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Carta abierta al Papa Francisco

Carta abierta al Papa Francisco

Estimado Papa Francisco, pharm pharm me resulta muy grato saludarlo y desearle muchos éxitos en su labor de conducción de nuestra Iglesia Católica.

Me parece muy positivo el esfuerzo que ha realizado por promover el funcionamiento de la Iglesia bajo una perspectiva de cercanía y servicio a la población, especialmente, de las personas más vulnerables.

En esta ocasión, le escribo en mi calidad de integrante de la Iglesia Católica, preocupada por las declaraciones y actuaciones recientes de Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador.

Le comento que mi país, El Salvador, ha sido calificado, recientemente, por dos consultoras Estadounidenses: Gallup y Healthways, como una de las naciones más felices del mundo. Además, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha señalado que nuestro país es un ejemplo en cuanto a avances en materia de Desarrollo Humano, ya que ha reportado progresos considerables en la eliminación de la pobreza y la exclusión social.

En paralelo a los aspectos positivos que le menciono, existen problemas y dificultades, muchos de ellos de carácter estructural y similares a los que experimentan los países de la región. Entonces, a mi juicio, no se trata de plantear un país de las “mil maravillas” ignorando nuestros retos y dificultades. No obstante, es más importante resaltar la fuerte esperanza y deseo de construir un verdadero país que albergamos todas y todos los salvadoreños. Por muy pesimista que sea una persona, siempre soñará con una nación digna para las nuevas generaciones.

Entonces, he reflexionado sobre el rol que nuestra Iglesia desempeña en estos momentos claves para el país. La Iglesia debe ser portadora y ejemplo de un mensaje de unión, fraternidad, diálogo, esperanza y solidaridad. Estos aspectos han sido olvidados por el Arzobispo Escobar Alas, conduciendo a la Iglesia Católica salvadoreña a una especie de conformismo e insensibilidad hacia la sociedad. Lastimosamente, el Arzobispo se encuentra en una postura que brinda desesperanza y promueve el individualismo en nuestro país. Me remitiré a dos situaciones recientes que sustentan mis afirmaciones anteriores.

En primer lugar, el Arzobispo hizo un llamado de alerta sobre un supuesto “Estado Fallido”. De forma temeraria e irresponsable, señaló que el Estado Salvadoreño se encontraba en un punto de estancamiento económico y social que lo llevaría a fracasar como nación. Diversos analistas desmintieron desde puntos técnicos tales aseveraciones. En mi caso me limito a reflexionar sobre la desesperanza que ha transmitido a la sociedad. Me rehuso, como joven salvadoreña y creyente, a caer en semejante condición de decepción y proyección negativa del futuro de mi país.

El Arzobispo ignoró lo que se encuentra plasmado en el evangelio según San Mateo: “Vosotros sois la luz del mundo (…) Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

Inclusive, usted nos ha enviado un mensaje de esperanza y de lucha. Basta recordar la conversación que sostuvo con Gerardo Ernesto Mancía, estudiante del Centro Escolar La Campanera, donde nos invita a luchar y protegernos contra grupos que generan temor en la población. Al mismo tiempo, resaltó los esfuerzos en educación y prevención de la violencia que realiza nuestro país.

El segundo aspecto que me resulta preocupante en la actuación del Arzobispo, es el llamado público que realizó en su pasado discurso, en el cual afirmó que nuestros medicos no debían viajar a auxiliar a las víctimas del virus del Ébola a territorio Africano. Según sus declaraciones, nuestros medicos no serían las personas óptimas para desempeñar dicha tarea. De esa forma, Monseñor rompió con pilares de la Ética Cristiana y con los llamados que la misma Iglesia nos hace al pedirnos que seamos personas solidarias y sensibles al dolor humano. Indiscutiblemente, el Arzobispo debería analizar sus afirmaciones bajo el enfoque de los principios cristianos que promovemos diversas religiones, inclusive, no solo la católica. No estaría de más, recomendarle que lea la ilustre carta que Ernesto Guevara dirigió a sus hijos, en la cual manifiesta: “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”.

Precisamente, eso necesitamos: renovar y revolucionar nuestra fe, sentir las injusticias y solidarizarnos en las buenas, pero fundamentalmente, en las malas circunstancias. Hermanar nuestras naciones, no dividirlas. Usted ha brindado señales claras de construir una religión con las características que he mencionado, lastimosamente, su mensaje no ha sido asumido ni tomado con seriedad por las autoridades Católicas del país.

Me despido, esperando que esta carta sirva para reflexionar sobre nuestra Iglesia y la necesidad de brindar esperanza y solidaridad a nuestros pueblos.

Atentamente.

Daniela Villalta

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