Katy Alvarez
Escritora joven
Debo confesar que hasta hace algunos meses no me consideraba una fan de Gabriel García Márquez, online había leído sólo una de sus obras, cure Cien años de soledad, a una edad en que ciertas grandezas no me interesaban, quizá porque en la adolescencia uno tiene intereses más inmediatos, quizá porque era literatura “obligada” en mi último año de bachillerato, aunque para mí la literatura nunca ha resultado una obligación.
¿Por qué hablar de Gabriel García Márquez cuándo en realidad estoy escribiendo de Cartagena? Porque la cultura de Cartagena se refleja en sus libros, porque gran parte de las maravillas de viajar es sumergirse en otra cultura, porque la cultura es la gente y la gente es lo que hace un país, una ciudad, un lugar.
Cuando en Enero salió una promoción para diferentes ciudades de Colombia, no dude en que la que más me interesaba visitar era Cartagena, es que algunos lugares claman por nuestra alma sin que ni siquiera nos demos cuenta, nos llaman. Una vez comprado el boleto y como toda ávida lectora, mi siguiente paso fue tomar la decisión de qué libros iba a leer durante el viaje, tengo la manía de investigar siempre el lugar de mi destino. No tarde mucho para tomar la decisión de que los libros serían dos: Del amor y otros demonios y El amor en tiempos del cólera, ambos del gran Gabo; ambos también pertenecientes al género del Realismo mágico, un género con el que habíamos tenido ciertas diferencias de opinión, pero decidí hacer de lado mis impresiones anteriores y tener la mente abierta, una decisión de la que no me he arrepentido ni un segundo.
Mi viaje a Cartagena empezó mucho antes de subirme al avión, empezó entre páginas de internet, investigando su historia, buscando hospedaje; empezó en lo que contaba los días para que llegara y empezó en las páginas Del amor y otros demonios, en las paredes del convento de Santa Clara, que ahora es un lujoso hotel de cinco estrellas. Es que Cartagena fue un destino distinto desde el principio, llegando a las últimas semanas para emprender el viaje, ya me sentía una fan de la literatura de García Márquez, ya me sentía entre las calles de Cartagena y había empezado el segundo libro que había escogido: El amor en tiempos de cólera, un libro que me llevaría a ver la Cartagena desde los ojos del autor que se inspiró en ella.
Se llegó el día del viaje, era jueves por la noche cuando hicimos escala en Medellín, llegamos a la medianoche, listas para el calor de la ciudad pero para nada preparadas para el frío que hacía en Medellín. La noche se nos hizo larga, nuestro vuelo no salía hasta el día siguiente a las 8:00 de la mañana, pero pronto descubriríamos que como todo lo bueno, Cartagena bien valía la espera.
Salir del avión en Cartagena, significó recibir una bofetada de calor, gracias a Booking.com y google maps (mis herramientas favoritas), había logrado encontrar un hostal suficientemente económico, seguro y con buena ubicación (alrededor de $15.00 por noche y un buen desayuno incluido). El hostal Santa Cruz se encuentra en la Calle de La Moneda, tiene el característico balcón floral de las Calles de Cartagena y se encuentra rodeado de comercios que en la noche se encuentran cerrados, por lo que no hay ruido que te moleste para dormir. Para mi agradable sorpresa, está ubicado a dos cuadras de la Librería Nacional, de un Supermercado y de un Juan Valdés, mi combustible necesario para arrancar cada mañana. Como beneficio adicional está a cinco cuadras de la Torre del Reloj, donde en la noche no necesariamente se duerme, por lo que tienes vida nocturna bastante cerca por si ese es tu plan, pero si una noche quieres descansar, lo puedes hacer sin problema.
Cuando entramos a la Calle de la Moneda a las diez de la mañana, a diferencia de lo que yo esperaba, había mucho tráfico, mucho ruido, mucha gente. No sé que imaginaba, quizás me había quedado en la época de las novelas que leí, pero esperaba calma, lentitud. Cartagena es una ciudad viva, llena de color, de personas y personajes. Caminar por las calles de Cartagena es vivir un cuento. Es vivir en otro tiempo, pero sin perder de vista a lo lejos lo moderno, es como estar en un libro y abstraerte un momento de la realidad, pero consciente de que ésta existe.
Llegamos a bañarnos al hostal, en adelante lo íbamos a hacer tres veces al día, porque si hay algo que no varía en el lugar es el calor de toda ciudad costera. Lo primero que hicimos al salir del hostal fue ir a la Torre del Reloj a cambiar moneda, encontramos el cambio a 3,000 pesos colombianos por el dólar. Después decidimos caminar sin rumbo, entrando en las tiendas que nos llamaban la atención, conociendo lo que estuviera en nuestro camino; así encontramos la Parroquia de San Pedro Claver, frente a la que se reúnen las palomas, como si quisieran inspirar una de las historias de realismo mágico.
De caminar y caminar nos fue dando hambre y aún más calor, no sabíamos que había de típico en Cartagena más allá de las famosas Arepas, así que decidimos buscar un lugar de Sushi que habíamos visto recomendado en internet, pero lo encontramos cerrado, un inconveniente que se convirtió en una ventaja, pues por querer refugiarnos del calor, terminamos entrando a un restaurante que se llama Oh la la, un lugar que por precios muy cómodos, mezcla los sabores típicos de Cartagena con la comida francesa, ahí comimos un “Mote de queso”, que como nos explicaron muy atentamente se hace de la raíz denominada ñame y el sabor lo podría comparar al pan con ajo, pero es una sopa, por extraño que suene, el sabor es delicioso. Pedimos además un ceviche que lo mezclan con mantequilla de maní y una cazuela de mariscos, todo acompañado de cerveza. Salimos encantadas de la comida y de la atención.
Al terminar de comer seguimos caminando un poco y después de conocer algunas tiendas más, llegamos a la Muralla, para describir lo que sientes ahí no puedo más que robarme unas palabras de García Márquez “Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. No sólo es que uno se siente renacido, es que siente a todas las personas que han estado ahí paradas, que estarán ahí paradas alguna vez viviendo de prestado por unos momentos en el pasado, mientras el presente te ve de frente.
Después, decidimos pasar el resto de la tarde ahí, ver el atardecer desde la muralla, por lo que fuimos al Café del Mar, uno de los lugares más caros en comparación al resto que encontramos en Cartagena (no omito comentar que es increíblemente barato), pero que compensa sus precios con el ambiente y la vista.
Después de regresar a cambiarnos al hostal, salimos a cenar a Plaza Santo Domingo, donde nos quedamos asombradas por como bailan los colombianos (Shakira who?) y por el refrescante sabor de la limonada con coco, por la noche cierran las calles, para que puedas andar en bicicleta y en carruajes. Estaban llenas de vida, como si no hubiera distinción entre el día y la noche, cenamos en la plaza y nos fuimos a dormir temprano.
El día siguiente inició con desayuno en el hostal, queríamos conocer los alrededores de la muralla, luego de tomar nuestro café en Juan Valdés, que aún estábamos pendientes de visitar, recorrimos las afueras de la ciudad amurallada. Conocimos el Monumento a la India Catalina, quien fue raptada de su pueblo a sus 14 años por el conquistador español Diego de Nicuesa, y regresaría según dicen a sus 30 años como amante y traductora de Pedro de Heredia, otro conquistador español y fundador de la ciudad de Cartagena de Indias, logrando la paz entre los españoles y diferentes tribus indígenas. A raíz de su misión de traductora se reencontraría con sus familiares y se casaría con el sobrino de Pedro de Heredia, Alonso Montáñez, quien se la llevaría a España y nunca se volvería a saber de ella.
Visitamos también la Casa Museo de Rafael Núñez, quien fue presidente de Colombia en cuatro períodos distintos además de escritor, abogado y periodista, entre sus logros se encuentran el crear el Banco Nacional, escribir el Himno Nacional de Colombia, terminar el régimen federal de la Constitución colombiana y fue conocido por su lucha por la separación entre Iglesia y Estado.
Al regresar, conocimos más de la muralla, así llegamos al Museo de las Fortificaciones que se encuentra dentro de ella. Entre túneles y pasadizos te cuenta la historia de cómo fue construida por los españoles para defenderlos de los piratas, los ingleses y los franceses, para salvaguardar lo que nunca fue suyo sino más bien de los indígenas.
Pasamos a almorzar a un restaurante que unos colombianos nos habían recomendado en la fila del súper (es que ser latino implica hacer amigos en la espera). La Mulata, que así se llamaba el lugar, sirve comida típica colombiana, ahí probamos por primera vez el arroz de coco, los patacones (plátano tostado) como acompañamientos y todo a buen precio (las comidas están alrededor de los 21,000 pesos, que equivale a unos $7.00).
Regresamos a descansar unos momentos al hostal, pues por la noche queríamos conocer el mercado de artesanías y la vida nocturna. Salimos por la tarde y nos dirigimos al mercado de artesanías, donde nos lo hubiéramos querido llevar todo (tengo que hacer alusión a las maletas milagrosas que lograron traer todo sin problema), no sólo todo es barato, si no también todo es bonito. En el mercado de artesanías se encuentra lo que sea que busques, desde cuadros, accesorios, camisetas, adornos, pulseras, comida. Nos tuvimos que ir pues habíamos decidido tomar el tour de la Chiva (una especie del Conga Bus salvadoreño), pero con la promesa de que regresaríamos días después al retornar de las islas para las que partíamos al día siguiente.
Fuimos a tomar la chiva y si hay un tour que puedo recomendar es ese, no sólo es que uno sale con más amigos de los que lleva, si no que es divertidísimo. El tour lo contratamos por $10.00 en la Torre del Reloj esa misma noche, parte alrededor de las siete y es un recorrido por las calles de Cartagena con una persona que anima al ritmo del vallenato, dentro del bus reparten una botella de agua ardiente por fila y te llevan a la muralla donde la música sigue animando y de espectáculo de fondo tienes fuegos artificiales, finalmente te dejan en una discoteca con la opción de regresar a cierta hora con la chiva o de quedarte hasta que tú lo prefieras. Para el momento en que nos bajamos en la muralla, ya éramos un grupo mayor del que esperaba, entre chilenas, ecuatorianas, estadounidenses, nicaragüenses y salvadoreñas, hicimos amistades y pasamos una de las noches más divertidas de todo el viaje.
Al día siguiente partíamos para Isla Barú, donde pasaríamos dos noches y tres días. El viaje de ida lo hicimos en lancha, aunque el hotel en que nos hospedamos era muy bonito y tenía la ventaja de incluirnos las comidas y los traslados a la Isla, no lo recomendaría por la falta de atención, por lo que omitiré el nombre y continuaré con el relato. Isla Barú es una de las famosas Islas del Rosario, con el agua color turquesa, llegamos a la Isla a las diez de la mañana y pasamos el primer día en el hotel a la orilla de la playa. Esa misma tarde conocimos a Don Oligario, quien junto a Don Nelson nos llevarían al día siguiente a Playa Blanca y Agua Azul, ambos eran pescadores del lugar y los conocimos de casualidad, pero acordaron en hacernos un tour muy amablemente.
Nos fuimos con Don Oligario y llegamos a Playa Blanca, es una playa muy linda y de mucha actividad y no sé cómo será normalmente, pero en período de Semana Santa, para mi gusto, estaba excesivamente llena. Estuvimos toda la mañana y a las dos de la tarde regresaron por nosotras, el viaje de vuelta fue una aventura que no volvería a repetir aunque me pagaran, viajar en una lancha pequeña en mar abierto contra marea no se lo recomiendo a nadie, después del tercer rosario ya no encontraba la manera de ignorar el hecho de que si no me moría ahogada porque diera vuelta la lancha, lo que me iba a matar era el miedo. Para el alivio de todas llegamos con vida a Playa Azul, un poco ya más relajadas y gracias a la atención de Don Oligario que nos había puesto una mesa bajo un árbol, comimos frente al mar langosta y camarones; si no fue la mejor comida del viaje, entra en el top 5 definitivamente.
Regresamos a nuestro hotel y nos fuimos a dormir después de tomarnos una mimosa en el bar, a parte del susto, la insolación nos tenía agotadas. Al día siguiente regresábamos a Cartagena, pero antes de irnos, tomamos un tour de parte del hotel al Acuario de las Islas del Rosario y a Playa Arenas, este tour tuvimos la agradable sorpresa de hacerlo con una de las chilenas que habíamos conocido en la chiva. El tour tuvo un costo aproximado de $20.00 por persona, la entrada al acuario tiene un costo de 25,000 pesos, es decir, unos $8.00. Nunca había ido a un Acuario y aunque no me dejo ninguna mala impresión en como trataron a los animales, si me fui con la firme convicción de que ningún animal debería vivir ni nacer en cautiverio y menos cuando sus vidas son tan cortas. Finalmente llegamos a Playa Arenas, si hay un paraíso en la tierra, aunque aún me falta mucho por ver, creo que se le acerca bastante. Playa Arenas es un deleite sólo de mirarlo, ni se diga sentarse en la arena con los pies en el agua, el tiempo que estuvimos fue muy corto pero no por eso menos inolvidable.
El regreso a Cartagena también lo hicimos en lancha, el viaje muy movido, pero menos extremo que la lancha anterior, recomendación: ocupar ropa que no te importe mojar y no llevar nada en las manos, en la lancha hay un maletero donde se pueden guardar ciertas cosas. Las Islas fueron un sueño y un respiro, pero estábamos ansiosas por llegar a la ciudad.
Moverse ahí es fácil, si no lo haces caminando, puedes tomar taxis y los precios son económicos (12,000 pesos hasta el aeropuerto, el punto más lejano, esto son $4.00), tienes la opción de andar en bicicleta también, pero para regresar al hostal (el mismo en el que habíamos estado), decidimos irnos en taxi por el equipaje.
El día que salimos en el tour de la Chiva vimos un restaurante fuera de la ciudad amurallada que nos había llamado la atención por sus vitrales de colores y decoración, una pizzería denominada La Diva, fuimos primero al Mercado de Artesanías en la Torre del Reloj a continuar con las compras que habíamos dejado pendientes y después salimos a buscar el restaurante, nos perdimos un poco, pero muy amablemente nos indicaron en la calle que había otro de esos restaurantes dentro de la muralla, por lo que nos regresamos y comimos ahí. La entrada fue un Carpaccio de Salmón, recomiendo especialmente que si van lo pidan, es exquisito, al igual que las pizzas, pedimos dos especialidades y las dos nos parecieron deliciosas, ni que decir de la sangría blanca y la limonada de coco (que desde la primera vez que la probamos la pedíamos donde íbamos). Terminamos la noche nuevamente en Café del Mar, en el que estaban mezclando música en vivo y la fuerte brisa del mar aliviaba un poco el calor.
Nuestro último día nos levantamos temprano para ir a visitar el Castillo San Felipe de Barajas, este está en un cerro que se llama San Lázaro, y está incluido junto con la ciudad de Cartagena de Indias y sus fortificaciones, dentro de la lista de la Unesco de Patrimonio de la Humanidad, fue una de las construcciones que sufrió varios ataques de los españoles y franceses, y es considerado una de las siete maravillas de Colombia. La vista desde el Castillo es impresionante y tuvimos la ventaja de tenerlo sólo para nosotras, puesto que los ciudadanos de Cartagena no se levantan tan temprano, a las ocho las calles están vacías, a las nueve se empieza a ver un poco de vida, a las diez ya se puede ver el movimiento que la caracteriza.
Al regresar del Castillo pude despedirme de mis lugares favoritos, pasamos a Juan Valdés a tomar el respectivo café de la mañana y luego a la Librería Nacional, donde la atención impresiona, encontré varios libros que tenía tiempos de buscar, por lo que su variedad también me impresionó, finalmente hicimos unas últimas compras y nos regresamos al hostal donde llamamos al taxi para que nos llevará al aeropuerto para terminar un viaje que con gusto hubiéramos alargado más.
Hay viajes que son aventura, que son extremos y son mucha fiesta, Cartagena tuvo un poco de todo, pero más que aventura Cartagena fue un respiro, fue un detenimiento a contemplar. Lo más parecido con lo que puedo compararlo es como decía anteriormente leer un libro, como te pierdes en sus páginas, te vuelves parte de las escenas, de los personajes, pero recordando que hay un mundo diferente alrededor tuyo, quizá un poco menos mágico, por lo que regresas al libro para empaparte de imaginación. Gracias a Cartagena, ahora entiendo un poco más del realismo mágico y lo inspiradora que es esta ciudad, es un lugar al que regresaría, a respirar un poco de esa magia.