Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Cuando uno desconoce, drugstore cree que cualquier casualidad se convierte en un descubrimiento. Cuando era niño dedicaba mi tiempo en el estudio, remedy jugar y dibujar. Las dos últimas representaban para mi una enorme diversión; la primera resultaba tediosa en esos años exigentes de la educación personalizada, sovaldi porque la disciplina siempre me ha resultado un reto enorme. Ahora ya disfruto aprender.
Me gustaba dibujar, pero mi abuelo (Mauro Márquez) lo hacía mejor. Yo escribía neófitos relatos de lo que se me ocurría, una vez hice la historia de dos niños que por azar encuentran en su jardín una cueva, y al ingresar a ella se encuentran con un duende que los lleva a un mundo mágico. El suelo era una tibia nube rosada y no sabía como representarla en dibujo, así que busqué a mi abuelo y le pedí que me ayudará a ilustrarlo. Él raramente me decía que no, y ahí tenían a don Mauro dibujando, en esas asistencias me mostró que al sacarle punta a los lápices de colores aún era posible aprovechar el residuo, con el rezago frotó con un algodón el color rojo sobre el papel y quedó aquella nube rosada que se presentaría tan fiel en mi recuerdo diez, veinte y casi treinta años después.
Lo que mi abuelo hacía con aquello que otros podrían considerar desperdicios me abrió la mente de una forma incontrolable. Comencé a experimentar con polvos, flores, en fin: con todo. La idea era crear.
Cuando mi abuelo murió el 21 de agosto de 1989 me quedé sin ese cómplice, ese hombre mayor de 60 años que era capaz de ponerse los gruesos anteojos de carey y dibujar todo lo que le pedía, además de pasar las horas conmigo. Aún ahora me pregunto como podía apartarse del periódico o de los libros de Albert Pike para dedicarle tanto tiempo a su nieto, creo que a eso le llaman amor. Así que perder a mi abuelo me forzó a dibujar más.
Tenía varios muñecos que mi abuelita Josefina me había traído de Miami, y con ellos me dedicaba a escenificar historias que luego dibujaba y que finalmente escribí en algunas libretas de dibujo que el tiempo se encargó de extraviar. Entre todas esas experimentaciones fuera de las Academias de pinturas creí que había descubierto el puntillismo y me sentía feliz. Afortunadamente en la casa había una colección Salvat que hablaba de la historia de la pintura europea y me encontré con el artista francés Georges- Pierre Seurat (1859-1891). ¿Había visto bien? La pintura estaba elaborada a base de puntitos, tal y como yo procuraba dibujar. Entre los cuadros que más me impresionó estaba Un baño de Asnieres y la Torre Eiffel. Hacía lo que yo creía haber descubierto. La casualidad me resultó más sorprendente al ver que él, al igual que yo, había nacido un dos de diciembre. Así me di cuenta que muchos de nuestros descubrimientos surgen espontáneos de algo que otro ya creó. ¿Acaso no es así la vida? Una enorme alegoría de descubrimientos.
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