El siguiente texto que incluye la introducción de la encíclica «Laudato si», así como un resumen de los seis capítulos que la conforman.
1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba ». [1]
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. 1 Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo el «mundo católico», pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad». Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». [2] También habló a la FAO sobre la posibilidad de una « catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre ». [3]
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encí- clica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo». [4] Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global. [5] Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana ». [6] La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad». [7] El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado». [8] Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios.[9]
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a « eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente ». [10] Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque « el libro de la naturaleza es uno e indivisible », e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana ». [11] El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que « el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza ». [12] Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos». [13]
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, « en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución – pequeña o grande – a la desfiguración y destrucción de la creación». [14] Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados». [15] Porque « un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios». [16]
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia ». [17] Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta ». [18]
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón». [19] Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas». [20] Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza. [21] El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios». [22] Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos.
Capítulo 1
«Lo que está pasando a nuestra casa»
(Calentamiento global y contaminación; Contaminación, basura y cultura del descarte; El clima como bien común; La cuestión del agua ;Pérdida de biodiversidad;Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia socia;Inequidad planetaria;La debilidad de las reacciones. Diversidad de opiniones)
El capítulo asume los descubrimientos científicos más recientes en materia ambienta como manera de escuchar el clamor de la creación, para »convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar». Se acometen así »varios aspectos de la actual crisis ecológica ».
EI cambio climático: »El calentamiento es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad». Si »El clima es un bien común, de todos y para todos», el impacto más grave de su alteración recae en los más pobres, pero muchos de los que »tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del calentamiento»: »La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil».
La cuestión del agua: El Papa afirma sin ambages que »el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.» Privar a los pobres del acceso al agua significa negarles »el derecho a la vida, enraizado en su inalienable dignidad».
La pérdida de la biodiversidad: »Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre». No son sólo eventuales »recursos» explotables, sino que tienen un valor en sí mismas. En esta perspectiva »son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano», pero esa intervención humana, cuando se pone al servicio de las finanzas y el consumismo, »hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris ».
La deuda ecológica: en el marco de una ética de las relaciones internacionales, la Encíclica indica que existe »una auténtica deuda ecológica», sobre todo del Norte en relación con el Sur del mundo. Frente al cambio climático hay »distintas responsabilidades», y son mayores las de los países desarrollados.
Conociendo las profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la »debilidad de las reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos, señala »un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad». Faltan una cultura adecuada y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo, a la vez que urge »crear un sistema normativo que (…) asegure la protección de los ecosistemas» .
Capítulo 2
El Evangelio de la Creación
( La luz que ofrece la fe;La sabiduría de los relatos bíblicos;El misterio del universo; El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado;Una comunión universal; El destino común de los bienes;La mirada de Jesús)
Para afrontar la problemática ilustrada en el capítulo anterior, el Papa Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión general que proviene de la tradición judeo-cristiana y articula la »tremenda responsabilidad» del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre todas las creaturas, y el hecho de que »el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos».
En la Biblia, »el Dios que libera y salva es el mismo que ha creado el universo», y »en él se conjugan amor y poder». El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y las demás creaturas, y sobre cómo el pecado rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. »Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» .
Por ello, aunque »Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas». Al ser humano le corresponde »cultivar y custodiar» el jardín del mundo », sabiendo que »el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios».
Que el ser humano no sea patrón del universo »no significa equiparar a todos los seres vivos y quitarle aquel valor peculiar que lo caracteriza; y »Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad». En esta perspectiva »Todo ensañamiento con cualquier criatura »es contrario a la dignidad humana», pero »No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos.» . Es necesaria la conciencia de una comunión universal: »creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, (…) que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde.»
Concluye el capítulo con el corazón del a revelación cristiana: el »Jesús terreno» con su »relación tan concreta y amable con las cosas» está »resucitado y glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal» .
Capítulo 3
La raíz humana de la crisis ecológica
(La tecnología: creatividad y poder; La globalización del paradigma tecnológico; Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno; El relativismo práctico; La necesidad de preservar el trabajo; La innovación biológica a partir de la investigación)
Este capítulo presenta un análisis del a situación actual »para comprender no sólo los síntomas sino también las causas más profundas», en un diálogo con la filosofía y las ciencias humanas.
Un primer fundamento del capítulo son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce con gratitud su contribución al mejoramiento de las condiciones de vida, aunque también »dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero». Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático las que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las poblaciones más débiles. »El paradigma tecnológico también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política», impidiendo reconocer que »el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social» .
En la raíz de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de antropocentrismo: el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder. De ello deriva una lógica »usa y tira» que justifica todo tipo de descarte, sea éste humano o ambiental, que trata al otro y a la naturaleza como un simple objeto y conduce a una infinidad de formas de dominio. Es la lógica que conduce a la explotación infantil, el abandono de los ancianos, a reducir a otros a la esclavitud, a sobrevalorar las capacidades del mercado para autorregularse, a practicar la trata de seres humanos, el comercio de pieles de animales en vías de extinción, y de »diamantes ensangrentados». Es la misma lógica de muchas mafias, de los traficantes de órganos, del narcotráfico y del descarte de los niños que no se adaptan a los proyectos de los padres .
A esta luz, la Encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy. Primero que nada el trabajo: »En cualquier planteamiento sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo», pues »Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.»
La segunda se refiere a los límites del progreso científico, con clara referencia a los OGM , que son »una cuestión ambiental de carácter complejo» . Si bien »en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas , por ejemplo »una concentración de tierras productivas en manos de pocos» . El Papa Francisco piensa en particular en los pequeños productores y en los trabajadores del campo, en la biodiversidad, en la red de ecosistemas. Es por ello es necesaria »una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre», a partir de »líneas de investigación libre e interdisciplinaria».
Capítulo 4
Una ecología integral
(Ecología ambiental, económica y social;La ecología cultural;La ecología humana y el espacio de la vida cotidiana;El principio del bien común;Una justicia intergeneracional bien entendida)
El núcleo de la propuesta de la Encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma de justicia, una ecología que »incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea». De hecho no podemos »entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida..» Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La perspectiva integral incorpora también una ecología de las instituciones. »Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: »Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales».
Con muchos ejemplos concretos el Papa Francisco ilustra su pensamiento: que hay un vínculo entre los asuntos ambientales y cuestiones sociales humanas, y que ese vínculo no puede romperse. Así pues, el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, porque »no hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental» .
Esta ecología ambiental »es inseparable de la noción del bien común», que debe comprenderse de manera concreta: en el contexto de hoy en el que »donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos», esforzarse por el bien común significa hacer opciones solidarias sobre la base de una »opción preferencial por los más pobres». Este es el mejor modo de dejar un mundo sostenible a las próximas generaciones, no con las palabras, sino por medio de un compromiso de atención hacia los pobres de hoy como había subrayado Benedicto XVI: »además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional» .
La ecología integral implica también la vida cotidiana, a la cual la Encíclica dedica una especial atención, en particular en el ambiente urbano. El ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación y »Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, (…) aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad.». Sin embargo, un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral en la calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transportes, etc..
También »nuestro cuerpo nos pone en relación directa con el ambiente y con los demás seres humanos. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como don del Padre y casa común; en cambio una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio» .
Capítulo 5
Algunas líneas orientativas y de acción
( El diálogo sobre el ambiente en la política internacional;El diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales;Favorecer debates sinceros y honestos;Política y economía en diálogo para la plenitud humana;Las religiones en el diálogo con las ciencias)
Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer. Los análisis no bastan: se requieren propuestas »de diálogo y de acción que involucren a cada uno de nosotros y a la política internacional» y »que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo». Para el Papa Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: »Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. (…) la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común».
Sobre esta base el Papa Francisco no teme formular un juicio severo sobre las dinámicas internacionales recientes: »las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces». Y se pregunta »¿por qué se quiere mantener hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?. Son necesarias, como los Pontífices han repetido muchas veces a partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos eficaces de gobernanza global : »necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados »bienes comunes globales», dado que ‘la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente».
Aún en este capítulo, el Papa Francisco insiste sobre el desarrollo de procesos decisionales honestos y transparentes, para poder »discernir» las políticas e iniciativas empresariales que conducen a un »auténtico desarrollo integral». En particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto »requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente».
La llamada a los que detentan encargos políticos es particularmente incisiva, para que eviten »la lógica eficientista e inmediatista» que hoy predomina. Pero »si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad».
Capítulo 6
Educación y espiritualidad ecológica
(Apostar por otro estilo de vida Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente;La conversión ecológica; Gozo y paz ;El amor civil y político;Los signos sacramentales y el descanso celebrativo; La Trinidad y la relación entre las criaturas;La Reina de todo lo creado;Más allá del sol)
El capítulo final va al núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita la Encíclica. La raíz de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: »todo cambio requiere motivación y un camino educativo». Deben involucrarse los ambientes educativos, el primero »la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis».
El punto de partida es »apostar por otro estilo de vida», que abra la posibilidad de »ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social». Es lo que sucede cuando las opciones de los consumidores logran »modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los modelos de producción».
No se puede minusvalorar la importancia de cursos de educación ambiental capaces de cambiar los gestos y hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de agua a la separación de residuos o el »apagar las luces innecesarias». »Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo.» Todo ello será más sencillo si parte de una mirada contemplativa que viene de la fe. »Para el creyente, el mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo».
Vuelve la línea propuesta en la Evangelii Gaudium: »La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora», así como »La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.» De este modo se hace posible »sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos».
Los santos nos acompañan en este camino. San Francisco, mencionado muchas veces, es el »ejemplo por excelencia del cuidado por lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría». Pero la Encíclica recuerda también a San Benito, Santa Teresa de Lisieux y al beato Charles de Foucauld.
Después de la Laudato si?, el examen de conciencia ?instrumento que la Iglesia ha aconsejado para orientar la propia vida a la luz de la relación con el Señor- deberá incluir una nueva dimensión, considerando no sólo cómo se vive la comunión con Dios, con los otros y con uno mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza».
Notas:
[1] Nada de este mundo nos resulta indiferente.
[2] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 21: AAS 63 (1971), 416-417.
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16 noviembre 1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
[11] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103 (2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone (6 agosto 2008): AAS 100 (2008), 634.
[14] Mensaje para el día de oración por la protección de la creación (1 septiembre 2012).
[15] Discurso en Santa Bárbara, California (8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as in Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New York 2012.
[16] Ibíd.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein, Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso «Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing Remarks», I Vértice de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22] Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
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