porque ¿de qué otro modo podemos vencer al neoliberalismo, a la derecha, a un gobierno personalizado en un populista? Ah! la unidad es cada vez más cara. En la izquierda nos van más las disputas, mientras las derechas atadas a la tangibilidad del dinero y del poder se unen más fácilmente. Parece elemental que debamos unirnos, pero camaradas la cosa está muy difícil, tal vez porque una nueva cultura que incide y alimenta los intereses particulares ha hecho estragos. ¿Otro triunfo de la cultura neoliberal?
En este escenario recuerdo cuando la lucha en los años setenta y ochenta introducía cambios en la cultura de las relaciones, en los valores y creencias, y en la manera de ver la vida y asumirla. En aquellos años hicimos promesas que juramos no traicionar jamás. Pero no es este un ejercicio de nostalgia, sería peligroso. Nadie queremos volver a aquel tiempo de tanta represión y de tanta muerte heroica. Pero viene bien recordar –ya sabéis, recordare, pasando por el corazón- para en la comparación visualizar mejor como ahora, en 2019, el entusiasmo, la entrega, la participación se han reducido dramáticamente, tal vez porque la militancia ha perdido prestigio y crédito. Años atrás el desprendimiento lo fue todo.
Desde la firma de la Paz ha habido tiempo para mucho y tiempo para nada. Para mucho porque en casi treinta años pudimos haber hecho bastante más por cambiar el país, pero para nada porque la vida política institucional nos ha enredado y quitado tiempo para otras misiones como fortalecer las bases sociales de nuestra sociedad. Recuerdo cuando el compromiso sin contrapartida era el mejor galardón. Ahora aparece un compromiso desganado, perezoso, orientado a la mejoría de la vida personal, también muy humano. Hubo un tiempo en el que éramos capaces de mover el cielo y las montañas, ¿será que ahora nuestra causa está destronada?
Pero insisto, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Si digo lo que digo es para incentivar la idea de que seguimos siendo los mismos, los que fuimos. Y todavía podemos ser. Para ello, teneros en nuestra memoria a vosotros, camaradas, es nuestra obligación moral. Ello ha de inspirarnos para superar la crisis actual, tendernos la mano, dialogar, buscar juntos un nuevo código que acorde al tiempo actual se inspire en lo que fuimos. La solidaridad no ha caducado. Las ansias de justicia, de igualdad, son ideales vigentes. ¿Cómo armar un nuevo relato que nos de horizonte y nos ayude a caminar?
Camaradas, ustedes sean tal vez la mejor generación de la historia de El Salvador en el siglo XX, solo comparable con la generación de la revolución de los años treinta. Hoy, ya en el siglo XXI, sin armas, por la vía democrática y pacífica, nos toca a nosotros hacer de todo y estar en todas partes, pelear todas las batallas. Ahora no podemos dimitir de nuestras obligaciones políticas y morales. Mucha gente espera que volvamos a ser lo que hemos sido. Miles, millones nos están esperando. Darle vuelta a la situación del partido requiere mucho valor. Es cosa de valientes dejar a un lado lo que divide y trabajar por lo que nos une. Seguramente, muchos de vosotros, camaradas, si pudierais haceros presentes entre nosotros nos echaríais una gran bronca. Con toda la razón.
Pongo fin a esta carta, camaradas. Ignoro si alguien al leerla tomará en cuenta que no tenemos derecho a dividirnos. Que ninguno de nosotros y nosotras debemos borrar de la memoria aquello que nos llevó a enrolarnos en la lucha a vida o muerte para lograr la libertad y mejorar la vida de todas y de todos, pero especialmente de los olvidados de la tierra, esos que fueron la inspiración poética y guerrillera de Roque Dalton.

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