José M. Tojeira
Nuestro Arzobispo, Mons. José Luis Escobar, acaba de publicar una nueva carta pastoral, dedicada a reflexionar sobre el martirio y dar un puesto en la historia de nuestra Iglesia a los numerosos mártires salvadoreños del siglo pasado. Es su segunda carta y la titula: “Ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio (Jn 15, 27)”. La carta recoge con abundancia rasgos de la vida y muerte martirial de sacerdotes, obispos y religiosas, que en actitud de servicio al pueblo cristiano ofrendaron su vida. Recupera además al P. Nicolás Rodríguez, cuya muerte martirial fue silenciada en el pasado, y a Mons. Joaquín Ramos, un verdadero mártir cuya muerte fue escasamente investigada y burdamente enjuiciada, encubriendo una vez más a los verdaderos sospechosos y a las auténticas razones del crimen. El mensaje menciona e insiste también en la gran cantidad de mártires laicos y laicas que desde la vivencia del Evangelio fueron arrebatados violentamente de una vida plena de servicio pacífico hacia los demás. La Carta es no sólo una reflexión hondamente cristiana sobre el martirio, sino que desde el recuerdo de nuestros mártires se eleva a un riguroso análisis de nuestro pasado al tiempo que profundiza en los valores concretos que nos han dejado como herencia tantos salvadoreños y no salvadoreños, pero que entregaron aquí sus vidas entre nosotros.
Desde este amplio recorrido de nuestra historia reciente, y desde la reflexión sobre la profundidad de vida cristiana de nuestros mártires, Mons. Escobar termina su carta haciendo una serie de recomendaciones que son fundamentales tanto para el desarrollo ético de El Salvador como para construir un futuro en el que la generosidad y la solidaridad esté mucho más presente que en las décadas recién pasadas. Retomando el término de confesores utilizado en la antigüedad martirial originaria, la Carta agradece a todos los que sufrieron amenazas, torturas, malos tratos y deportaciones, la resistencia y permanencia en la fe abierta al servicio del prójimo y a la praxis eclesial. “La Iglesia -les dice-admira en ustedes esa fe firme en Dios, su perseverancia hasta el día de hoy manteniéndose en comunión con la Iglesia; pero, también admira en ustedes, su capacidad de perdón para con los victimarios que tanto mal les hicieron. Gracias por su testimonio, el cual estamos llamados a imitar”. A las víctimas de la guerra, al tiempo que les recuerda la exigencia cristiana de amar al enemigo, les invita a que “no cesen de pedir justicia por los crímenes cometidos contra sus personas, familiares o comunidades. No se trata de venganza sino de la necesidad de cerrar un doloroso suceso por medio del conocimiento de la verdad y la aplicación de la justicia”. Y mientras a las víctimas las anima al perdón y la justicia, a los victimarios, a quienes llama “ovejas en penumbra”, les pide que respondan a la pregunta de Dios a Caín, “¿qué has hecho con tu hermano?”, para que “se arrepientan, confiesen su pecado y se conviertan aceptando, si es preciso, las consecuencias lógicas de su pecado”.
La Carta anima especialmente a los jóvenes a no perder la memoria de los mártires. Memoria que fortalece, indudablemente, en la construcción de un futuro mucho más impregnado en paz, justicia, verdad y solidaridad. A los políticos les recuerda lo importante de su trabajo para el bien común y la necesidad de no convertir la política en “politiquería”. Sólo así evitarán los apelativos que con frecuencia les dedica el pueblo, llamándoles “corruptos; aprovechados; ideologizados; populistas; protectores de sus propios intereses” y demás calificativos denigratorios. A los empresarios les invita a ser buenos administradores de los bienes que han recibido y cuyo destino es universal, buscando siempre el bien común. Sobre el salario les recuerda que “no es justo pagar un salario mínimo apenas de subsistencia, y a veces ni siquiera suficiente para subsistir… como tampoco es justo que las mujeres reciban un salario más bajo que el percibido por los hombres, simplemente por ser mujeres. Tampoco es justo que despidan a las mujeres por su maternidad, o que ni siquiera tenga acceso a un trabajo si espera un bebé”. Y de un modo especial insiste en que “pongan la economía al servicio del pueblo y no
obliguen al pueblo a servir a la economía”. Y recordando las palabras del Papa Francisco, cuando decía en “La alegría del Evangelio” que “hay una economía que mata”. Nuestro arzobispo insiste en que también en El Salvador “a veces pareciera que se tiene una economía que mata: Mata a las personas con lo sueldos bajos que ofrece; mata la naturaleza por todos los flancos, la agricultura; el urbanismo desmedido y desordenado que las empresas constructoras emprenden; la minería que mata la vida de forma inmisericorde e irreversible, la cual debe ser rechazada por todos y prohibida por la legislación nacional”.
A legisladores y especialmente a los miembros del sistema judicial les recuerda que no sería bueno que recibieran de Dios las mismas palabras que el profeta Amós decía a los jueces de su tiempo: “¡Ustedes convierten en veneno el derecho y en ajenjo el fruto de la justicia! (Am 6, 12)”. Y les recuerda: “Veinticinco años han transcurrido desde la firma de los acuerdos de paz sin verse frutos concretos de la justicia allí exigida. No es posible que masacres, crímenes de lesa humanidad o cualquier otro tipo de muerte continúen sin justicia. Las heridas provocadas por la guerra siguen abiertas y sangrantes. La justicia, incluso la “justicia transicional”, es la forma de sanarlas cerrando un ciclo doloroso que permanecerá abierto en tanto las personas desconozcan donde yacen los cuerpos de sus familiares (si es que fueron secuestrados o desaparecidos); de qué manera y por qué murieron;
y conozcan a los verdugos de sus familias”.
La carta continúa, en esta parte final, haciendo recomendaciones a muy diversos sectores. En el centro están siempre la fe, la fuerza generosa y los valores de nuestros mártires. Leer esta carta del arzobispo hoy ayuda a recuperar la historia y a reflexionar sobre una parte muy importante de la identidad y los valores del pueblo salvadoreño. Algunos ignorantes, al igual que un director del Diario de Hoy, Fabricio Altamirano, podrán decir que algunos aspectos de la carta son políticos. Pero en esta carta, o en la propuesta de una ley que prohíba la minería metálica en El Salvador, lo mismo que en la solicitud de un salario mínimo decente, lo único que hace la Iglesia es defender a los pobres de este país. Y esa es una obligación esencial para la Iglesia.
Y más en un país como el nuestro donde todavía hay sectores muy minoritarios pero poderosos de la población que tienen una verdadera fobia a los pobres. La carta sobre el martirio recupera la dignidad de los que fueron aplastados por una represión loca y absurda, al tiempo que nos plantea dónde está el cristianismo más auténtico.