Unicornio Azul
Amigas, amigos, Juventud Salvadoreña: Ya en el principio de la humanidad los hombres dominaban a las mujeres por la fuerza bruta. El paso de los tiempos fue instalando en la sociedad mundial en construcción esa dominación machista, justificada en una falsa y supuesta supremacía intelectual que justificaba incluso el uso de la violencia machista. De ahí a la consolidación cultural de un patriarcado que cerró el círculo de hombres dominantes y mujeres dominadas, hubo solo un paso. Por siglos el patriarcado es la forma en que una mitad de la población somete a otra.
Así es, nacemos en una sociedad que de manera natural acepta y reproduce la opresión que sufren las mujeres, nuestras hermanas, nuestras madres, nuestras hijas, nuestras amigas, nuestras compañeras. Esto ocurre porque los hombres no quieren dejar el poder que les da ventajas en forma de discriminación, mejores oportunidades, abusos y agresiones sexuales, mando en la vida de pareja y familiar.
Las Venas Abiertas de América Latina son las venas abiertas de las mujeres. El machismo desatado hace sonar todas las alarmas. En cada rincón de Nuestra América las mujeres sufren violencia, son abusadas, violadas, discriminadas, en espacios como la calle, la vivienda familiar, los cantones, el centro de trabajo, el lugar de estudios. El feminicidio asola en todos los países de Nuestra América ante una cierta indiferencia. Siguen desapareciendo mujeres con resultados casi siempre fatales y sin resolver y, las estadísticas, sin parangón en cuanto a asesinatos de mujeres, nos hablan ya de miles en lo que va del siglo veintiuno.
Amigas y amigos: Los gobiernos deben dar respuesta a esta matanza. También el conjunto de las instituciones, los jueces, los cuerpos policiales, los medios de comunicación, el conjunto de la sociedad, nos debemos comprometer activamente a combatir la violencia machista en todas sus expresiones. Es legítimo y un deber que exijamos a los candidatos que aspiran a la presidencia de la República programas coherentes y medidas certeras encaminadas a la igualdad entre hombres y mujeres.
Amigas y amigos, les digo unas palabras sobre la igualdad. Naturalmente somos distintos biológicamente. Pero somos iguales en derechos y deberes. Debemos ser iguales de modo que a igual trabajo igual salario. Debemos ser iguales en oportunidades de vida, de trabajo y de estudios. Debemos ser iguales en cuanto al derecho a la propiedad. Ser iguales en dignidad y en el derecho a ser felices, a vivir sin miedo. Pero la realidad dice que estamos lejos de la igualdad.
La juventud salvadoreña debe saber que El Salvador es considerado por Amnistía Internacional (AI) como uno de los países más peligrosos del mundo para las mujeres, ya que solo en 2016 y 2017 registró tasas de feminicidios de 16 y 12 por cada 100,000 habitantes, respectivamente, por encima de lo considerado a nivel internacional como una epidemia. Según cifras de una encuesta dada a conocer recientemente, más del 67 por ciento de las mujeres de El Salvador ha sido víctima de la violencia machista en algún momento de su vida. Realmente, una sociedad que soporta estos índices de violencia contra las mujeres tiene un problema civilizatorio.
En el primer semestre de 2018 se contabilizaban ya 227 mujeres asesinadas en El Salvador. Cuando sepamos las cifras totales del año ya finalizado deberíamos ser invadidos por la vergüenza. El próximo gobierno deberá abordar el feminicidio con valentía. Para empezar apoyando la formación de jueces y juezas en materia de género. En segundo lugar, promoviendo los cambios necesarios en el Código Penal. En tercer lugar, fomentando una educación ya desde la primaria en favor del respeto y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. En cuarto lugar, aplicando la tolerancia cero a cada violación y abuso sexual. En quinto lugar, invirtiendo en Ciudad Mujer, consolidando sus servicios y su extensión por el país.
Amigas, amigos, hay, además, un problema que evoca sufrimiento entre las mujeres. Se trata del aborto terapéutico que está prohibido y fuertemente penalizado en nuestro país. Merece una reflexión pausada, tranquila, ¿sabéis que El Salvador es uno de los cinco únicos países del mundo que prohíbe el aborto incluso cuando está en peligro la vida de la madre? Los otros son el Vaticano, Malta, Honduras y Nicaragua. ¿Podemos sentirnos orgullosas y orgullosos de nuestra posición sobre este asunto? ¿Será que están equivocados más de 190 países?
El caso es que el aborto terapéutico, realizado por razones médicas o cuando es producto de una violación, existía en nuestras naciones centroamericanas a partir de las constituciones liberales del siglo XIX. Amigas y amigos, no cabe entender el aborto terapéutico como algo frívolo, como una radicalidad de grupos de mujeres, sino que es una alternativa humana a un drama humano. Estoy seguro que las mujeres con medios económicos que deciden abortar no sufren las consecuencias del aborto clandestino, ni están en soledad, ni viven con la consecuente culpa de las mujeres pobres que arriesgan su vida en la clandestinidad, en sociedades permeadas por influencias injustas que alimentan una condena social muy fuerte hacia aquellas mujeres que deciden abortar para salvar su vida. El efecto de la criminalización no reduce la cantidad de abortos, sino que silencia y oculta una realidad sangrante. Es por eso que los organismos universales de Derechos Humanos recomiendan examinar las leyes restrictivas.
Sinceramente, el próximo gobierno de nuestra República debería abordar este grave problema, con prudencia, con respeto a las ideas diversas, con delicadeza, claridad, y siempre dialogando con la sociedad. Debe tenerse en cuenta que a pesar de la legislación restrictiva de El Salvador, de acuerdo con datos de la Unidad de Información, Monitoreo y Evaluación del Ministerio de Salud, entre enero de 2005 y diciembre de 2008, se registraron en el país 19,290 abortos, de los cuales el 27.6% ocurrieron en adolescentes. En febrero de 2011, la Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias, reiteró que la prohibición absoluta del aborto pone en riesgo a las mujeres jóvenes, pues ante la necesidad de interrumpir el embarazo, muchas acuden a abortos clandestinos. Los suicidios de mujeres embarazadas son un ejemplo claro del impacto oculto de la violencia de género; un estudio del Ministerio de Salud de 2006 apuntaba que el 80% de las mujeres que se suicidaron por envenenamiento durante su embarazo tuvieron un historial de abuso sexual. Estos datos sobre aborto son estimaciones, pues dada la ilegalidad de la práctica, no es posible tener datos muy precisos.
Amigas y amigos, la violencia reportada provocan un impacto de lesiones físicas y emocionales en las mujeres, así como inestabilidad en el hogar y que por lo difícil del problema no podrá resolverse solo desde el enfoque de la salud pública. Del total de mujeres salvadoreñas de 15 a 49 años de edad, el 24 por ciento observó durante su niñez o adolescencia (antes de cumplir 18 años) a un hombre maltratando físicamente a una mujer en el ámbito del hogar.
Acabar con la violencia machista y abrir un proceso social hacia la igualdad requiere de liderazgos institucionales claros. Votar para presidente de la República a quien no tienen esta claridad de ideas y de conciencia no merece la pena. Quien tuvo que comparecer ante tribunales por supuesta agresión violenta verbal a la ex síndica Marchelli, no parece ser persona idónea para proteger los derechos de todas las mujeres sin excepción. Tampoco el partido de derechas en quien se ampara para ser candidato merece credibilidad a la hora de combatir el machismo.
Amigas y amigos de la juventud salvadoreña: Mis cartas llegan a su fin. Escribiré una más, la décima. Doy las gracias a quienes me leen. Y pido disculpas a quienes haya podido molestar con algunas de mis opiniones.